martes, 29 de septiembre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (3)

(II)

La noche eterna cayó como un manto sobre la bruja Jennifer. Cuando aquel tentáculo la arrastró a aquel infierno pensó que su vida se terminaba. Pero ahora estaba allí. No sabía dónde, pero estaba viva. O algo parecido a la vida.

Todo era oscuridad. La rodeaban llamas enormes que aparecían y desaparecían. No podía verlas. Pero Él se lo había dicho. El calor debía ser asfixiante, pero no lo notaba. No podía moverse y sin embargo sentía que su mente se desplazaba.

(-Eres mía Jennifer) –sintió que alguien le susurraba. Aunque no podía oír.
(-Quién eres?) –La pregunta salió directamente de la mente de Jennifer. No necesitaba la boca para hablar.
(-Soy tu dueño)
(-Yo no soy esclava de nadie. ¡Déjame salir!)
De repente un dolor escalofriante le recorrió todo su ser. Como si le hubiesen clavado agujas en cada una de sus terminaciones nerviosas. No era sólo un dolor físico. Era también su mente retorciéndose, contrayéndose, aplastándose... Nunca en su vida había sentido un dolor tan extremo. Aquello era como tener consciencia de la locura.

(-¡El dolor! Es insoportable…¡para!, por favor ¡para esta locura! Te serviré como tú quieras, seré tu esclava pero ¡por favor, para!)

Tal como llegó, se fue. Dejó de sentirlo inmediatamente. Su ente, pues no podía definir su estado físico de otra manera, se calmó. Ahora sus sentimientos eran otros. La cosa los leyó.

(-Sí, Jennifer, siente odio y rabia. No controles tus pensamientos, deja que llenen todo tu ser. Siéntelo por quien te trajo conmigo.)
(-Sí, él es el único culpable.)
A su mente acudieron los recuerdos en borbotones. Lo tenía todo planeado. Howard, claro, ya recordaba su nombre. Debía haber muerto en el altar. La bestia tenía que haber resucitado. Su misión era volver a regir los destinos de la Tierra. Ella hubiese sido su dueña y Él su esclavo. Ahora era al revés y solo él tenía la culpa. Howard.
(-Sigue pensando así, Jennifer)

En aquella oscuridad no existía el tiempo. No había un cálculo del mismo en horas o segundos. Todo se medía en sentimientos, en dolores, en instintos, en rabia. Cuanto mayores eran éstos, más grande era su alimento de venganza. Más llena estaba.

lunes, 21 de septiembre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (2)

Me aterrorizaba la noche, la oscuridad. Cuando las luces se apagaban empezaba mi pesadilla. Muchas son las que he tenido desde aquel día en que visité a mi tío en Innsmouth para descubrir que estaba maldito. Más aún tuve después de que me hube trasladado a Arkham y viví, o soñé, aquella pesadilla de aberración. Ya no sé qué fue realidad o qué ficción. Porque los médicos que me trataron dijeron que sufría un trastorno grave del sueño. Que cruzaba la realidad con la irrealidad del sueño. Que el golpe en la cabeza había roto esta barrera de discernimiento.

Unas noches soñaba con la sacerdotisa, que me había cuidado desde que era pequeño. Para finalmente descubrir que todos los años de atenciones no eran sino una preparación para el sacrificio. Se repetía una y otra vez la misma pesadilla. La bruja vivía en un submundo, esclava del ser Primordial. Rodeada de llamas en la más absoluta oscuridad. Gritaba, chillaba y se retorcía clamando venganza.

Otras noches mi mente me traía sueños de la abyecta figura de mi tío postrado en la cama. Corría nuevamente por las calles de Innsmouth, perseguido por el Gran Pez que quería llevarme a su reino bajo el mar. Llegaba hasta lo más alto del campanario para descubrir que el monstruo había subido detrás de mí. Se lanzaba con fuerza contra mi cuerpo, abrazándome con sus deformes brazos. Ambos caíamos en un vertiginoso abismo en el que no encontrábamos fin.

Recurrente era también la pesadilla en la que descendía otra vez a los infiernos de Arkham. Al entramado de pasadizos y cuevas bajo la Universidad de Miskatonic. Arrastrado por el maldito libro forrado en piel humana. Las invocaciones que en él estaban escritas eran recitadas en voz muy baja. Gargantas no humanas emitían los sonidos impronunciables del Necronomicón. Los oía como una lejana letanía mientras estaba atado, listo para morir en un negro altar de sacrificio.

¿Era realidad o solo producto de mi imaginación? sentir que mi mente me arrastraba mientras dormía, que había algo poderoso que me impulsaba a seguir soñando, a seguir con las pesadillas, a ir en dirección al abismo. No podía abandonar la senda que sin duda me abocaba a una segura perdición.

Así pasaba mis noches, mientras me despertaba en mitad de ellas sin saber si todo había sido un sueño. Si lo había vivido alguna vez. ¿Estaba perdiendo la razón? ¿el rubicundo director estaba en lo cierto y quizás la cordura me había abandonado?

Patricia siempre venía corriendo a mi habitación al oír mis gritos. Era mi ángel de la guarda. Mi confidente. Quizás mi nexo con la realidad, con la razón.

-¿Se encuentra bien Howard? –recuerdo que me preguntó una noche en que había tenido una de mis habituales pesadillas.
-Patricia…la bruja, había salido de las llamas.
-Howard, ha estado soñando. No ocurre nada, está en su habitación del sanatorio, conmigo.
La abracé y noté su calor, su respiración. Me transmitió una tranquilidad y serenidad que no había sentido desde hacía muchos meses. Lloré.


Pero aquella noche de principios de octubre fue sin duda la peor. Era oscura, sin luna, en el exterior se desarrollaba una batalla de agua y viento. Dentro de la habitación oía como el aguacero batía contra las ventanas. El viento lanzaba un lastimero gemido como si intentase colarse dentro. No tenía hambre y apenas había cenado. Me metí en la cama y fue entonces cuando empecé a oírlo. Primero fue un leve deslizar que se confundía con el viento, pero luego oí claramente como algo reptaba por la pared. Encendí la luz, me levanté y me dirigí hacia la pared. El ruido cesó de golpe. Me acosté un rato después con la sensación de que algo, lo que fuese, seguía ahí, deslizándose entre las sombras, por mis sueños. Me dormí.

Me encontré en el largo pasillo que comunicaba con todas las habitaciones de la planta. Mi dormitorio estaba al principio del mismo. Las luces mortecinas de los fluorescentes iluminaban el corredor. Uno de ellos debía estar estropeado, parpadeando como una espectral sirena de alarma. Oía de nuevo el leve reptar a lo lejos. Un suave murmullo de algo que se arrastraba. Miré detrás mío y no había nada. Al volverme la vi. Estaba al final del pasillo, con su bata blanca. Movía la boca intentando decirme algo, pero sólo se oía el silencio. Corrí hacia ella gritando su nombre. ¡Patricia! Ningún sonido salía de mi boca.

Cuanto más corría más parecía aumentar la distancia que me separaba de ella. Mis pasos eran sordos, mis gritos vacíos. Ahora se oía de nuevo el continuo arrastrar, cada vez más alto. Ella se giró hacia atrás llevándose las manos a los oídos. Al volverse de nuevo hacia mí vi que su cara reflejaba un horror sin nombre. Su bello rostro estaba desencajado por el terror. Detrás de ella un tentáculo informe se arrastraba en su dirección. Intentaba correr, movía sus piernas con desesperación, pero seguía en el mismo sitio. Me miró por última vez con sus grandes ojos azules. Se despedía. Pero el horror continuaba. Durante un suspiro creí reconocer en su rostro la cara de la sacerdotisa. Fue sólo un momento, lo justo para que casi perdiese la razón. Luego el tentáculo se aferró a ella, tirando hacia atrás con fuerza y luego desapareciendo por un corredor lateral. En ese momento noté que ya podía moverme y me lancé con furia hacia delante. Me caí de la cama.

Estaba de nuevo empapado en sudor. Me dolían las piernas. La garganta me ardía como si hubiese estado gritando toda la noche. Estaba exhausto. Me volví a dormir entre mis revueltas sábanas. Ya no soñé más.

La luz del nuevo día entró por la ventana para hacerme olvidar la noche anterior. Qué apetito tenía, iba a ducharme rápido para ir a desayunar. Salí de la habitación y pregunté por Patricia a un celador que pasaba por allí.

-¿Dónde está Patricia?
-No lo sé. La estamos esperando desde primera hora de esta mañana. Debe haberse quedado dormida.
Sin darle mayor importancia entré en el bullicioso comedor. Me uní al frenético ir y venir de bandejas.

Los días pasaban y las noches de pesadillas cada vez eran menos. Ya solo tenía vagos recuerdos de lo que alguna vez soñé. El descanso de la mente se reflejaba en mi aspecto, ya no arrastraba mi cuerpo de cansancio. Ahora era una persona con vitalidad, veía el mundo con optimismo. Una alegría que se veía mermada por la falta de Patricia. Seguía preguntando por ella continuamente. Me comentaron las otras enfermeras que había desaparecido. Su casa la encontraron tal como la había dejado el día anterior. No había señales de violencia o de que le hubiese pasado algo. Preguntaron a sus familiares y amigos. Ninguno conocía su paradero. La inquietud se apoderaba de mi mente cuando pensaba en el sueño del tentáculo. Pero lo desechaba excusando interiormente la desaparición como un capricho de la joven, que seguramente había encontrado otro trabajo y se había marchado repentinamente.

Los comentarios sobre ella en los corros de enfermeras y celadores eran habituales. El continuo recuerdo de Patricia me mantuvo en una zona templada de emociones. Me asaltaba con frecuencia la idea de que el sueño fuera en parte real. Pero mi lado racional enseguida aportaba una razón verosímil a la desaparición. De hecho estos pensamientos me acompañaron hasta el día en que el director me mandó llamar de nuevo a su despacho. Era una luminosa mañana de finales de enero.

-Buenos días señor Howard. Veo en su informe que los progresos en su curación han sido prodigiosos.
Hizo este comentario mientras ojeaba un enorme cartapacio con documentos, manuscritos y gráficas que imaginaba era mi informe médico. Mientras estuvo hablando conmigo no levantó en ningún momento la cabeza de los papeles. Al parecer ya había perdido todo interés en mi caso. Lo cual me alegró sobremanera.
-¿Y cuál es el siguiente paso? –quería terminar cuanto antes con aquello. Nunca estuve cómodo en presencia de este tipo.
-No tan rápido señor Howard. Antes quiero conocer sus impresiones sobre nuestro gran sanatorio.
-Usted lo ha dicho, un gran sanatorio.
-Con los mejores médicos y personal especializado. No lo dude señor Howard, gracias al buen hacer y grandes conocimientos de nuestros…
-Señor director –le interrumpí-, se lo ruego, llevo cuatro meses encerrado en su “gran” sanatorio. Estoy convencido de las bondades de su personal sanitario. Pero dígame, por favor, si estoy curado y cuándo puedo abandonar su residencia.
-¡Ejem! –carraspeó el director, sin duda incómodo por mi forma de expresarme. Estaba acostumbrado a tratar con personas mentalmente más débiles. Yo en ese momento me encontraba fuerte. De hecho pensaba que nunca había sufrido enfermedad alguna, que había sido un error el que me hubiesen mandado a este lugar.
-¿Y bien? –añadí.
-Efectivamente señor Howard está usted curado. Desde este momento puede recoger sus pertenencias y abandonar el sanatorio.

Aquellas palabras sonaron a música celestial en mi cerebro. Por fin podía volver a mi casa en Providence. Ya no me sentía un loco, un inventor de historias macabras. Aquello terminó. Ahora tenía que volver a ser la persona normal que era. Con un trabajo, una casa y una mente sana. Empezaba la vida del nuevo Howard.

lunes, 14 de septiembre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (1)

Dicen que después de la tempestad viene la calma. ¿Pero cuándo pasará esta tempestad? Llevo encerrado en esta habitación desde que me dieron de alta en el hospital. Hace ahora cinco meses. El golpe en la cabeza fue leve y a los pocos días ya estaba completamente restablecido del mismo. Pero ahora el dolor no es físico. Es mucho peor, es un dolor del alma. Los médicos dicen que necesito reposo, porque el traumatismo me produjo daños en la corteza del cerebro que rige el sueño.



El sanatorio de Providence se encontraba en las afueras de la ciudad. Era un gran edificio blanco con una parte central más elevada. Rematada por una torre que se erguía sobre el resto como testigo silencioso de las pesadillas que acogía en su seno. A los lados tenía dos edificios más bajos y alargados que se abrían en ángulo hacia fuera como queriendo atrapar al visitante despistado. Las ventanas se alineaban en una milimétrica sucesión. Paradójica cordura de lo que albergaba en su interior.

Lo recuerdo todo como si fuese ayer. Me veo atravesando el tupido bosque del norte de la ciudad por una estrecha carretera mal asfaltada, sentado en el asiento de atrás de la ambulancia que el Hospital había puesto a mi disposición, cómo llegamos por fin a los pies de la alta verja que rodeaba el edificio, una sólida barrera de gruesos barrotes rematada por puntas de lanza, con una cancela más alta, que cerrada formaba un arco apuntado. Recorrimos luego un angosto camino de tierra que serpenteaba por el abrupto terreno hasta llegar a la explanada donde estaba situado el sanatorio.

Me condujeron dos enormes celadores al despacho del director. Un orondo y bajo individuo de rosadas mejillas y nariz chata. Me escrutaba con sus pequeños ojos de arriba a abajo. Estaba de pie frente a mí y me tendió su mano.

-Bienvenido a nuestro humilde hogar, señor Howard. Espero que su estancia con nosotros sea de lo más agradable –dijo el director.
-Y yo espero poder irme lo antes posible.
-Seguro señor Howard, para ello contamos con los mejores especialistas. En unos días estará totalmente restablecido. Sus noches estarán libres de malos sueños y pesadillas.

Dudé por un momento en contarle que estaba bien, que mi dolencia se podía curar con reposo en mi casa. Pero no serviría de nada. Así que cambié el curso de la conversación.
-¿Podría hacer una llamada?, he dejado asuntos pendientes que requieren de mi intervención.
-Señor Howard, su curación es lo primero, y para ello es necesaria la incomunicación. Tenemos que llegar al centro de la afección y no debe haber ninguna interferencia exterior. Espero que sepa entenderlo –el director mostraba una estúpida sonrisa que delataba su previsible discurso que casi con seguridad lanzaba a cada nuevo inquilino del sanatorio.


Mi habitación era grande y soleada. Pintada de aséptico blanco, no presentaba ni una grieta, ni una mancha. El mobiliario era sobrio, una pequeña mesita de noche, un armario de dos puertas y una cama situada al lado de la ventana. Todo era de un blanco inmaculado. El entrar en la habitación dañó mis retinas. Fue como pasar a una nueva dimensión de luz.

Las mañanas las dedicaba a recorrer el jardín de la parte de atrás. Un entramado de caminos entre bajos setos que delimitaban zonas interiores para flores de distintos colores y tamaños. Enormes árboles de frondosas hojas daban una deliciosa sombra, haciendo de cada paseo una reconfortante terapia.

Sentía como la fuerza volvía a mi cuerpo, a mi cabeza. Las atenciones que me dispensaban eran excelentes. Mi enfermera Patricia me cuidaba con todo el cariño del mundo. Era una joven de unos 21 años, de pelo rubio, con unos grandes ojos azules que le llenaban el rostro de una viva expresividad. Se notaba que acababa de terminar sus estudios y quería agradar.

-Señor Howard, ¿cómo va con su paseo matutino? –dijo Patricia.
-Caminar por este jardín relaja mi mente. Y por cierto, no me llames señor, por favor, me haces sentir mayor de lo que soy.

Patricia se quedó mirándome durante un rato. Algo pasaba por su cabeza y no se atrevía a decírmelo. Al final, titubeando, me habló.
-Perdone que me meta donde nadie me llama, pero ¿tiene alguna dolencia? Se le ve tan sano mentalmente, a diferencia del resto de pacientes, que me extraña mucho verle aquí.
-Es miedo, Patricia, miedo a las pesadillas. Miedo a mis recuerdos, a lo que pasó…No puedo hablar de ello ahora.
-No tenga miedo, este es un lugar muy tranquilo. Nadie se acerca hasta aquí si no es para ingresar.
-Patricia, no lo entendería, el miedo no es a algo físico. No es a algo que viva en este plano de la existencia…
No pude seguir hablando. Mi cabeza empezó a llenarse de recuerdos. Me senté en un banco cercano y me cubrí la cabeza con mis manos. Estaba volviendo a derrumbarme. Me repetí que tenía que ser fuerte.
-Siento haberle puesto en este estado…
-No se preocupe Patricia, ya me encuentro mejor. –Me fui caminando de nuevo a la habitación, con el pensamiento puesto en el pasado.

A partir de esa mañana siempre que salía a pasear intentaba encontrarme con ella adrede. La buscaba entre otros pacientes o entre grupos de enfermeras. Charlaba con ella durante largos ratos mientras caminábamos juntos por el jardín. Estaba llena de vida. Me contagiaba de optimismo. Una mañana, no recuerdo como se inició la conversación, pero comenzamos a hablar de asuntos más personales.

-¿Y usted no está casado?
-No, nunca he encontrado a la mujer de mi vida, si a eso se refiere.
Patricia se ruborizó, pensando que había ido demasiado lejos con su pregunta. Se quedó callada por un momento y yo proseguí la conversación.
-Espero encontrarla, sin duda, una mujer normal y sensata. Que soporte mis locuras –dije esto último con un poco de sorna.
-No diga tonterías, usted no está loco. Únicamente está pasando por una etapa de su vida llena de contradicciones. Si no ha encontrado ninguna mujer seguro que no es culpa suya...
Se interrumpió cuando iba a terminar la frase. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos que parecieron años. Cuando más sumergidos estábamos en nuestra mirada apareció la supervisora que venía por un camino lateral .
-Hola Patricia, ¿puedes ir a la 102? El paciente necesita atención.

viernes, 11 de septiembre de 2009

DE PIE


Era sábado por la mañana y un rayo de sol, que se había colado por una rendija de la persiana, se posó en el rostro de Juan, que hasta entonces dormía plácidamente en su cama. Abrió primero un ojo y poco a poco el segundo, pero despacio, acostumbrando sus retinas a la claridad que iba inundando la habitación. Su mente identificó el día de la semana. Sábado. Fenomenal, pensó. En un rato empezarían los deportes en la tele, carreras de coches, ciclismo, baloncesto y para terminar fútbol. ¿Qué más le podía pedir uno al fin de semana?, pensó Juan.

Sentía una imperiosa necesidad de ir al baño, apoyó el peso de su cuerpo en los brazos para incorporarse en la cama., en ese momento sintió un latido en las sienes como si algo le golpease desde dentro, un incisivo palpitar que le hizo llevarse las manos a la cabeza, sintiendo miles de tambores dentro. Le dolía horriblemente, cada movimiento de su vista le producía una gran presión en su cabeza, una dolorosa punzada que serpenteaba desde los párpados hasta la nuca como un fulminante rayo. También sintió algo en su boca, cuando fue a tragar saliva notó que la tenía seca y con un extraño sabor, como si hubiese tomado leche agria y ésta hubiese seguido fermentando dentro. Estas sensaciones, combinadas, le produjeron unas repentinas ganas de vomitar. Le dio el tiempo justo para volver la cabeza hacia un lado de su cama. Un espeso líquido blanquecino, casi incoloro, brotó como un chorro desde su garganta, formando un repugnante charco que empapó el negro tejido de la alfombra y sus zapatillas, extendiéndose como una lengua viscosa por el suelo. ¿Qué había comido la noche anterior para estar así?. Mientras se hacía esta pregunta se sentó en la cama para ponerse de pie. Al posar el peso de su cuerpo en sus pies, se cayó al suelo, se derrumbó como un edificio dinamitado en sus cimientos. Sus pies no habían podido soportar su cuerpo, un inmenso dolor le subió desde ellos hasta lo más hondo de su cerebro. Gritó de dolor.

Quedó tumbado en el suelo retorciéndose, sufriendo un dolor tan penetrante como no había sentido en su vida. Su cabeza recibió toda la información de los daños, no podía pensar, ni ver, incluso su respiración se había cortado, para luego acelerarse hasta hacerse espasmódica. Mandaba órdenes de mover sus dedos, pero no sentía los pies. Cuando pudo fijar su vista en ellos, estuvo a punto de perder el conocimiento, ante él se presentó un aciago horror. En ambos pies, y a la mitad del empeine, tenía dos grandes cicatrices, el hilo negro sobresalía del borde de los cortes como gruesos pelos. El color ocre del desinfectante todavía teñía parte de la herida, que presentaba la roja coloración de una sutura recién hecha. El horror bañó la mente de Juan como una repentina marea, inundando cada hueco de su cerebro. Abrió y cerró varias veces los ojos, frotándoselos cada vez con más ímpetu, pero aquellos dos grandes labios cosidos le seguían sonriendo desde sus extremidades. Aquello no era una pesadilla, ni siquiera un sueño.

Miedo, pánico, terror...,una avalancha de sensaciones le invadió, sintió todo el peso de la desesperación sobre su cabeza. Miró hacia todos los lados de su cuarto, a una pared, a la otra, debajo de la cama..., debía haber alguien allí, le estaban observando, pero quién. No podía pensar. Sudaba. Estaba mareado, de nuevo tenía ganas de vomitar. Lo intentó, pero sólo consiguió una repetición de arcadas, que se le iban clavando como puñales en su cabeza. Se sentía flotando en una irrealidad, como si viviese la vida de otro, pensaba que aquello no le podía estar sucediendo a él. ¿Por qué? Lloró desconsoladamente, llenando la habitación con un trágico lamento, un dolor que partía de su alma. Tenía que pensar.

Sintiendo todavía el intenso dolor fijado en su cabeza, se giró para ponerse boca abajo y reptando con sus brazos, llegó hasta la puerta de su dormitorio. Debía llegar al salón y llamar a una ambulancia, a la policía...a alguien. Se sentó en el suelo, pegó la espalda contra la puerta, alzó el brazo y agarró el pomo, tiró con fuerza, lo movió desesperadamente hacia izquierda y derecha, pero la puerta permanecía anclada. No se podía abrir. Estaba bloqueada desde fuera. Las preguntas se agolparon de nuevo en la mente de Juan, qué había sucedido esa noche, quién había estado en la habitación con él, quién había bloqueado la salida, y sobre todo, por qué. ¡Por qué!

Tenía que escapar de aquella angustiosa realidad, miraba desesperadamente a su alrededor, intentando encontrar una idea, una solución, algo a lo que agarrarse. Se encontraba bañado en sudor, era frío y pegajoso, notaba como unas gotas se deslizaban por su cuerpo hasta quedar atrapadas en el algodón de su pijama, y otras caían de forma continua desde su barbilla, después de recorrer su cara. La persiana, pensó, debía acercarse a la ventana y desde ahí gritaría a la gente que pasase por la calle. De nuevo reptó hasta situarse bajo la ventana, se sentó en el suelo e intentó abrirla. Pero su horror parecía no tener fin, también estaba bloqueada. Se encontraba atrapado en su habitación, lo habían enjaulado como a un pájaro. Gritó de desesperación. ¡¿Por qué?!

Rodó por el suelo, golpeó con sus nudillos la pared, el suelo, tiró desesperadamente de sus sábanas, se pellizcó la cara...Gritó, gritó, pero nadie le escuchaba, nadie sentía su horror. El dolor era insoportable, no podía aguantar más, necesitaba tomar algo. Necesitaba que alguien le oyese, que alguien fuese a buscarle, que alguien le explicase…¡El dolor!

Estaba agotado, rendido, por el miedo, el dolor, el pánico, la angustia, habían terminado con la poca fuerza que le quedaba. Se sentó con la espalda pegada a la pared mirando como las sombras iban pasando por delante suya, mientras el sol giraba a su alrededor. No sabía las horas que habían pasado, había perdido la noción del tiempo. Agotado. Muy cansado. Pensó en dormir un rato, en cerrar los párpados y no levantarse, pero en su mente seguía rondando la idea de que aquello era un mal sueño, de que despertaría el sábado por la mañana en su cama, dispuesto a disfrutar del día. Se durmió.

Al despertar no podía mover los brazos, en sus hombros tenía dos grandes cicatrices.

jueves, 3 de septiembre de 2009

AVANCE DE PROGRAMACIÓN

Ya está aquí, próximamente en este blog, se estrenará la tan esperada (por lo menos por mí) tercera parte del Ciclo de Arkham. Pero esta vez me he pasado, un poco, en principio pretendía escribir un relato que cerrase este ciclo, pero luego me he puesto manos a la obra y ha salido un libro, no se si tostón novelero, relato entretenido o ni fu ni fa. Ya depende de los que me leáis.

Lo he terminado, pero está en fase de corrección, y yo creo que entre la semana que viene y la próxima lo tenga listo. Mi pretensión es irlo publicando como un serial todos los lunes, como aquellos que hacía Edgar Rice Burroughs, las revistas Pulp o los de la cadena SER (siempre salvando las distancias). He calculado que saldrán alrededor de 30 capítulos e intentaré que cada uno tenga un contenido en sí mismo.

En esta nueva aventura, Howard, después de sus peripecias en Innsmouth y Arkham, consigue un puesto de profesor para un seminario de 10 meses en...¡Sevilla!, sí, habéis leído bien, los Mitos de Cthulhu viajarán a esta ciudad, en el año 1934. Allí se enfrentará a monstruos, conspiraciones y sobre todo a sus pesadillas. Con esta novela creo cerrar el Ciclo...pero nunca se sabe. Lo único que espero es que no se os haga pesado y que lo toméis como una diversión (como tal lo he escrito).

Os adelanto algo:

“Me encontré en el largo pasillo que comunicaba con todas las habitaciones de la planta. Mi dormitorio estaba al principio del mismo. Las luces mortecinas de los fluorescentes iluminaban el corredor. Uno de ellos debía estar estropeado, parpadeando como una espectral sirena de alarma. Oía de nuevo el leve reptar a lo lejos. Un suave murmullo de algo que se arrastraba. Miré detrás mío y no había nada. Al volverme la vi. Estaba al final del pasillo, con su bata blanca. Movía la boca intentando decirme algo, pero solo se oía el silencio...”

“La noche era fría, pero clara, una inmensa luna llena daba luces y sombras en cubierta. De nuevo sonó el extraño aullido y ahora descubrí que provenía del mar. Me asomé por la sucia barandilla de la borda con una expresión de curiosidad y miedo a la vez. Escruté con nerviosos ojos las infinitas aguas que se extendían ante mí. A lo lejos divisé un lento movimiento, unas sombras gibosas se aproximaban hacia el casco del barco...”

“Al llegar a La Campana el ruido lo producían los enormes tranvías de color blanco y amarillo. Esta plaza era un centro neurálgico, cruzada por varias calles como Sierpes o Tetuán, auténticas arterias de la ciudad. Era constante el campanilleo de los tranvías que iban y venían sobre sus raíles, algunos dobles, con un vagón detrás, que solo se enganchaba al entrar la primavera, éste se llamaba jardinera...”

Por cierto, la novela se ha publicado en algunos países y su éxito ha sido arrollador, leed algunas de las críticas:

“...ha nacido un nuevo maestro de la novela de terror”
Stephen King

“...magistral, combina el terror con el costumbrismo”
Washington Post

“...gran novela, propia de un escritor muy inteligente”
Mi madre