domingo, 30 de agosto de 2009

EL SUEÑO DE UN PRIMATE

Hace algunos días hice una reflexión sobre el peaje por estar vivo. Es la ironía del ser humano, su principal paradoja. ¿Mente racional? ya dije que era una mente que sublimaba los instintos de forma inconsciente, teniendo por tanto que elaborar una necesidad sobre el mismo. Una necesidad no tanto física, pues ésta se zanjaría en el campo del reino animal, como de elaboración mental. Nos creamos nuestras propias contradicciones donde antes no las había. Nos alimentamos de las mismas, llevándonos a estados de ánimo que nos invaden cuando no queremos. Cuando solo pensamos.

La vida tiene que ser más fácil, pero nosotros la complicamos. No tanto por nuestros actos, como por su origen, nuestros pensamientos. También lo he comentado en alguna ocasión, qué felices son las personas que no elaboran sus pensamientos, que directamente incorporan una materia prima y dan salida a la misma. Sin una manufactura interior.

Qué difícil resulta avanzar cuando se sacan varias conclusiones sobre un pensamiento. Sobre todo cuando éstas no son complementarias, sino invalidantes. Porque somos un mar de contradicciones, somos humanos y este peaje es doloroso. Tomar al final una decisión (nuestro acto) sobre una de las conclusiones es también un proceso espinoso. Nuestra actuación será, por supuesto enjuiciada, y tildada por unos de valiente y por otros de cobarde, por unos de heroicidad y por otros de villanía, por unos de madurez y por otros de inmadurez… ¿Hemos actuado correctamente? Quien disponga de la llave absoluta de los pensamientos podría responderlo. Entendiendo como tal la posibilidad de elaborar la conclusión única y verdadera. Quien solo tenga una copia de la misma debería en todo caso dar su opinión, que no es ni más ni menos que exponer una de sus conclusiones sobre el asunto, su elección personal. Sujeta, claro está, a ese juicio de valor que antes he comentado. Y esta opinión a su vez…

A lo anterior hay que añadir el que al emitir opiniones se suele entrar en el envenenamiento de las mismas. Me explico. Si tomamos la primera conclusión sobre un pensamiento primario, la segunda ya estaría condicionada por éste, y así sucesivamente entrando en ramificaciones y agrupaciones en función de amistades, ideales, religiones, cultura, gustos, influencia de los medios, etc. Por lo que al final el humano, gregario por naturaleza, no estaría emitiendo conclusiones/opiniones personales, entendidas estas como primarias, sino elaboraciones más o menos pretendidamente personales sobre otras en función de las agrupaciones antes citadas. Por lo que deberíamos cuestionarnos muchas de las opiniones vertidas como “verdades absolutas”.

Hasta aquí he hablado del ser humano como ente individual, pero si este “pensamiento” lo elevamos a un rango social tenemos los dogmas. Que serían las opiniones pero al nivel más elevado de grupo humano. Estaríamos ya en la tierra de las ideologías, de los grupos de opinión, de las creencias religiosas, de las oligarquías, etc y ya llevados a los extremos, a las luchas entre los diferentes grupos con opiniones/dogmas enfrentados. A éstos los podemos llamar intereses, pues al fin y al cabo, el imponer un dogma sobre el del resto conduce a la posibilidad de “educar” a todos los integrantes de esa sociedad en el mismo. Con las consiguientes posibilidades que esto ofrece, de poder, económicas, religiosas, de dominio humano…Por lo tanto es evidente el interés que a lo largo de la historia han demostrado los grupos humanos por imponer sus dogmas.

Por lo que tras tantos años de humanidad repitiendo el mismo esquema, ¿alguien se ha planteado alguna vez elaborar pensamientos primarios? Sería como un partir de cero en los fundamentos de una sociedad. Seguro que abriría nuevas posibilidades en campos como la ciencia, los gobiernos, las creencias o las ideologías (entendidas éstas como el conocimiento del inicio de las ideas) ¿sabríamos a estas alturas de la historia cuál o cuáles podrían ser estos pensamientos primarios? ¿se puede romper con el histórico devenir dogmático? ¿debemos hacerlo?

Quizás el pensamiento primario estuvo un día en el sueño de un primate.

domingo, 23 de agosto de 2009

POCOL EN EL PLANETA DE LOS DINOSAURIOS


Pocol estaba sentado en su roca favorita, viendo pasar las estrellas fugaces por encima de su casita en Marte. Pensaba en las ganas que tenía de volver a ver a su amigo David, que vivía en aquel planeta azul que llamaban Tierra. Quería volver a jugar con él y que le enseñase aquellos bonitos cuentos de animales. No se lo pensó más, se fue al garaje y se subió a “5-6-1”, su platillo volante. Puso rumbo a la Tierra.

En la Tierra era verano, el sol brillaba con más fuerza que nunca. En esta época los niños se ponen el bañador y juegan en la playa a saltar las olas, a hacer castillos con el cubo y la pala, a recoger bonitas conchas para guardarlas como tesoros y a rodar por la arena como croquetas gigantes.

En una de estas playas encontró Pocol a David, que estaba jugando con su hermano y sus amigos a subirse encima de un gran flotador con forma de ballena. Las olas cuando veían que todos estaban encima los empujaban, derribándolos entre grandes risas. A Pocol se le hinchó el corazón de felicidad viendo estas escenas desde “5-6-1”, que no lo había dicho antes, pero en lenguaje marciano significa “mucho”. Pocol descendió en su platillo hasta donde estaban David y sus amigos.

-Hola amigo David.
-¡Hola Pocol! –gritó con alegría David. Estos son mis amigos –continuó-, mi hermano Víctor, mi primo Raúl, Miguel y su hermana Inés.
-¿Puedo jugar con vosotros?
-Pues claro Pocol –gritaron todos a la vez.

Pocol rodó por la arena como si fuese un perrito, hizo castillos con sus amigos y se metió en el agua, pero debido a la falta de costumbre, porque en Marte no hay agua, sólo polvo rojo, se cayó cuando una ola pequeñita jugó entre sus piernas. Todos rieron con gran estruendo, y tan flojas tenían las piernas de las carcajadas, que otra ola que los vio aprovechó para lanzarse a sus pies. Todos se cayeron al agua, y ahora los seis sentados en la orilla reían y reían.

-Pocol, ¿podemos montarnos en tu platillo volante? –le preguntó David.
-Yo se llevarlo, porque ayer estuve en la feria del pueblo y monté en uno igual –dijo Víctor.
-Pues en mi cumpleaños me regalaron uno con luces que se apagaban y encendían –dijo Miguel.
-Yo también quiero subir –dijo Raúl.
-Yo primera –dijo Inés.
-No primero yo,…no yo,….no tu detrás de mí,…yo primero,...yo lo dije antes…-decían todos a la vez, en un griterío que dañaba las antenitas verdes de Pocol.
-¡Un momento amigos! –dijo Pocol y todos callaron. Hay sitio para todos en “5-6-1”-prosiguió- aunque la veáis pequeñita, si yo le doy al botón rojo de los mandos, la nave se hace más grande y todos entraremos dentro.
-¡Bieeeeen! –gritaron todos.
-¿Y podemos dar un paseo por el cielo y tocar las nubes? –preguntó Víctor.
-Claro que sí –dijo Pocol.

En fila india subieron al platillo por una pequeña escalerilla que se deslizó desde uno de los lados hasta tocar la arena. Cada uno se sentó en su sillita y se abrocharon el cinturón. Fue muy divertido porque a todos les recordaba el coche de papá y mamá. Desde una ventanita redonda que tenían al lado de la sillita veían la playa. Cuando el platillo empezó a subir se hizo el silencio dentro, todos tenían la boca abierta mientras miraban por sus ventanas.

-Mira que pequeñitas son las personas –dijo David.
-Son como nosotros, pequeños –dijo Miguel.
-¡Mira un pajarito!, ha pasado por delante de mi ventana –dijo Raúl
-¿Podemos bajarnos en una nube, Pocol? –preguntó Víctor.
-Claro que sí.

La nave se posó lentamente en una nube enorme y blanca como un gigantesco trozo de algodón. Bajaron nuevamente por la escalerilla. Los cinco niños y Pocol comenzaron una lucha de nubes, que para quien no lo sepa, es como la de bolas de nieve pero con bolas de nube. Raúl le dio en la cara a David y éste a Inés, porque Miguel se agachó en el momento en que le iba a dar. Cuantas risas. Pero las bolas de nube no hacen daño porque cuando chocan contra algo se transforman en humo. Todos estaban muy cansados de jugar y Pocol les dijo que se asomasen al borde de la nube. Se veía toda la playa donde habían estado, el mar, los coches, las casas, las personas…pero muy pequeñitos. Según David como su Lego.

-Es hora de volver a casa –dijo Pocol.

-¡¿A que no me ganáisss con esssse platillito?! –dijo una voz muy grave, con un inmenso soplido.

Los seis se volvieron al unísono para ver una gran cara con los mofletes muy hinchados. Tenía rasgos de anciano, con una larga barba y arrugas. Era de color azul y todo su cuerpo se difuminaba en el cielo.

-¿Quién eres? –preguntó Pocol sorprendido.
-Ssssoy el viento. ¿Quereisss jugar a ver quién llega antessss a essssa bandada de gansossss volando?
-Siiiiii –gritaron todos.

Montaron rápidamente en la nave y Pocol puso en marcha los motores.
-¡Potencia máxima! Abróchense los cinturones y agárrense fuerte –dijo Pocol, mientras la “5-6-1” salió como una bala en dirección a la bandada de gansos. Todos dentro animaban a Pocol a ganar al viento. ¡Más rápido! ¡Más rápido! Desde las ventanitas veían como el viento les iba ganando. ¡Más rápido! Se oía una y otra vez. Pero de repente dejaron de ver al viento, y los gansos habían desaparecido.

-¿Qué pasa Pocol? –preguntó David.
-No sé, los mandos no responden como deberían.

El motor empezó a hacer un ruido extraño, algo así como ¡Pof!, ¡Pof!, ¡Pof! y la nave comenzó a dar giros en el aire. Pocol había perdido el control del platillo. No sabían a donde iban, el cielo de color celeste dio paso a un color azul oscuro.

-Estamos perdidos, las cartas de navegación se han estropeado y nos dirigimos a una zona del espacio que no conozco. Pero tranquilos que conseguiré estabilizar la nave y daremos la vuelta –dijo Pocol.

Así fue, la nave se estabilizó, pero siguió avanzando en el espacio. A lo lejos Pocol divisó un planeta que era de color verde. No recordaba que ese planeta estuviese en esta ruta.
-Tenemos que aterrizar en ese planeta y arreglar a “5-6-1” para poder regresar a la Tierra –dijo Pocol.

Pocol manejó los mandos de la nave con la destreza suficiente para poder entrar en la atmósfera de ese planeta desconocido. Por lo que pudieron ver, el color del planeta se lo daba la gran cantidad de vegetación, no se veía un trozo que no fuese verde. Con unos rápidos movimientos de los mandos, Pocol consiguió aterrizar en un pequeñito claro que vio en el bosque.

Todos bajaron en silencio, mirando a su alrededor. Había enormes árboles por todas partes, de los que colgaban lianas y frondosas ramas. El suelo estaba lleno de helechos y otras plantas con grandes hojas.

-¡¿Hay alguien ahí?! –gritó Pocol.

Una enorme cabeza con una no menos impresionante corona de oro y rubíes asomó entre el follaje. Era un dinosaurio, ahora lo veían perfectamente…un triceratops ¡pero de color rosa!. Poco después apareció otro más de color azul, detrás un diplodocus de color rojo, un estogosaurio de color amarillo, un iguanodonte verde… así hasta más de veinte dinosaurios, todos de diferentes colores.

-Hola, bienvenidos a nuestro planeta, me llamo Trici y soy el rey –dijo el triceratops rosa- Estos son Sauri, Docus, Dáctilo y Donte, los miembros del Consejo. El resto es nuestro maravilloso pueblo. El pueblo de los dinosaurios de colores.
-Encantado de conocerles. Yo soy Pocol y vengo de Marte, un planeta rojo muy lejano. Estos son mis amigos David, Víctor, Raúl, Inés y Miguel, y vienen de la Tierra, un planeta azul que también está a mucha distancia.
-Sois como mis dinosaurios de juguete –dijo David.
-¿Qué son los juguetes? –preguntó el rey Trici.
-Pues son los cochecitos, las pelotas, los animales, las muñecas…para jugar -dijo David.
-Es como esto –y sacó Miguel un cochecito de bomberos que cuando se le apretaba un botón sonaba y se encendía la sirena.
-¡Ohhh! –exclamaron todos los dinosaurios.

Un pequeño dinosaurio se acercó a ver el cochecito.
-Te lo regalo –dijo Miguel.
-¡Muchas gracias! –exclamó el pequeño dinosaurio.

-Como se está haciendo de noche, creo que tendréis ganas de cenar ¿no? –preguntó el rey Trici a Pocol y sus amigos.
-¡Siiii! –exclamaron todos
-Seguidme –dijo el rey Trici.

Todos los dinosaurios se volvieron y comenzaron a caminar por una senda que estaba oculta entre la vegetación. Pocol y sus amigos los siguieron, observando lo bonito que era todo a su alrededor. Pasaron por un estrechito río de agua cristalina saltando entre las piedras, jugaron a colgarse de las lianas, al escondite,… en este juego volvía a ganar Pocol que se confundía por su color verde con la vegetación. Cuando llevaban ya un rato caminando, les habló el rey Trici.
-Ahí delante está nuestro hogar.

Frente a ellos se levantaba un poblado con enormes casas, hechas con cañas las paredes, y ramas en el techo. Las puertas eran enormes para que pudiesen entrar dentro. Pero lo más sorprendente era el interior, los muebles eran gigantescos. Las camas eran diez veces mayores que las de la Tierra, los armarios parecían edificios, por su altura. Pocol y sus amigos sólo llegaban hasta la mitad de las patas de las mesas y de las sillas. Todo estaba hecho de acuerdo al tamaño de los dinosaurios.

Entraron en la casa del rey Trici, que era como las del resto de la población, pero en el centro tenía un enorme trono de oro donde el rey pasaba sus horas dictando leyes y escuchando a sus súbditos.
-Pasad y sentaos en la mesa que hemos improvisado para vosotros. –dijo el rey Trici, señalando una rústica mesa hecha con una tabla y cuatro troncos como patas. Las sillas eran seis gruesos y bajos tocones con sus raíces haciendo de patas.
-Muchas gracias –dijeron Pocol y los niños.

En ese momento asomó por la puerta la cabeza de un gran brontosaurio amarillo vestido con una enorme levita negra.
-¿Qué desean cenar los señores? –dijo el brontosaurio.
-Yo quiero macarrones –dijo David.
-Yo también –dijo Pocol
-Yo con atún –dijo Victor
-Y yo judías verdes con tomate –dijo Miguel
-Yo sopa –dijo Raúl
-Yo quiero salmorejo –dijo Inés
-Ahora mismo preparan en cocina sus viandas. Muchas gracias señores –dijo el brontosaurio mientras su cabeza desaparecía por la puerta.

La cena fue divertidísima, Pocol contaba chistes de venusianos, a los que gustaban ridiculizar los marcianos. La verdad es que nadie se reía de los chistes, sino de cómo Pocol movía las antenas cada vez que soltaba una carcajada, pues éstas se retorcían en espiral para luego volver a ponerse derechas. Raúl y David cantaban canciones, Víctor que era el primero que había terminado estaba corriendo por la sala con Inés y Miguel.

Cuando mejor se lo estaban pasando, escucharon un fuerte sonido de trompa. Los seis asomaron sus cabezas por la puerta y vieron a los dinosaurios correr nerviosos para encerrarse en sus casas.
-¿Qué sucede rey Trici? –preguntó Pocol.
-Vienen los dinosaurios grises –dijo el rey Trici.
-¿Son malos? –preguntó Victor
-Sí pequeño, cada mes vienen a aterrorizar a nuestro pueblo y nos piden que les entreguemos regalos a cambio de dejarnos en paz por un mes más.
-¿Y por qué no luchan? –preguntó Miguelito.
-Nuestro pueblo es pacífico, nunca hemos empuñado las armas y no lo haremos jamás. Somos un pueblo que cree en el poder de las palabras antes que en el de las armas.

En ese momento entró en la tienda un gran triceratops gris. Su mirada era malvada, al igual que sus intenciones.
-Rey Trici, venimos a reclamar nuestros regalos.
-Todavía no los tenemos preparados, rey Tops, venid la semana que viene y os los entregaremos.
-Mucho tiempo me parece, mejor vendremos mañana, y si no los tienes…-dijo el rey Tops, haciendo un gesto hacia abajo con el pulgar de la pata derecha.
Se marchó por la puerta seguido por su séquito de grises dinosaurios. Los dinosaurios de colores los miraban asustados desde el interior de sus casas.

-Ya veis que desgracia, mañana no podremos tener listos todos los regalos –dijo el rey Trici con abatimiento.

Pocol se reunió con sus cinco amigos y estuvieron conversando durante un rato. Finalmente Pocol habló
-No te preocupes rey Trici, nosotros tenemos la solución.

Al día siguiente no se veía un alma en la aldea, las mamás dinosaurios recogían a sus bebés que jugaban en la calle y los metían rápido en casa. Todos esperaban en el interior de sus hogares la llegada del malvado ejército gris. Éste apareció bajo una gran nube de polvo encabezado por su rey. Se dirigió a la tienda del rey Trici que estaba acompañado por Pocol y sus amigos.

-Hola rey Trici, es un placer venir a hacer negocios con usted.
-Rey Tops, tengo que proponerle un trato que con toda seguridad será de su agrado –le dijo el rey Trici.
-Adelante rey Trici, hable, le escucharé con atención. Pero no intente engañarme…
-Prefiero que en mi lugar hable nuestro amigo Pocol.
-¿Quién es Pocol? –dijo el rey Tops.
-Soy yo.
-¿Y que me propones, sapito verde? –dijo el rey Tops con tono de burla.
-Si le consigo el regalo más fantástico del mundo ¿dejará tranquilos para siempre a los dinosaurios de colores? –dijo Pocol.
-Ese regalo no hay nada ni nadie en este planeta que pudiera proporcionármelo.
-¿Y si fuera de otro planeta?
-No existen más planetas, esas son habladurías de locos dinosaurios.
-¿Y si le contase que existe un planeta que es de color azul porque es casi todo de agua?, donde este agua forma océanos y mares. El sonido que producen llega a través de las olas y es el sonido más bonito de la Tierra.
-Eso es falso, ¿cómo me lo demostrarías? –dijo el rey Tops.
-David, ¿me das tu caracola, la que recogiste en la playa, en la orilla del mar?
-Toma Pocol –y le pasó una enorme y preciosa caracola blanca
-Póngase esta caracola al oído rey Tops –le dijo Pocol.

El rey escuchó el sonido que salía de la caracola, el sonido del mar. Le produjo una paz y una calma extraordinaria. A su mente acudieron las imágenes que le había contado Pocol, de agua, olas y mares. Estaba extasiado. En ese momento Pocol le arrebató la caracola de la oreja.
-¡¿Qué haces?! –gritó el rey Tops.
-Para que sea suya debe cumplir el trato. Deberá coger sus tropas y marcharse de aquí para no volver nunca más. Dejará vivir en paz a los dinosaurios de colores por siempre jamás.
-Trato hecho. Ahora dame esa caracola –dijo el rey Tops tomando la caracola de la mano de Pocol. Formó a sus tropas en el exterior de la cabaña y sin mirar atrás salió del poblado.

-Muchas gracias amigos, nos habéis devuelto la paz. Pedidnos lo que queráis y os lo concederemos –dijo el rey Trici.
-Lo único que le pedimos es que nos ayude a reparar a “5-6-1”. Debemos partir para la Tierra inmediatamente, los papás de los niños estarán preocupados.

Los dinosaurios se pusieron a reparar la “5-6-1”, que en unas pocas horas estaba arreglada y lista para partir hacia la Tierra. El poblado se tiñó de fiesta. Banderines de colores colgaban por todos los lugares. La banda de música de los dinosaurios tocaba con mucha alegría. Pocol y sus amigos se despidieron del rey Trici y de todos los dinosaurios de colores.
-Adiós amigos, estaréis siempre en nuestros corazones –dijo el rey Trici.
-¡Adiós! –gritaron los seis al unísono mientras subían a la nave.

Pocol arrancó los motores y “5-6-1” comenzó a elevarse. Todos los niños miraban por sus ventanitas a los dinosaurios. Desde la altura la visión llenó de alegría y felicidad los corazones de todos. Los dinosaurios se veían desde arriba como globos de muchos colores. Una visión que todos recordarían durante todas sus vidas.

viernes, 14 de agosto de 2009

QUÉ DOLOR

Acabo de caer en la cuenta de por qué me duele tanto el riñón derecho. Lo siento palpitar cuando hago el movimiento de doblar la espalda.. Le he estado dando vueltas al origen y lo iba a achacar a un fallo multiorgánico, cuando de pronto me vino a la cabeza la causa. La culpable es una orca, podría ser como la de la película, asesina. Pero no una orca cualquiera, sino el padre de Cucurucho Aladino. Ahora como estaréis alucinando y creeréis que el calor del verano me ha derretido las meninges (cosa posible por otro lado) paso a explicar por partes.

Primero el asunto de la orca. Este miércoles fue nuestro último día de playa y Víctor tenía ilusión en jugar con su nuevo regalo de cumpleaños, una orca hinchable que venía metida en una cajita de cartón. Hasta aquí todo bien, pero al abrir el envase nada hacía presagiar que aquel monstruo hubiese vivido dentro. Madre mía no paraba de desenrollar plástico. Bajo la sombrilla lo tenía ya todo preparado, un hinchador manual (más bien para usar con el pie) y aquel cetáceo de goma extendido cual alfombra negra sobre la arena. Pues bien, comencé con el inflado. Con movimiento rítmico de la pierna fui pisando el artilugio, la situación resultaba cuanto menos graciosa, allí en medio de la playa pisando el pedal. De lejos alguien pensaría que estaba ensayando un baile regional, algo parecido a una jota. Pero lo terrorífico estaba por llegar, la orca no cobraba vida, seguía plana como un filete.

Por fin algo se movía en el interior del animal, el aire le llegaba a los pulmones. Y llevaba 10 minutos de baile. La gente de las sombrillas de alrededor no me quitaban los ojos de encima, estaba seguro de que hacían apuestas entre ellos, “¿cuánto te va que muere antes el que infla que la ballena?”, “¿a que llega la noche y la orca sigue varada?”, “¿por qué no la habrá inflado en una gasolinera?”, esta última pregunta también me la hacía yo. Llevaba 20 minutos y tenía que cambiar de pierna, pero no era lo mismo, se hace más rápido con la derecha. El animal cobraba vida, y yo la estaba perdiendo, se me estaba yendo por los poros a chorros. Casi una hora después el animal ya estaba listo, 2 metros de eslora y casi uno de ancho. No había inflado un flotador, aquello era una Zodiac, le faltaban los remos.

Pero tuvo su recompensa, pues cuanto disfrutó Víctor con su flotador, le brillaban los ojos de felicidad al ver aquel inmenso animal. Se quedaba pequeño subido a su lomo, gritaba de alegría surcando las olas encima de su corcel. Pero, ¡ay!, había que irse, y desinflar el animal. Porque salvo que supiese conducir no cabía dentro del coche. Si el espectáculo del inflado ya resultó gracioso, el del deshinchado fue cuanto menos hilarante. Tuve que agarrar al animal de dos metros y apretarlo contra mi cuerpo para que fuese expirando hasta el último aliento. La escena no tenía precio, podéis imaginar cualquier cosa, que acertareis con el ejemplo. Ahora si que la gente de alrededor se reía, no solo los de mi sombrilla, sino incluso los cercanos, que estaban ya tan familiarizados con la escena de hinchado, que se integraron perfectamente en la de deshinchado, se reían abiertamente, sin tapujos, como si fuésemos amigos de toda la vida. Genial.

Se me olvidaba la segunda parte, la del nombre de Aladino Cucurucho. Éste es un delfín hinchable azul de Víctor que es cinco veces más pequeño que su padre. Y pensar que en su día nos parecía enorme…El nombre se lo dio Víctor el año anterior y la verdad es que no me acuerdo de la génesis del bautismo, pero es igual, este año se acordaba del nombre y dictaminó que la enorme orca era su padre.
Por cierto, me gustaría saber cómo desde la fábrica pudieron meter este animal en la cajita. Una vez deshinchado no hay narices de hacerlo entrar, sobresale medio cuerpo, y lo intenté doblando las aletas para un lado, la cola para otro, enrollándolo de un lado, del otro. Imposible. Es un misterio que al día de hoy está sin resolver.

Ahora ya se de que me viene este estupendo dolor del riñón derecho. Escribo también esta entrada para leerla el año que viene y aprender de los errores de éste…para el próximo verano le diré a Víctor que la orca padre se fue a por tabaco y abandonó a su hijo Cucurucho Aladino.

sábado, 1 de agosto de 2009

...Y SOMBRAS

…y de sombras. Porque éstas deben estar separadas de las luces, deben tener un capítulo aparte. Tiene que ser como aislar un tumor, para posteriormente extirparlo. Zona de oscuridad que apareció en una televisión que conectaba con Mallorca. Sombras que rompieron mi aislamiento para ver que no todo es cortesía y buenas maneras. Que hay seres humanos que se llaman racionales, pero que siembran el terror irracional. Que asumen un pensamiento, unos dogmas, sin ningún planteamiento personal. Y lo que es peor que asumen el asesinato como un fin para imponer un pensamiento único. Ya sabéis a qué humanos me refiero, a los que son capaces de matar a otros por un planteamiento cerrado, extremista y sectario.

Porque si algo de verdad tiene que dar miedo en esta vida son los ideales extremistas. Entiendo éstos como los que ya vienen viciados en origen, los que de tanto absurdo maniqueísmo llevan el horror, pegado como una lapa, en sus cimientos. Llevan adheridos el terror sectario que impide cambiar nada de esta base, o lo que es peor alejarse de ella. Aquí el enfrentamiento de ideas para construir una respuesta está prohibido, la base está construida y lo único que cabe es matar, como contraposición a pensar.

La primera pregunta que se me viene a la cabeza es ¿cómo alguien puede cometer un crimen así?, a sangre fría. Sin pensar en la víctima, en que están rompiendo no solo la vida del que asesinan, sino la de todas las personas que la rodean. Y lo que es más duro de entender es el por qué. ¿Por una ideología, por un pensamiento?...Y más doloroso aún es que se jactan de estos actos como hemos visto en repetidas ocasiones en los juicios. Por ello llego a otra pregunta ¿un pensamiento, el material del que está revestido, puede cambiar la vida de una persona?, o dicho de otra forma, ¿cuál es la génesis que lleva a estas personas a aceptar este pensamiento único, a aceptar el matar como la expresión del mismo? Son tantas las preguntas que me asaltan, que no puedo, me es imposible, concebir que esta locura se pueda implantar en la mente de alguien.

Las ideas adquieren muchas formas y colores. Podemos defenderlas, estar en contra o permanecer impasibles ante ellas. Pero cuando no es la palabra quien las defiende, cuando son las armas quienes hablan, el extremismo es dueño de las acciones. Suenan los disparos y callan las mentes. Es la propia negación de la racionalidad, de la misma esencia del ser humano.

Tanto dolor como el de ayer en Mallorca tiene que llevar a una reflexión, no digo ya de los que matan, sino de los potenciales asesinos. El aislamiento de esta locura extremista tiene que partir de un pensamiento personal y reflexivo de éstos. Desde dentro, cuestionándose esta misma base que es monolítica en su origen. Si queréis, es una súplica.



(Ahora volveré a zona sin Internet, pero prometo forzar al androide para que sueñe y cuente más a la vuelta sobre Pocol, Arkham (menudo berenjenal en el que estoy metido), los astronautas de Gravedad, historias del transeúnte y más).

DE LUCES...

Acabo de venir de la sierra de Sevilla. Qué lugar tan maravilloso. Un sitio donde el tiempo parece haberse detenido. Y no lo digo en el sentido de avance tecnológico, sino por sus gentes. Todo el mundo desprendía amabilidad y buenas formas. La cortesía que parece haberse perdido en las grandes ciudades, en principio más deshumanizadas, aquí gana todo su nombre. Hablo de Cazalla de la Sierra, un pueblo de luces.

Y no quiero hacer ahora un alegato a favor del medio rural en contraposición a la ciudad, porque podría hablar de las bondades de ésta. No creo, y ya hacía referencia en el #1, a lo que pienso de las defensas absolutas de las ideas, como únicas y sin posibilidad de contrario. Pero ahora vengo lleno de este pueblo, de sus personas y sus costumbres.

De gente como Julia que regenta La Posada del Moro, donde hemos estado hospedados. Una mujer tan preocupada por sus clientes que a veces nos trataba como a hijos. Nos cuidaba constantemente con infinitas atenciones. Si unimos esto a la paz que proporcionaba el entorno, la piscina y a la exquisita cocina del hotel, podríamos estar hablando de una sucursal del paraíso (recordad que por andaluz, soy un poco exagerado).

Como Paco, todo amabilidad en su tienda de chacinas. Atendiéndome como si fuera la única persona que iba a comprar esa mañana. Contándome como elaboraba él mismo los productos de matanza, las chacinas y los jamones de producción propia. Todo un encanto… Por cierto Paco, al final me cortaste el jamón como chuletones.

Nada más llegar comprobé que la cobertura de móvil y red casi no existía. He tenido una grata sensación de aislamiento reforzada por mis carreras matinales por la sierra, por el embalse de El Pintado y por los caminos rurales. Lugares maravillosos por donde me he perdido (mentalmente), dejándome llevar sin rumbo hasta que era la hora de regresar.

He contado con todo el tiempo del mundo para disfrutar del grito de batalla de Víctor. ¡Quesito!, ha sido su grito de felicidad. Lo lanzaba en cualquier lugar y situación en que se encontraba verdaderamente alegre. Han sido muchos estos momentos, en que sin ningún tipo de tapujo lo lanzaba al aire. Contagiándonos a todos de él.

Pero el ¡quesito! más importante para él fue cuando abandonó su segundo manguito en la piscina. Hasta ahora, aunque en el fondo sabía, nadaba con uno solo. Pero esta vez su mente ha jugado a su favor, se ha quitado el flotador del brazo ¡y ha nadado! Qué emocionado estaba, no paraba de llamarme. Como loco nadaba de un lado para otro. Cada vez las distancias eran mayores, al igual que su confianza. Le aplaudíamos, le animábamos, porque en cada brazada se sentía más fuerte. Decía que él estaba emocionado, pero creo que yo más.

Vivir esta conjunción de situaciones, esta unión propicia de todos los factores, han hecho de estos días un remanso de paz y tranquilidad. Porque cada día ha estado lleno de ¡quesitos!, de momentos pintados, en definitiva de luces…