martes, 3 de noviembre de 2009

UNA PIEZA DE NOVELA

Algunos me habéis dicho que hace tiempo que no escribo nada nuevo en el blog. Es correcto, pero no lo es que no escriba. Estoy en pleno proceso de escritura de una novela que me está divirtiendo mucho, estoy enganchado a la misma y por eso dedico el tiempo que puedo a ella.

Es una novela de corte policiaco, en la que el asesinato de la joven hija de un influyente empresario de Madrid será el hilo conductor para ir descubriendo a personajes corruptos, tristes, vanidosos y sin escrúpulos, pero también a otros honrados, felices, humildes y sensatos. Una trama de muchos personajes y letras (llevo ya más de 100 páginas escritas) que espero os sea entretenida.

El personaje principal es la detective Marta Moreti, una mujer inteligente y sensata, pero a la vez llena de miedos y contradicciones, que poco a poco se irá internando en esta jungla de oscuridad que es la propia vida. Se dice que para muestra un botón, aunque en este caso el botón no sea tan representativo de la propia historia como de los miedos de la propia Marta, pues se trata de un sueño que tiene en el capítulo II, en la parte 3. Os dejo con él.


3

La noche era el campo de sueños donde la luz no despertaba ningún color. Allí Marta compartía sus horas con sus pensamientos más profundos, con los que nunca salían al exterior porque la muralla de la mente hacía presa de ellos. El sueño era la compuerta que dejaba pasar éstos a través del río de la irrealidad a los campos del raciocinio. Sólo la luz de su sueño la despertaba de la ilusión del mundo físico.

Aquella noche soñó con una gran ciudad, enormes edificios que tocaban las nubes, abigarrados en una colosal masa de metal y cristal, las luces se reflejaban en ellos sacando mil colores de las formas que iluminaban. Pero algo extraño sucedía en aquella ciudad, se paró un momento en medio de la acera y notó la quietud, no se oía el ruido de los coches, ni las sirenas de las ambulancias, no se oía el murmullo de la gente. El silencio era sólido, cayó sobre ella como una losa, llenándola de un terror inconsciente.

Miró a su alrededor y otra oleada de miedo llenó su alma de un infundado temor, estaba sola, no había nadie a su alrededor, las personas, los coches e incluso los pájaros del cielo habían desaparecido, pero una sensación de pánico la inundaba. El silencio y la soledad campaban a sus anchas por la ciudad. Marta tenía miedo y corrió, como si la persiguiese un asesino, cómo si perdiese el último tren de su vida. Corrió. Corrió. Y se paró agotada, el corazón le latía de forma desenfrenada, sudaba y tenía la camisa empapada, pegada como un esparadrapo a su cuerpo. Gritó. Con toda la rabia de su corazón, con todas sus fuerzas, pero ningún sonido salió de su boca abierta.

Siguió corriendo, por las desiertas calles de esa ciudad desconocida donde todos los edificios eran iguales, donde cada calle era igual a la siguiente, donde cada luz reflejaba la misma sombra. Se paró frente a un semáforo, no podía respirar, atenazada por el cansancio y el miedo. Encorvó la espalda para sujetarse las rodillas con las manos, la cabeza mirando al suelo. Los tres colores del semáforo pasaron durante una eternidad frente a ella, el tiempo había dejado de tener un significado, ¿igual qué el espacio? Algo le hizo levantar la cabeza, una punzada de instinto quizás. Al otro lado de la calle una anciana la observaba con el rostro envuelto en sombras.

Vestía de negro, aunque más bien parecía de oscuridad. Sin darse cuenta comenzó a caminar hacia ella, sin oír sus pisadas, pero sintiendo la necesidad del encuentro en cada paso. Se situó frente a ella, seguía sin verle el rostro, el negro pañuelo que rodeaba su cabeza eliminaba cualquier fuente de luz. Su perfume le era familiar, al igual que el contorno de su silueta. Estuvo mirándola durante un minuto, o quizás un año. Frente a ella, sin moverse. No existía el tiempo.

-¿Vienes a acompañarme? –le preguntó la anciana.
-¿A dónde? –le devolvió la pegunta Marta.
-Creía que tu me lo ibas a decir.
-¿Quizás a su casa? –le volvió a preguntar Marta.
-Sí, a mi hogar definitivo.
-¿Está en esta ciudad?
-Creo que sí, pero no recuerdo la dirección.
-¿Y lleva mucho vagando en la noche? –preguntó Marta, que notaba como las palabras salían de su boca sin sonido, flotaban en el aire y se mantenían para luego perder su integridad y difuminarse.
-Toda la oscuridad.
-¿Es ciega?
-Depende del sentido, si te refieres a los edificios, no los veo, si te refieres a tu alma estoy dentro.
-Me dan miedo sus palabras.
-No las temas, ellas te guiarán a tu destino.
-Quiero salir de aquí.
-La angustia es el camino de los débiles, sólo los fuertes ven en la oscuridad.
-¿Quién eres anciana?, tu voz me resulta ahora familiar –se echó hacia atrás el pañuelo y un negro abismo de pánico se apoderó de Marta. Se estaba contemplando a sí misma con el rostro surcado por las arrugas de la edad.

La anciana, ella, se empezó a difuminar, primero fue el color, luego la forma y por último la luz que invadió el espacio que antes había ocupado. Volvía a estar sola, pero acompañada de su conocimiento, de un terror más profundo que el inicio de los tiempos. El vértigo se apoderó de su pensamiento, su mente se tambaleaba entre pensamientos de frenética velocidad. Sintió como caía en el pozo de la oscuridad, mientras daba vueltas como en una escalera de caracol, sin encontrar su fin.

Marta despertó entre sábanas revueltas alrededor de su cuerpo, bañada en un pegajoso sudor que lo impregnaba todo. Intentó recordar el sueño, la pesadilla, pero todo llegaba a su mente como retales de confusión. Una ciudad, una anciana, silencio, soledad, ella...muerte. Miró el reloj que tenía junto a su mesita de noche. Eran las seis de la mañana. A las diez era el entierro de la joven y quería asistir, mantenerse a una distancia adecuada y observar.

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