miércoles, 2 de diciembre de 2009

EL CAMBIO (AVE REPTILIS)

El disparo sonó como un grito en la niebla. Ella con el alma rota en mil pedazos todavía sostenía el arma en sus manos cuando entró la policía.


Una hora antes.

Sara se postró al lado de la cama. Su llanto no la dejaba hablar, miraba a aquel ser deforme, una parodia de vida, y sollozaba. Había pasado mucho tiempo desde el inicio de la degeneración. Desde los primeros cambios que de forma imperceptible fueron transformando el cuerpo de su amado. Ya no notaba el nauseabundo olor que llenaba el dormitorio, un insano y pestilente hedor que de forma progresiva se había adueñado del aire que respiraba.

-No...lloresssss- dijo el ser que se encontraba tumbado en la cama. Unas palabras que salían forzadas por un sibilante golpe de voz.
-¡Amor, no puedo! ¡Me muero!- dijo Sara entre profundos llantos.
-¡Má...ta...- la voz salía ahogada de la garganta de aquel enorme reptil, entrecortada- ...me!
-No puedo. ¡Dios!, ¡¿por qué has permitido esto, por qué?!- Sara levantaba su cabeza al techo de la habitación, sus manos posadas sobre las húmedas sábanas que cubrían a aquel ser. Imploraba una solución, un final que se negaba a admitir.
-¡Mi...- las palabras brotaron tras una larga pausa, un silencio que llenaba el desesperado llanto de Sara-...ca...jón..., abre..., abre!

Sara miró con la desesperación del milagro venidero, giró la cabeza y vio la mesita de noche a su izquierda. Abrió el cajón con las manos temblorosas, sus lágrimas bañaban sus ojos, ahora grandes como dos lunas rojas al atardecer. Un revólver era lo único que había dentro. Sara lo cogió entre sus manos, estuvo todo el tiempo del mundo mirándolo.


Una semana antes.

-Ssssiénta...te a... mi lado ...ca...riño- dijo el amorfo ser que permanecía tumbado en la cama.
-Amor- ella apoyó su cabeza sobre el tronco del ser. Ahora no lloraba, era el primer momento en muchos días. Creía que se le habían secado las lágrimas, que ya no sería capaz de producir más-, no hables, te pondrás bien.
-Te...quiero- fue capaz de pronunciarlo de un solo golpe de voz- no ...me ...mi...ressss.
-No te dejaré solo, estaré siempre a tu lado. No me importa mirarte. Saldremos adelante, el antídoto hará efecto- ella todavía confiaba; su fe ciega en la curación se negaba a admitir otro final.

Hablaba con Mario y pensaba que no era una serpiente. Quería evadir aquella realidad, cada momento se repetía que aquella pesadilla pasaría, despertarían juntos en alguna isla paradisíaca hablando del hipnótico sueño que de forma conjunta habían tenido los dos. Se reirían del nauseabundo olor que los dos habían sentido, de cómo pensaron que él se había ido transformando en una monstruosa serpiente, un abominable ofidio que ocupaba la habitación de su casa. De cómo ella creía que sólo una intervención celestial podía parar aquella paranoia.

Con la cabeza sobre las impregnadas sábanas Sara esperaba un “Deus ex machina” redentor surgido de algún ángulo de la habitación. Aunque ella sabía que en el fondo Mario sería considerado un Prometeo por los dioses.


Dos semanas antes.

Mario miraba sin asomo de perplejidad el color de su piel, era verde oscura, casi marrón, brillante a la tenue luz de la lámpara del techo. Su capacidad de asombro hacía meses que había muerto. Esperaba algo, no sabía qué; quizás un milagro. Su muerte. Sara no debía padecer más, era su mayor preocupación en aquellos momentos. Él sabía que su reversión era imposible, su final sería trágico.

Su tronco se había alargado hasta tener que enrollarse al final de la cama en un rizo de monstruoso trazo. No lo veía con claridad pero se había visto reflejado en el vaso de agua de su mesa. Sólo había mirado una vez, lo suficiente para volver la vista con rapidez. Sus orejas habían desaparecido, su boca estirado de forma grotesca hacia atrás, su lengua dividido de forma bífida y la nariz se había achatado tanto que casi había desaparecido. Sólo dos agujeros indicaban el lugar por el que Mario había respirado como un hombre.

Bajo la mirada de lo que una vez fueron ojos humanos se escondía su más dolorosa realidad, la maldición de aquel cuerpo y un cerebro que razonaba como el de Mario. Una mente que le dictaba órdenes que su escamoso tronco no podía cumplir, que lanzaba palabras a una garganta carente de cuerdas vocales. Una razón que simplemente le sujetaba a un mundo de sentimientos humanos. Mario pedía perderla, soñaba con que se diluyese en los instintos más primarios de los animales, pero su pesadilla le despertaba todas las mañanas con un pensamiento racional.

Su serpenteante silueta se dibujaba bajo unas sábanas manchadas de una putrefacta viscosidad que destilaban sus excrecencias. Ella entraba en la habitación todos los días y lloraba, durante eternos minutos. Él la observaba y callaba, quería morir. Ella le pedía casi de rodillas que fuesen al hospital, pero él le aseguraba que nadie podía hacer nada por él. Le recordaba la conversación de la semana anterior, debía tener fe en los efectos del antídoto, le decía. Pero él hacía tiempo que había perdido la esperanza, ahora sólo cabía esperar que la mano que él no tenía no temblase en darle la paz.


Tres semanas antes.

El dolor parece haber desaparecido. Mario intenta articular palabras y éstas aparecen de una forma muy distorsionada, nota el siseo de su voz y se alarma. Le llega el insano olor de la putrefacción, aunque su mente ya se ha acostumbrado a él, lo sigue notando flotar en el ambiente. Sigue preocupado por Sara, porque le vea así, por sus sufrimientos.

Su cuerpo antropomorfo ha sido casi engullido por el ofidio, ahora su cerebro manda órdenes a unos miembros que ya no existen. Mira debajo de las sábanas, sin asomo de sorpresa ve que la pierna reseca, contraída, caricatura de lo que un día fue una vigorosa extremidad ha seguido el destino del resto, se ha desprendido de su cuerpo. Más bien de su forma de áspid.

-Cariño, vengo a cambiarte las sábanas- dijo Sara entrando en la habitación. No lloraba, pero sus ojos delataban que lo había hecho recientemente, y mucho.
-No te ...preocu...pessss ...essstán...bien- dijo Mario en un titánico esfuerzo por hablar, por denotar seguridad en sus palabras. Era imposible.
-¿Cómo estás?- era la pregunta que le hacía diariamente, no hacía falta contestar, ella le miraba durante un rato y luego las lágrimas volvían a sus ojos. Caían sobre las sábanas, mezclándose con los fluidos corporales de Mario.
-Essstoy ...me...jor- él sabía que no era cierto. Ella también. Le pasó la mano por su cara escamosa, fría. La calidez de la mano de Sara le produjo una sensación de confort. Estos silencios eran los únicos momentos por los que quería luchar, pero su razón le invitaba a abandonar la idea, a centrarse en el final.


Un mes antes.

La mutación prosigue de forma imparable, desafiando cualquier ley natural que haya existido. Hoy el horror que parecía no tener límites ha subido un escalón más en su batalla. Sus miembros habían empezado a tomar una coloración parda, se habían ido reduciendo de tamaño hasta parecer las extremidades de un muñeco acoplados a un cuerpo de proporción normal. El movimiento de los mismos había desaparecido por completo , una degradación que ha llegado en cuestión de días y que ha podido observar avanzar hora tras hora.

El dolor tan intenso de los últimos meses ha remitido, ya sólo nota molestias, punzadas que aparecen y desaparecen cada vez más espaciadas en el tiempo. Pero un crujido seco le llama la atención, siente pánico a mirar bajo la sábana. Lo hace. Uno de sus resecos brazos se ha desprendido de su tronco. Sin dolor, sin aviso, siguiendo de forma procelosa la terrible angustia del cambio. Mario no puede llorar, lo intenta pero sus ojos están secos. El antídoto parece no surtir efecto, ¿quizás era un placebo para Sara?

Cuando ella entra en la habitación a cambiarle las sábanas descubre horrorizada el macabro cuadro. Un cuerpo de sierpe escamoso con una parte todavía humana, pero cada vez más deformada por el avance animal. Su pequeño brazo desgajado de su cuerpo. Sara grita presa del pánico, de la desesperación más absoluta.

-¡Vamos al hospital ahora mismo, sin falta!- grita con decisión en sus palabras.
-No lo ...hagasss- su voz sonaba como una pequeña fuga de gas- el antído...to ...ha...rá ...efecto.
-No podemos esperar más Mario. ¡Necesitas urgentemente que alguien pare esta locura, que te curen!- dijo con lágrimas en los ojos.
-Impo...sssible, nadie ssssabe de- pausa- mi dolen...cia, massss que yo –tomó aire, estaba muy fatigado.
-Pero alguien allí sabrá qué hacer, qué medicamento darte. Tu les puedes guiar en la curación- la desesperación brotaba en cada una de sus palabras. Sara se sentía morir en vida.
-Nadie sssa...be. Sssólo con...ssseguirían- pausa- parar losss ....efectossss del antí...doto- dijo Mario exhausto.
-Mi vida- dijo Sara abrazando el escamoso cuerpo que se escondía bajo una mojada sábana.


Dos meses antes.

-Llevo varioss messess de pre...paración. Esste antídoto revertirá...el proce...sso- dijo Mario a Sara que permanecía sentada a su lado en la cama.
-¡Rápido, no perdamos tiempo! ¿Qué tengo que hacer?- le preguntó Sara con la impaciencia propia de la desesperación. Un rayo de luz se abrió pasó en la densa oscuridad de su mente.
-Bája...me en la ssilla...de...ruedass- dijo Mario.

Sara con gran esfuerzo movió el cuerpo de Mario a la silla de ruedas que tenían en la habitación de al lado. Mario apretaba su deforme boca en señal de dolor, éste era insoportable y llenaba cada segundo de su existencia. El descenso al laboratorio del sótano llevó a Sara varias horas, con sumo cuidado bajaba escalón a escalón. Mario seguía sufriendo, por ella.

Sara encendió las luces del laboratorio, varios fluorescentes del techo parpadearon hasta que la estancia se llenó de una luz blanquecina. Cientos de botes de cristal, tubos de ensayo y extraños aparatos llenaban la enorme mesa del fondo de la sala. Las estanterías estaban llenas con cientos de frascos de líquidos de colores etiquetados con extraños nombres en latín.

Las horas pasaban sin que Mario y Sara distinguiesen el día de la noche, ninguna ventana exterior les indicaba el horario. ¿Fue sólo una noche, fueron varias?, ninguno sabría decirlo, enfrascados como estaban en la preparación del brebaje salvador. Mario con su voz entrecortada y sobrenatural iba dictando los pasos a seguir. Sara con pulso tembloroso mezclaba el contenido de tubos de ensayo, calentaba los matraces y seleccionaba el contenido de los frascos.

Después de un largo proceso de elaboración Mario dio por finalizada la pócima. Un pequeño tubo lleno hasta la mitad de un líquido pardo oscuro. El antídoto. Sara se lo acercó a la boca, tenía las lágrimas saltadas. Mario estaba nervioso, temblaba por dentro ante la cercanía del momento, de uno muy especial, el decisivo. Bebió.


Tres meses antes.

Ahora ya no puede estar de pie, Mario se ha tumbado en la cama porque nota que se cae, que sus piernas ya no pueden sostenerle. Lo notó esa misma mañana, Sara ya se había levantado y Mario había permanecido hasta las 12 del mediodía, algo muy raro en él. Fue al incorporarse, primero un gran dolor en sus extremidades, luego como los últimos días, recorriéndole todo el cuerpo.

Sentado en la cama se miró en el espejo que tenía justo enfrente, el espejo delante del que había pasado tantas horas, atusándose un pelo que ahora empezaba a caérsele de forma alarmante. Recuerdos de reflejos que le habían mostrado un rostro bello, con unos profundos ojos verdes, nariz pequeña y boca en perfecta armonía con el resto. Ahora se asustó ante la visión de sus ojos, sintió como una punzada de pánico le recorría la columna vertebral. Su iris había desaparecido y en su lugar su ojo mostraba una membrana de color verde, su pupila se había transformado en una línea negra vertical. El blanco cutis que con tanto esmero se había cuidado aparecía ahora lleno de unas escamas entre verde y marrón. Gritó de pánico.

-¡Qué ocurre Mario!- Sara apareció apresuradamente ante la puerta de la habitación. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa- ¡Dios!- fue lo único que acertó a decir.
-No miress Ssara- dijo él llevándose las manos con dificultad ante su cara.
-¡Estás peor!, ¡tu cara Mario, tu cara!- gritó Sara.
-Essto cambia...rá –dijo con dificultad Mario-. Comenza...ré a mejorar.
-¡Nos vamos al hospital ahora mismo!- dijo ella con la premura que daba la gravedad de la situación.
-¡No Ssara! –gritó Mario-. Allí sso...lo me aleja...rían de mi ...laborato...rio.
-¡Me da igual tienen que verte los especialistas!
-¿Especia...liss...tass?, yo ssoy el único que ssa..be lo que...me passa.
-Pero allí tendrán la tecnología para curarte- ahora Sara lloraba desconsoladamente.
-Ssolo yo ...puedo...rever...tir essta ...situa...ción. Ssolo yo. ¿Lo entien...dess Ssara?- dijo Mario con una súplica en su voz- Conoz...co el antí...doto.

Mario sentía el dolor recorrerle cada una de sus vértebras. Sara no lo había visto todo, porque también sus extremidades habían comenzado a mutar. Se habían reducido, adelgazado y las movía con mucha dificultad. Sara se abrazó a Mario, su pijama estaba manchado, ronchas húmedas lo salpicaban, pero ninguno de los dos se dio cuenta, fundidos como estaban en una sola alma.


Cuatro meses antes.

-¿Qué te ocurre Mario, qué te está pasando?- le preguntó Sara con un nudo en la garganta.
-¿Recuerdass mi gran descubrimiento?- le preguntó Mario aquella mañana al despertar.
-Claro amor, eres un científico incomprendido, algún día tendrás tu gran lugar dentro del panteón de los grandes genios.
-No lo creo- dijo Mario, que le costaba expresarse con dificultad.
-¿Por qué lo dices?- preguntó Sara con extrañeza.
-Ess sobre la enfermedad que esstoy padeciendo- Mario hizo una pausa para tomar aire y siguió hablando-. No es algo casual.
-¿A qué te refieres?, ¡dime Mario!- dijo ella con un tono no disimulado de ansiedad por conocer la respuesta.
-Lass pruebass las hice con mi persona- dijo Mario de un golpe de voz. Sin esperar la respuesta de Sara prosiguió-. Algo falló.
-¿Pero te vas a poner bien, verdad?- dijo ella con lágrimas en los ojos.
-Claro, no te preocupess –le costaba hablar, los golpes de aire no le llenaban lo suficiente para pronunciar con claridad, se cansaba-. Sse donde esstá el problema y mi enfermedad remitirá en breve. Ten confianza.
-¡Oh Mario!, te quiero tanto, si te sucediese algo me moriría- ahora sus primeras lágrimas se habían convertido en un gran llanto. Abrazó con fuerza a Mario, lo apretó con ternura contra su pecho, sentía su corazón latir con viveza-. Prométeme que te pondrás bien, ¡prométemelo!- le dijo casi gritando de rabia, suplicándole una respuesta que le devolviese la vida.
-Claro amor –dijo él con un tono de fingida esperanza- te prometo que lo tengo todo –hizo una pausa porque no le llegaba el aire- ...bajo control.


Mario y Sara estaban sentados a la mesa, cenando. Cuando él se levantó a por agua a la nevera. Ella se fijó en sus andares. Parecía que arrastrase los pies, como si llevase una pesada carga a sus espaldas. Al volver con la jarra de agua, ésta temblaba en sus manos, el líquido se desplazaba como en una pequeña tempestad. Sara lo vio todo llena de un horror interior. En poco tiempo la decadencia física de Mario se había hecho más palpable, como si de unos primeros síntomas se hubiese pasado a la gravedad de una enfermedad en unos escasos segundos.

Mario miraba a Sara a los ojos, ninguno de los dos pronunciaba ninguna palabra, el silencio se había hecho pasajero de la cena. Sara acariciaba la mano de Mario, estaba fría, como un témpano. Su piel tenía escaras, notaba pequeñas escamas o quizás era su mente que asociaba las ideas. Sara no lo sabía, pero él la veía con dificultad, las imágenes no las enfocaba con nitidez, unas sombras borrosas aparecían de vez en cuando en su campo de visión. Él alzó la cuchara para llevarse la sopa a la boca, pero su pulso le falló y el cubierto cayó con gran estrépito sobre el plato. El dolor era insoportable. Sara que lo estaba viendo agachó la cabeza y lloró en silencio.


Cinco meses antes.

Mario notaba su lengua como un trapo, se pegaba a su paladar y se le trababa cuando intentaba pronunciar alguna palabra. Estaba asustado, sentía mucho miedo. Sus articulaciones estaban rígidas, andaba con dificultad y le pesaban los brazos. Cualquier actividad física, por pequeña que fuese se estaba convirtiendo en una prueba de esfuerzo.

-¿Te encuentras bien cariño?- le preguntó una noche Sara.
-Sí, simplemente me debe haber sentado mal algo de la cena- dijo, mientras se bajaba la manga del pijama para que ella no viese los eccemas de su brazo. La pomada de corticoides que se estaba aplicando no le estaba curando, ni aliviando. Los picores se extendían a lo largo de su cuerpo, al igual que esas fastidiosas afecciones cutáneas.
-Debes trabajar menos cariño, creo que tantas horas en el laboratorio están afectando a tus nervios y a tu forma física.
-Mañana seguramente me levantaré mucho mejor- El dolor que en punzadas le llegaba a sus sienes era por momentos insoportable, tenía que cerrar los ojos y respirar hondo para resistirlo. Aunque algo en su interior le decía que aquello no era producto de alguna enfermedad. No eran simples eccemas, hipotonía, vista cansada, migrañas o hipotermia. Lo que estaba padeciendo era un efecto secundario.


Seis meses antes.

-¿Qué tienes en el brazo?- le preguntó ella mientras desayunaban.
-Es una pequeña quemadura que me hice ayer en el laboratorio- le respondió él, sabiendo que no tenía ninguna explicación para aquella extraña afección de su brazo.
-Tienes que cuidártela, no tiene buen aspecto- le dijo ella con cara de desagrado, mientras miraba aquella mancha rojiza.
-No te preocupes cariño me estoy dando una crema que me dejará el brazo como nuevo- aunque lo cierto es que le picaba bastante, además si se presionaba con el dedo le dolía, mucho.

Cuando ella se levantó de la silla para irse al trabajo, un sudor frío le recorrió la frente a Mario y una punzada de calambre su columna. Enseguida desechó su pensamiento, pero por un instante relacionó aquel eccema con la hipotermia que sufría y el cansancio en la vista. Sólo por un instante pensó en alguna jugada del destino, pero sólo por un segundo, luego volvió a sus pensamientos de científico.


Siete meses antes.

Aquella mañana Mario se levantó con una enorme sensación de frío, miró el termómetro de la habitación y marcaba 23 grados. Una temperatura ideal. Quizás estaba entrando en un proceso febril. Se fue hasta el botiquín que tenía en el cuarto de baño y buscó un termómetro de mercurio. Se lo puso en la axila. A los cinco minutos lo cogió entre sus dedos y lo miró a la luz de la lámpara. ¡¿34 grados?! Exclamó para sí. En aquellos momentos el mercurio contraído en su extremo hizo reventar el termómetro, que se volatilizó entre sus dedos.


Ocho meses antes.

Aquella tarde fueron a ver una película, a un pequeño cine club que estaba proyectando un ciclo dedicado a Cronenberg. Lástima, pensó Mario, pues el día anterior habían puesto “Inseparables”, su favorita. Pero la de hoy le gustaba también mucho, aunque era la cuarta vez que la veía, se trataba de “La mosca”, un pequeño clásico, versión adaptada al universo del director de otro clásico de los años cincuenta.

-Me ha encantado la película- le dijo Sara al salir del cine.
-Es una película muy buena. Por cierto Sara ¿has notado si estaba desenfocada la proyección de la imagen?
-No, se veía con nitidez.
-Debe ser entonces que me estoy haciendo mayor –dijo con humor Mario-. Algunas partes de la película me han parecido borrosas. Debe ser el primer aviso de que voy a necesitar gafas.
-Y te llamaré gafitas cuatro ojos- dijo riéndose Sara.
-No te atreverás, ¡porque la furia de La mosca caerá sobre ti!- ambos rieron a carcajadas.
-¿Y dices que es una versión de otra película más antigua?- preguntó Sara.
-Sí, de una de los años cincuenta protagonizada por Vincent Price. Esta nueva versión se centra más en el protagonista principal, en los cambios que afectando a su físico, terminan mutando su mente.
-Todo un drama, sí señor. Escalofriante- dijo ella y Mario la abrazó con fuerza.
-¿A que ya no sientes escalofríos?
-No, ahora siento el abrazo de la serpiente constrictor- dijo Sara y los dos rieron al unísono.


Nueve meses antes.

-¿Me prestas tu crema hidratante?- le preguntó una mañana Mario a Sara mientras se aseaban en el cuarto de baño.
-¿Es para algún fin científico?- dijo ella pensando en sus experimentos.
-No, siento decirte que es para fines mundanos. Noto la piel de mis manos muy resecas.
-Claro, ya te he dicho que cuando trabajes con esos potingues en el laboratorio te pongas guantes

Después de un mes Mario siente el éxito correr por sus venas. Tras haber tomado su preparado, no ha notado ninguna acción perniciosa sobre su organismo, los efectos secundarios se pueden decir que son nulos. Eso sí, piensa con humor, el que sean las dos de la tarde y el haber llegado a tan altas cimas de la ciencia le dan unas ganas tremendas de comer carne, y cuanto menos hecha, mejor.


Diez meses antes.

Su mano le temblaba ante la excitación del momento, el fruto de tantos años de investigación, frustraciones, noches en vela y en definitiva de perseverancia, estaba en sus manos. Una jeringuilla con un líquido verdoso dentro. Se apretó el compresor tirando de un extremo con sus dientes y del otro con el brazo derecho. Se palpó con el dedo índice hasta localizarse la vena del antebrazo y se inyectó el contenido. Un frío intenso le recorrió el brazo. El líquido de su vida estaba dentro de él.

Llamaron a la puerta del laboratorio.

-Espera cariño- rápidamente escondió la jeringuilla y se tapó el antebrazo con la manga de la bata-. ¡Pasa!
-¿Estabas haciendo cosas malas sin mi?- le preguntó Sara con un aire de “femme fatal” en su voz.
-Esas cosas me gusta hacerlas contigo- y cogiéndola por la cintura la besó apasionadamente.


Once meses antes.

-¡Malditos burócratas!- exclamó Mario haciendo aspavientos con un papel en sus manos.
-¿Qué ha pasado cariño?- le preguntó Sara.
-Esos estúpidos científicos de salón no han aprobado mi descubrimiento, dicen que no es viable para la cura del cáncer. Además me conminan a que abandone mis estudios de inmediato, prohibiéndome de forma expresa que continúe realizando cualquier “experimento” sobre animales y que por supuesto no habrá un programa de prueba sobre humanos. ¡Con estos políticos de bata blanca no podrá avanzar nunca la ciencia!- Mario estaba cada vez más irritado, su voz reflejaba la ira del que se ve injustamente rechazado-. Estoy convencido de que intereses ocultos de laboratorios están detrás de esta decisión. Intentan que mi medicamento nunca llegue a comercializarse. ¿Crees que piensan en los ciudadanos, en curar sus males? ¡No!, sólo piensan en los pingües beneficios que les reportan las patentes y los impuestos.
-Cálmate cariño, tu no eres sólo un científico, tu obra es humanista y eso no lo soportan los políticos Algún día el mundo entero comprenderá tu obra y tu sacrificio. Entonces tu dedicación no habrá sido en vano.
-¡Malditas víboras!- exclamó Mario.,


Un año antes.

-¡Eureka!- la voz de Mario resonaba por los pasillos de su casa. Fue hasta el salón, donde su mujer estaba viendo la televisión, la abrazó, la levantó un palmo del suelo y comenzó a dar vueltas con ella en círculos.
-¡¿Qué ocurre, Mario?!- preguntó, exultante de alegría, contagiada por el arranque de felicidad de Mario.
-¡Lo tengo!, ¡lo tengo!- gritaba Mario
-¡¿Pero qué?!, ¡dime, Mario!
-¡La fórmula!, ¡he conseguido la fórmula que he buscado durante años!
-¡Lo sabía, sabía que lo conseguirías!- ahora fue Sara la que se lanzó a los brazos de Mario, estrechándolo con fuerza.
-Los últimos resultados con los ratones han sido positivos Sara, el tumor ha desaparecido en la totalidad de ellos- la emoción brillaba con vida propia en sus ojos.
-Lo sabía, lo sabía- era lo único que alcanzaba a repetir Sara, contagiada como estaba de la emoción del momento.
-¿Sabes lo que esto significa?
-¡Dime Mario!
-Que el tumor tiene cura, que se ha abierto la puerta a la salvación de las personas con esta enfermedad. La lacra de este siglo tiene sus días contados. El siguiente paso es seguir con las pruebas, obtener la autorización para realizarla con humanos.
-Siempre confié en ti, en tu fuerza, no has desfallecido en tu búsqueda y lo has encontrado. Eres un hito para la humanidad. Tu nombre serpenteará alrededor del mundo.


Un año y medio antes.

Sara y Mario viven un apasionado amor que no sólo pervive desde el primer día, hace ahora seis meses, sino que sube un peldaño cada momento que beben de él. Lo viven con un sentimiento que para cualquier observador externo parecería ajeno a este mundo. Ellos lo escenifican cada día, abstraídos de cualquier ruido exterior, en su nueva casa de que se han comprado en las afueras de la ciudad.

En el sótano de su nueva casa tiene él tiene su laboratorio, donde continua con la investigación que comenzó hace cinco años. Con la beca que le concede desde entonces la Universidad estudia la posibilidad de desarrollar células curativas que sustituyan a las tumorales a partir de embriones de serpientes. Todo ocurrió por casualidad cuando investigando la reproducción de los reptiles en una clase de biología, se fijó en una célula del embrión que mutaba. Aisló esta célula y la puso en contacto con otras alteradas del propio reptil. Estas últimas fueron rápidamente sustituidas por la primera que se reprodujo a un ritmo mucho más acelerado del normal.

A partir de aquí comenzó el estudio de esta célula, su aislamiento, reproducción y puesta en contacto con otras células de animales de diferente especie, como ratones y cobayas. El resultado no fue tan espectacular como al principio, pero tuvo la corazonada de que con la investigación continuada y el esfuerzo adecuado, el camino que estaba siguiendo era el correcto para llegar a los fines que tenía en mente. Comenzó entonces su largo recorrido de investigación y experimentación.

Sara en todo momento le acompañaba, no sólo físicamente, sino dándole el ánimo que en algunas ocasiones necesitaba para no desfallecer cuando los resultados después de meses de investigación eran decepcionantes. Era su pilar de apoyo para contarle sus inquietudes más profundas, sus anhelos más esperados y sus frustraciones más profundas. Ella estaba siempre allí para escucharle, para resolver sus nudos mentales cuando lo necesitaba.


Dos años antes.

Mario se obligó a ir a la fiesta, sus amigos lo sacaron casi a la fuerza del laboratorio de la Universidad. Él era profesor y trabajaba con una beca para el estudio de un remedio contra el cáncer en la propia Facultad. Era la fiesta de navidad y decidió que salir un momento de su concentración tendría efectos positivos sobre su cabeza.

Cuando llegó a la fiesta el bullicio, las luces y la música lo aturdieron hasta el extremo de que tuvo que salir fuera a respirar un poco de aire. Fue allí donde la conoció, en aquel frío jardín en penumbra que rodeaba a un precioso estanque donde el agua discurría placidamente. Ella llevaba un vestido de brillantes lentejuelas que simulaban una cota escamosa. Alrededor de su cuello lucía una imponente boa de plumas de color violáceo. Su hermosa figura se erguía sobre unos zapatos de fino tacón y piel de serpiente.

-Se aburre ¿verdad?- le preguntó ella pillándole desprevenido.
-¿eh?...¡ah!, un poco- contestó él. Sus ojos eran tan verdes como una frondosa selva.
-A mi me pasa igual en estas fiestas. Me aburre esta música y el griterío de la gente. Echo de menos la tranquilidad de la noche- dijo ella-. Por cierto, me llamo Sara.
-Yo me llamo Mario y trabajo en la Facultad de medicina.
-Muy interesante, ¿cuál es su especialidad médica?
-Soy investigador, un ratón de laboratorio- dijo él. Se miraron durante un corto instante y rieron al unísono.

Hay leyes universales que son inmutables pero que nadie conoce hasta que no topa con uno de sus artículos. Esa noche Sara y Mario se encontraron con el que hacía referencia al amor universal, a aquel que sólo se encuentra cuando uno no lo busca. Aquel que sucede cuando dos almas errantes, creadas la una para la otra, que podían pasar por el firmamento sin encontrarse, colisionan. A partir de aquí surgió una historia de amor que los llevó hasta el final de su trayecto. La historia de amor más bonita descrita entre dos corazones, entre dos animales.


Un minuto antes.

-¡Disssss...pára...me!

5 comentarios:

Pipilota dijo...

¡¡ un raconto !! :D

Me ha encantado encontra uno y además tan inquietante. Me gusta cómo introduces terminos reptilianos según avanza (retrocede) la historia como un guiño perverso.

Cuando van al cine estaba yo echando de menos el apetito del protagonista, es decir pensaba que podías haberle hecho sentir un cierto gusto por los roedores yendo a ver... qué sé yo Willard o algo así, pero después he comprobado que, como no podía ser de otro modo, no has pasado ese importante detalle por alto.

Un clásssico. Una metamorfósissss muy bien esssscrita.

MIDIAN dijo...

Creo que el ser humano cambia, entra en constante metamorfosis, cada momento de su vida, incluso los más imperceptibles no pasan desapercibidos para su mente. Sin embargo el cambio físico es imperceptible en el día a día.

Aquí quise invertir los términos, ¿y si viésemos que los cambios físicos son evidentes, no meras comparaciones de fotos que encontramos en el cajón de casa?, ¿transformaría nuestra mente de una forma mucho más rápida, ahogaría los propios sentimientos, para acelerar los cambios de nuestra cabeza y adelantarlos al propio cambio físico? ¿Cómo reaccionaríamos cuando sabemos que el cambio físico terminará por ganar la partida?, ¿cuándo el futuro del personaje está predestinado?

Por cierto, el inicio del cuento lo tomé de un relato hiperbreve que mandé a un concurso.

Graciasssss Pipi

Pipilota dijo...

Mi cambio físico es cada día más perceptible y le está afectando a mi cabeza. Home no es para que me pegue un tiro pero se aproxima ;P

pepa dijo...

Midian, Ahora vas y te explicas.

MIDIAN dijo...

Todos tenemos alguna vez este sentimiento de cambio. Seguramente, sea simplemente una muda de escamas.
Te recomiendo viajar a Africa, Pipi. Por cierto la Pepa tiene ya el billete (el libro).