martes, 10 de noviembre de 2009

PROPÓSITOS, CONFESIONES Y PERSONAJES

A partir de aquí voy a dejar de publicar semanalmente “El ladrón de sueños”. Creo que llega a ser cansino para el que abre el blog encontrarse con un trozo de relato que seguramente ya habrá leído, y si no es así, que no se lo haya leído, puede descargarse en “PDF” la versión íntegra de forma gratuita pinchando en este enlace.

Mi primera intención al escribir el libro de las andanzas de Howard era presentarlo por partes a los lectores, pero luego lo publiqué en Bubok y ya no veo la necesidad de tenerlo en dos sitios. Eso sí, pese a que mi tiempo lo absorbe la nueva novela que estoy escribiendo, intentaré colgar algún escrito de vez en cuando en este blog.

Por otro lado sigo, como decía, escribiendo mi nueva novela, totalmente diferente de la anterior en cuanto a trama, pero no en cuanto a las constantes vitales que subyacen en la personalidad de los personajes. Es muy difícil evadir unos presupuestos básicos como orden de actuación de ciertas actitudes ante la vida. Así Marta Moreti, la protagonista de la nueva novela tiene bastantes rasgos en común con Howard, y estos a su vez con otros protagonistas de los relatos cortos, menos desarrollados conceptualmente, eso sí.

Puedo cambiar la acción, hacer más o menos ágil el desarrollo de una trama, pero el comportamiento de los personajes es un “leit motiv” del que no sólo no puedo desprenderme, sino que no quiero hacerlo. La forma en como estos afrontan su tránsito por el mundo, dejándose partes de ellos en cada línea, para llegar al extremo de desaparecer, de permanecer enclaustrado en la propia habitación o en su propia nave espacial, que al final no deja de ser la propia mente de cada uno, este tránsito, como decía, parte de una predestinación que arrancó en un momento anterior a la escritura de la novela, como es el caso de Howard, de una forma muy expresa en Ich-pi-el y más suave, pero con un tácito futuro preescrito, en “El ladrón de sueños”. Yo simplemente me limito a coger a esos personajes y contar una parte de su vida, da lo mismo que sea del centro, del principio o del final, pues si el destino lo llevan ya inscrito en su alma yo sólo puedo narrar lo que les sucede y cómo lo viven.

Así sucede con Marta Moreti, alter ego de Howard, en la novela policíaca que estoy desarrollando y que todavía tardará unos meses en ver la luz. No me es tan fácil hacer fluir el desarrollo hasta donde quiero llegar, necesito tiempo para que cada personaje crezca y llene el relato, y esto me cuesta. Estoy intentando desarrollar más a los personajes, que cada uno tenga su forma de pensar y sentir no porque lo diga el narrador, sino porque así lo veamos actuar a lo largo de las páginas del libro. Envidio a las personas que escriben y pueden terminar un libro en un mes, qué facilidad de ideas; mis conexiones, sin embargo, son más lentas, necesito más tiempo.

Por último, y ya para terminar, voy a publicar (colgaré el enlace) nueve relatos escritos en este blog, más uno inédito (que todavía tengo que desarrollar) en formato de libro, con una pequeña introducción con la descripción de la génesis e incluso alguna anécdota sobre alguno de ellos. También estará en formato “PDF” de forma gratuita. Creo también que esto es bueno para los que poseen los nuevos libros electrónicos que se pueden cargar directamente en ellos.

martes, 3 de noviembre de 2009

UNA PIEZA DE NOVELA

Algunos me habéis dicho que hace tiempo que no escribo nada nuevo en el blog. Es correcto, pero no lo es que no escriba. Estoy en pleno proceso de escritura de una novela que me está divirtiendo mucho, estoy enganchado a la misma y por eso dedico el tiempo que puedo a ella.

Es una novela de corte policiaco, en la que el asesinato de la joven hija de un influyente empresario de Madrid será el hilo conductor para ir descubriendo a personajes corruptos, tristes, vanidosos y sin escrúpulos, pero también a otros honrados, felices, humildes y sensatos. Una trama de muchos personajes y letras (llevo ya más de 100 páginas escritas) que espero os sea entretenida.

El personaje principal es la detective Marta Moreti, una mujer inteligente y sensata, pero a la vez llena de miedos y contradicciones, que poco a poco se irá internando en esta jungla de oscuridad que es la propia vida. Se dice que para muestra un botón, aunque en este caso el botón no sea tan representativo de la propia historia como de los miedos de la propia Marta, pues se trata de un sueño que tiene en el capítulo II, en la parte 3. Os dejo con él.


3

La noche era el campo de sueños donde la luz no despertaba ningún color. Allí Marta compartía sus horas con sus pensamientos más profundos, con los que nunca salían al exterior porque la muralla de la mente hacía presa de ellos. El sueño era la compuerta que dejaba pasar éstos a través del río de la irrealidad a los campos del raciocinio. Sólo la luz de su sueño la despertaba de la ilusión del mundo físico.

Aquella noche soñó con una gran ciudad, enormes edificios que tocaban las nubes, abigarrados en una colosal masa de metal y cristal, las luces se reflejaban en ellos sacando mil colores de las formas que iluminaban. Pero algo extraño sucedía en aquella ciudad, se paró un momento en medio de la acera y notó la quietud, no se oía el ruido de los coches, ni las sirenas de las ambulancias, no se oía el murmullo de la gente. El silencio era sólido, cayó sobre ella como una losa, llenándola de un terror inconsciente.

Miró a su alrededor y otra oleada de miedo llenó su alma de un infundado temor, estaba sola, no había nadie a su alrededor, las personas, los coches e incluso los pájaros del cielo habían desaparecido, pero una sensación de pánico la inundaba. El silencio y la soledad campaban a sus anchas por la ciudad. Marta tenía miedo y corrió, como si la persiguiese un asesino, cómo si perdiese el último tren de su vida. Corrió. Corrió. Y se paró agotada, el corazón le latía de forma desenfrenada, sudaba y tenía la camisa empapada, pegada como un esparadrapo a su cuerpo. Gritó. Con toda la rabia de su corazón, con todas sus fuerzas, pero ningún sonido salió de su boca abierta.

Siguió corriendo, por las desiertas calles de esa ciudad desconocida donde todos los edificios eran iguales, donde cada calle era igual a la siguiente, donde cada luz reflejaba la misma sombra. Se paró frente a un semáforo, no podía respirar, atenazada por el cansancio y el miedo. Encorvó la espalda para sujetarse las rodillas con las manos, la cabeza mirando al suelo. Los tres colores del semáforo pasaron durante una eternidad frente a ella, el tiempo había dejado de tener un significado, ¿igual qué el espacio? Algo le hizo levantar la cabeza, una punzada de instinto quizás. Al otro lado de la calle una anciana la observaba con el rostro envuelto en sombras.

Vestía de negro, aunque más bien parecía de oscuridad. Sin darse cuenta comenzó a caminar hacia ella, sin oír sus pisadas, pero sintiendo la necesidad del encuentro en cada paso. Se situó frente a ella, seguía sin verle el rostro, el negro pañuelo que rodeaba su cabeza eliminaba cualquier fuente de luz. Su perfume le era familiar, al igual que el contorno de su silueta. Estuvo mirándola durante un minuto, o quizás un año. Frente a ella, sin moverse. No existía el tiempo.

-¿Vienes a acompañarme? –le preguntó la anciana.
-¿A dónde? –le devolvió la pegunta Marta.
-Creía que tu me lo ibas a decir.
-¿Quizás a su casa? –le volvió a preguntar Marta.
-Sí, a mi hogar definitivo.
-¿Está en esta ciudad?
-Creo que sí, pero no recuerdo la dirección.
-¿Y lleva mucho vagando en la noche? –preguntó Marta, que notaba como las palabras salían de su boca sin sonido, flotaban en el aire y se mantenían para luego perder su integridad y difuminarse.
-Toda la oscuridad.
-¿Es ciega?
-Depende del sentido, si te refieres a los edificios, no los veo, si te refieres a tu alma estoy dentro.
-Me dan miedo sus palabras.
-No las temas, ellas te guiarán a tu destino.
-Quiero salir de aquí.
-La angustia es el camino de los débiles, sólo los fuertes ven en la oscuridad.
-¿Quién eres anciana?, tu voz me resulta ahora familiar –se echó hacia atrás el pañuelo y un negro abismo de pánico se apoderó de Marta. Se estaba contemplando a sí misma con el rostro surcado por las arrugas de la edad.

La anciana, ella, se empezó a difuminar, primero fue el color, luego la forma y por último la luz que invadió el espacio que antes había ocupado. Volvía a estar sola, pero acompañada de su conocimiento, de un terror más profundo que el inicio de los tiempos. El vértigo se apoderó de su pensamiento, su mente se tambaleaba entre pensamientos de frenética velocidad. Sintió como caía en el pozo de la oscuridad, mientras daba vueltas como en una escalera de caracol, sin encontrar su fin.

Marta despertó entre sábanas revueltas alrededor de su cuerpo, bañada en un pegajoso sudor que lo impregnaba todo. Intentó recordar el sueño, la pesadilla, pero todo llegaba a su mente como retales de confusión. Una ciudad, una anciana, silencio, soledad, ella...muerte. Miró el reloj que tenía junto a su mesita de noche. Eran las seis de la mañana. A las diez era el entierro de la joven y quería asistir, mantenerse a una distancia adecuada y observar.

EL LADRÓN DE SUEÑOS (8)

Transcurrió una semana sin ninguna novedad reseñable. Mi único contacto con la tripulación se producía cuando me servían las comidas, puntualmente en mi camarote. Pasaba solo la mayor parte del día en mi deprimente habitáculo y cuando salía al exterior no tenía por qué preocuparme de acatar las órdenes del capitán, el resto de marineros ya se ocupaban de esquivarme a mi paso. Rechazo que no dejaba de producirme cierta inquietud y un poco de desasosiego.

Una noche en que dormía profundamente me despertó un extraño sonido. Era como un quejido lastimero, un apagado aullido que iba perdiendo el tono poco a poco. Abrí los ojos y permanecí mirando el sucio techo durante un rato, pendiente de verificar que lo que había oído no era en sueños. Lo volví a oír, esta vez mucho más cerca. Me levanté de un salto, encendí la luz y poniéndome mi chaqueta de lana salí al exterior.

La noche era fría pero clara, una inmensa luna llena daba luces y sombras en cubierta. De nuevo sonó el extraño aullido y ahora descubrí que provenía del mar. Me asomé por la sucia barandilla de la borda con una expresión de curiosidad y miedo a la vez. Escruté con nerviosos ojos las infinitas aguas que se extendían ante mí. A lo lejos divisé un lento movimiento, unas sombras gibosas se aproximaban hacia el casco del barco. Retrocedí un paso con el corazón paralizado por el terror. Ahora podía confirmar que el extraño aullido lo producían las cosas que se acercaban, lenta pero inexorablemente estaban llegando hasta donde yo me encontraba. Ya podía distinguir unas extrañas siluetas que parecían tener forma humana. Di otro paso más hacia atrás, esta vez lleno de un profundo terror. Me giré para salir corriendo cuando me di de bruces con el capitán que estaba a mi espalda.

-¡Atrás capitán,…se acercan! Mire por la borda –dije con una angustiosa voz de pánico.
-¿Qué tengo que mirar? –me dijo el capitán con una voz de superioridad.
-Aquellas sombras que se acercan por… -dije mirando en dirección al mar, pero éste estaba tranquilo, solo se veía la luna reflejada en las mansas aguas-. Le juro que estaban ahí, varias sombras…-me callé, pues el capitán me miraba con cara de incredulidad.
-¿No habrá confundido delfines con fantasmas, señor Howard? –me dijo con un tono ciertamente irónico.

Lo pensé y el capitán debía tener razón. Sin duda me había sugestionado enormemente. Algo debía haber estado soñando, luego la luminosa noche, las sombras que producía la luna llena y unos delfines hicieron el resto. Estaba tremendamente avergonzado.
-Lamento el espectáculo que he ofrecido, capitán.
-No lamente lo que acaba de ocurrir. Mejor discúlpese por haber roto una de las normas.
-No se a qué se refiere –aunque en el fondo sí lo sabía.
-Creo que recuerda hace unas dos semanas a alguien escondido tras unos fardos espiando. ¿Le suena señor Howard? –otra vez aquel señor Howard. Cuando el capitán se sentía seguro me lo lanzaba con tono de superioridad.
-No podía dormir…
-Howard, si no respeta las normas no podré protegerle –estas palabras no las dijo con tono irónico de superioridad. Esta vez sonaba a consejo paternal. Y viniendo del capitán no pude hacer más que escuchar con mucha atención.

Ahora el capitán varió su discurso, moduló su voz para contar una historia, su historia.
-Howard, usted es un hombre de cultura, por lo que no juzgará negativamente esta historia que le contaré. Nací a finales de mil ochocientos setenta y tantos, no recuerdo exactamente el año, pero sí que fue hace mucho tiempo, en la costa de Nueva Inglaterra. Mi padre pasaba la mayor parte de su tiempo bebiendo, por lo que fue mi madre quien se ocupó de mí y de mis siete hermanos. Yo era el mayor de todos y ya desde pequeño tuve la responsabilidad de colaborar para sacar adelante mi familia. Primero como estibador en el puerto. Luego, una vez murió mi padre, me dediqué a otros “trabajos” menos legales. Así empezó mi carrera como contrabandista, unas veces eran alimentos y otras como en este caso licores. No conozco otro oficio, en definitiva un modo de ganarme la vida, fuera de la ley, pero sin hacer daño a nadie. Siempre he sido el responsable de mi vida, nunca he permitido que nadie decidiera por mí –hizo una pequeña pausa y prosiguió-. Entenderá Howard, que tratar con estos rufianes no es nada fácil. Para mantener una disciplina hay que usar de mano dura con ellos. Así lo fui aprendiendo, la vida es la mejor universidad, y usted me disculpará por hablar en estos términos, pero quien no aprende de la vida termina siendo engullida por ella. Hay que tomar nota de cada señal que nos da, pues posiblemente no nos dé un segundo aviso. La experiencia me ha demostrado que la única forma de mantener el control en estos negocios es no ser blando, ser inquebrantable con las decisiones que se toman.

El capitán se sentó en unos cabos que enrollados y amontonados formaban una especie de taburete. Se encendió un cigarrillo, expulsando el humo con parsimonia.
-Siéntese, Howard –me dijo, señalando otros cabos dispuestos de la misma forma.
-Gracias, capitán.
-¿Por qué le cuento todo esto se preguntará?, porque no soy el único que se ha enterado de su correría nocturna Howard. La tripulación sabe lo que no debería, que usted conoce cual es nuestra carga y a qué se dedica este navío. Y están intranquilos, se encuentran muy nerviosos. Conozco a este tipo de personas como si fuesen mis hijos, sé cuales son sus pensamientos y sus reacciones. Y Howard, ambos son de lo más primario, de lo más instintivo. Comentan entre ellos, los he sorprendido formando corros, conspirando. Me gustaría equivocarme, pero lo sé, el siguiente paso será pedirme que lo arroje por la borda. Los podré controlar por un tiempo, no sé cuanto, pero lo intentaré hasta que lleguemos a Londres. Lo contrario supondría un motín, una rebelión para hacerse con el barco.
-¿Por qué lo hace, por qué me defiende si no me conoce capitán? Otra opción sería aceptar la propuesta de sus marineros ¿no? Así se ahorraría usted muchos problemas –dije, intentando llegar a las conclusiones últimas del capitán.
-Howard, aunque usted crea que soy una persona sin principios, los tengo. Cumplo unas leyes que son las del mar, pero a diferencia de esta chusma, sigo unas normas que para mi son inmutables y entre ellas está la palabra dada. Le dije que le llevaría a Londres y así lo haré. Además aceptar las condiciones de ellos sería recortar una parte de mis poderes y dárselos a ellos. Al final el resultado vendría a ser el mismo, pues ellos seguirían reclamando más poder de decisión.
-Se lo agradezco en el alma capitán, ahora sé que la integridad no conoce de clases o cultura, sino de personas. Y usted es una de ellas.
-Ahora, Howard, vuelva a su camarote y descanse. Le ruego que a partir de este momento reduzca sus salidas al exterior al máximo.
-Buenas noches capitán –regresé a mi camarote sabiendo que mi vida peligraba en el barco, pero también que no estaba solo en esta arriesgada travesía.