miércoles, 10 de noviembre de 2010

MÚSICOS DEL MIEDO, de la A a la Z (7)


Fabio Frizzi

Músico italiano que realiza composiciones para películas de serie B, como “Nueva York bajo el terror de los zombi”, “Miedo en la ciudad de los muertos vivientes”, “Manhattan Baby” o esta, “El más allá”. Dedicado últimamente a la televisión.




Philip Glass

Con la música para los documentales “Koyaanisqatsi” y “Powaqqatsi” (Glass comenzó y continúa en este campo) conquistó una fama que debo reconocer la vi en un principio injusta. Tonos minimalistas, opresivos en muchas ocasiones, que me hacían recordar al peor Michael Nyman. Sin embargo con el tiempo, quizás después de acostumbrar mis oídos, o de entender mejor el mensaje de su música, debo confesar que es uno de los autores que sigo.

Su música no podía quedar apartada del “fantástico”. Sus tonos oscuros y agobiantes cuadraban a la perfección con este cine. Y así fue como de la mano de Soavi presenta la música para “El engendro del diablo” ( hay que pensar que detrás está Darío Argento). Aunque su consagración en el cine de terror le llega con Candyman (intentaré no pronunciarlo más veces...) y más tarde con su secuela.



Más tarde realiza una composición para el Drácula de Browning, llena de música sugerente y simbólica. La composición más lograda para el cine la realiza para “Las horas”. Una de sus últimas y mejores composiciones la escribe para “El ilusionista”.




Goblin

Banda de rock italiana que está unida indefectiblemente al nombre de Darío Argento, el padre del terror moderno. Como el director, tiene sus detractores más implacables, ¿pero acaso una película de Argento podría rodar con otra música?

Para este construye las bandas sonoras de “Rojo oscuro”, “Suspiria”, “Tenebre”, “Phenomena” o “Insomnio”y para la producción de Argento a Romero “Zombi”. Una curiosidad, el compositor Claudio Simonetti estuvo en esta banda.




Elliot Goldenthal

Goldenthal un músico atonal y en ocasiones con unas composiciones que por lineales resultan algo aburridas logra recrear ambientes que cuadran a la perfección con los objetivos de sus películas, sobre todo en el campo del fantástico. Su primera incursión en el terror llega de la mano de Stephen King, recreando la música de una de sus mejores novelas junto a “El resplandor” (el tema de los Ramones para la película es de mis favoritos).



Para Fincher hace la música de una película que no me gustó la primera vez que la vi, pero que en el segundo visionado (quizás porque vi un montaje realizado por el propio director), me enganchó. Se trata de Alien 3, y su música invade de extrañas sensaciones la opresiva cárcel fortaleza espacial llena de alienígenas.

Sin embargo su consagración definitiva en el mundo del fantástico y de la banda sonora le llega con la magistral “Entrevista con el vampiro”, sugerentes coros, música íntima y suave, hacen que la película recree el ambiente “vampírico-romántico” que tan de moda está ahora.



Varios Batman, “Esfera”, la música para el fallido film de Jordan, “In Dreams” y “Final Fantasy” son algunas de sus composiciones para el género.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

EL MISTERIOSO CASO DE LOS PENDIENTES DE ORO

Marta Moreti leía el periódico en el salón de su casa, sentada frente a la ventana, las arrugas de su octogenario rostro se dibujaban en su blanca piel como las ondulantes dunas de una playa. Su pequeña nariz se contrajo, como si en la noticia hubiese olido el misterio. Su viejo olfato de sabueso no había perdido el poder de intuir el intenso olor del rastro criminal. El titular anunciaba: “Extraño asesinato en Parla”. Marta lo leyó con avidez. Un joven es encontrado muerto en el interior de un coche. Todos los indicios apuntan a un asesinato, pero no hay señales de violencia, ninguna huella dactilar, ni siquiera de pisadas en el exterior del enfangado campo. Únicamente las marcas de los neumáticos del vehículo allí estacionado. Sin embargo en el cuello del joven aparecieron unos pequeños rastros circulares que indicaban una acción exterior. Marta levantó su cansada vista del papel impreso mientras su mente se llenó de imágenes de un lejano pasado que acudieron a ella como una historia vivida el día anterior.

A su primera gran investigación la prensa la bautizó como el “caso épsilon”, aunque Marta conocía la historia mejor que nadie, pues vivió en primera persona el terrible asesinato de Virginia de Soto y su desenlace. De hecho fue asediada por la prensa los días siguientes a que su nombre saltara a las columnas de los diarios. Prensa, televisión y en general curiosos, se acercaban hasta la calle Huertas a la espera de encontrársela. Aquel caso le granjeó una notoriedad que le resultaba molesta, pero que cambió para siempre el resto de su vida, no sólo en lo profesional, si no también y sobre todo en lo personal.

Y el siguiente paso en su carrera de detective le llegó enseguida. Con el extraño caso de los pendientes de oro, que ahora acudía fresco y reciente a su mente al leer la noticia en la prensa. Con él Marta descubrió que su ingenio y su intuición siempre habían estado latentes dentro de ella, pero ahora se habían afilado como incisivos cuchillos. Aquel fue su licenciamiento definitivo en el oscuro mundo de los casos criminales.



Acababa de regresar de las vacaciones en Canarias junto a su madre. Debía ser finales de agosto o principios de septiembre. Los nombres de Ricardo, Emi o Virginia todavía bailaban en su cabeza dibujando extraños mensajes. Sin embargo la tranquilidad de aquellos días habían rejuvenecido no sólo a su cansada madre, sino que habían revitalizado su cerebro como si hubiese recibido una descarga de energía positiva. Pese a la notoriedad que le había dado el caso épsilon, Marta intentaba recuperar una normalidad que le pedía su sentido común. Vuelta a los desayunos en el “Sueño” y a la cotidianeidad de su oficina.

Fue precisamente en su apartamento de trabajo donde nuevamente una visita rompió el comienzo del día. Marta recordaba la cara de la mujer cuando entró por la puerta, a su mente acudieron los antiguos temores de Blanca, porque la mujer lloraba de forma abundante y desconsolada. Se llamaba Ángela y su rostro de mediana edad se contraía por las emociones del dolor.
-Tiene que ayudarme- le dijo con angustia a Marta, sentada frente a la mesa de su despacho.
-Cuéntemelo todo, por favor- fue lo único que acertó a decirle en aquellos momentos, todavía presa de los sentimientos revividos de su último caso.

Habían asesinado a su anciana madre. Ángela con la voz entrecortada por la fuerte emoción narró a Marta como la encontró el día anterior postrada en la cama, inerte, con las huellas visibles en su cuello de haber sido estrangulada. Todo a su alrededor estaba revuelto, los cajones y armarios abiertos, la ropa tirada por el suelo y los objetos más valiosos sustraídos.

-¿Todos?- recordaba Marta que la interrumpió con la pregunta.
-¿Cómo dice?- le preguntó Angela con una curiosidad que había ganado al llanto durante un breve instante.
-Sí, que si habían desaparecido todos los objetos más valiosos.
-Incluso los que mi madre mantenía más ocultos- fue la respuesta que dejó satisfecha a Marta y que abrió un pensamiento en su mente.

Aceptó el caso de inmediato y le pidió ver la casa de su madre esa misma tarde. Ángela le dijo que no la podía acompañar, pero que se lo diría a su hijo para que la llevase. Marta se despidió de la destrozada hija con una profunda reflexión de comprensión, pero también de ligero temor, habitando en su mente. Pero antes de que se marchase Marta le hizo una última pregunta.
-¿Alguien tenía llaves de la casa de su madre?
-Únicamente yo y siempre las llevo encima. Me decía que con tanta sofisticación de blindaje si un día se quedaba fuera ningún cerrajero del mundo podría abrir la puerta.

A la hora señalada se presentó el nieto en su casa. Se llamaba Daniel, un joven de unos veinte años, apuesto y muy educado, como pudo comprobar posteriormente Marta. Se dirigieron a la casa de su abuela en el viejo Astra. Las indicaciones del joven la llevaron hasta Alcorcón, a los pies de un alto edificio de doce plantas.
-Aquel es, el séptimo de la esquina- dijo Daniel señalando con su mano- Marta observó con sus penetrantes ojos el entorno. Una pared lisa imposible de escalar, ni de descender, demasiada altura para entrar por la ventana de la fachada.
-¿La ventana de su habitación es la que está abierta?- le preguntó Marta.
-Sí, mi abuela siempre fue muy calurosa y dormía con las ventanas abiertas- Marta se fijó que la casa de al lado tenía las persianas echadas.
-¿Quién vive junto a tu abuela?
-Nadie. La casa lleva vacía más de veinte años.

Marta subió a ver el piso, aunque en realidad fue a cerciorarse de otras cuestiones. Comprobó que no había patio interior, que en el descansillo sólo había dos viviendas y que la puerta de entrada al edificio permanecía abierta porque el telefonillo no funcionaba, aunque afortunadamente el ascensor sí.

Los recuerdos de la noche oscura, sin luna, aparecían recientes en la memoria de Marta. Con una potente linterna en sus manos se dirigió al domicilio de la anciana, pero no fue esta puerta la que forzó. Con sus ganzúa se afanó en la cerradura de la puerta contigua. La última que abrió de esta manera fue la de Toni y el recuerdo en aquellos momentos no acudió de forma agradable, como tampoco el pensar en el apartamento de Carmen. Sin embargo el olor que inundaba aquella casa era a cerrado, a suciedad acumulada por el paso de los años. El foco alumbró el suelo, una inmensa capa de polvo que se coloreaba blanco como la nieve al contacto con el haz de luz. Pero ni una sola huella de pisada, nada que indicase una cercana presencia humana en el tiempo. Buscó el interruptor de la luz, pero tras pulsarlo varias veces comprobó que la casa permanecía en la oscuridad.

Iba a dar la vuelta para irse cuando su luz chocó contra algo que le lanzó un pequeño destello. Volvió a alumbrar a lo lejos, en el salón, a los pies de la ventana cerrada. El brillo se hizo más intenso. Se acercó hasta el salón para comprobar que eran dos objetos, concretamente dos pendientes de oro con forma de aro. Su potente brillo indicaba que habían sido depositados allí recientemente, sin que el polvo hubiese dado cuenta todavía de su pulida superficie. La extrañeza se apoderó de Marta, un suelo sin ninguna pisada y allí en medio de la nada unos pendientes de oro. Los recogió con un pañuelo y los metió en una bolsa de plástico.

Pero el misterio lejos de disminuir se hizo más sólido cuando junto a sus pisadas, y tras barrer con su linterna el suelo, descubrió sobre el polvo unos pequeños círculos paralelos que iban desde la entrada a la ventana. Sin pensarlo dos veces sacó su cámara para fotografiar aquellas extrañas huellas. En su mente se proyectó la imagen de un angel que con patas de palo hubiese pasado por allí dejando caer su áurea carga en el suelo.

Regresó a su casa y se metió en la cama con la incertidumbre, pero con la gestación de una idea en su cabeza se durmió aquella noche.

Cuando su amigo Miguel al día siguiente le dio los resultados de los análisis sobre los pendientes no le extrañaron en absoluto las conclusiones.
-Ni una sola huella, además la hija nos ha confirmado que pertenecían a su madre- le dijo Miguel-. ¿Y esta vez me explicarás dónde encontraste los pendientes de la fallecida?
-Mañana te lo diré sin falta, de echo seguramente te necesitaré para realizar un arresto.

Envuelta en un torbellino de sensaciones, inundada de frenesí por el posible descubrimiento e iluminada por una luz que se había encendido dentro de ella, acudió al domicilio de Ángela. Allí la recibió su hijo Daniel que le dijo que su madre había salido. Marta con el pretexto de que necesitaba una documentación sobre su abuela, esperó en la cocina a que el nieto buscase los papeles que le había solicitado. Con un poco de plastilina hizo el resto.

Al día siguiente Marta acudió otra vez al domicilio de Ángela, pero esta vez acompañada de Miguel. Le alegró que nuevamente la madre no estuviese y fuese el joven el que los recibiese. Pudo notar como en la cara del chico se reflejaba un miedo que no podía ocultar y que el día anterior no había asomado a su rostro.
-Bonitas banquetas- le dijo Marta.
-¿Cómo dices?- le preguntó extrañado Daniel.
-No le demos más vueltas. El misterio sólo ha durado unas pocas horas- sin esperar una respuesta del chico y ante la atenta mirada de Miguel, la detective continuó hablando-. Tú sabías perfectamente donde guardaba tu abuela todas sus joyas y objetos de valor, incluso me imagino que sólo a tu madre y a ti os confiaría sus escondites más secretos por si le pasaba algo. El problema era como entrar en la casa, aunque la respuesta pronto acudió a tu mente. Había que crear un gran misterio, ¿verdad?, forzar la cerradura de tu abuela era una tarea simplemente imposible, por lo que entrar por la casa del vecino sería lo más apropiado y fácil..., parecería que un angel hubiese entrado volando por la ventana de tu abuela.
-¿Y acaso han encontrado huellas mías en el piso del vecino?
-Técnicamente son huellas tuyas, aunque no de tus pies, si no de tus banquetas. Acudiste por la noche con estas dos al domicilio de tu abuela –señaló los dos taburetes que estaban bajo la mesa-. Las huellas que tomé ayer de la base de las patas coinciden con las huellas dejadas en el polvo en casa del vecino. Abriste la cerradura, fácil, pues una casa vacía no tendría un gran sistema de cierre. Para no dejar huellas de tus pisadas fuiste avanzando de una banqueta a otra hasta llegar a la persiana. La abriste y accediste al dormitorio de tu abuela. Este era el paso más difícil, pero eres un chico ágil y los escasos centímetros que separaban las ventanas no fueron obstáculo para ti. En su cama la asesinaste, cogiste todos los objetos de valor de los lugares que ya conocías y revolviste la habitación para simular un registro En todo momento actuaste con guantes, porque ninguna huella se ha hallado en la casa.. Volviste nuevamente por la ventana abierta a casa del vecino, cerraste la persiana y en la oscuridad no te diste cuenta de que unos pendientes de oro de tu macabro botín se deslizaron hasta caer al suelo. Misterio resuelto- terminó sentenciando Marta.
-No quería matarla- dijo Daniel llorando-. Se despertó y me vio allí de pie... tuve que asfixiarla...- ahora su llanto se convirtió en un profundo sollozo.- Debía dinero, tenía que pagarlo o me matarían...

En ese momento el joven intentó escapar corriendo, pero las manos de Miguel lograron alcanzarlo por la cintura y retenerlo contra la pared.

-En pocos días Ángela ha perdido una madre y un hijo- fueron las palabras de Marta.



Estas últimas palabras resonaron en su mente, mientras el sol de la mañana iluminaba su rostro. Unas pequeñas lágrimas rodaron por sus arrugas devolviendo a su piel un brillo que hacía tiempo había perdido. Inundando sus ojos de unas lágrimas que la hicieron atravesar el recuerdo en un viaje temporal al que regresaba con asiduidad. Siempre mientras leía el periódico.