martes, 3 de noviembre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (8)

Transcurrió una semana sin ninguna novedad reseñable. Mi único contacto con la tripulación se producía cuando me servían las comidas, puntualmente en mi camarote. Pasaba solo la mayor parte del día en mi deprimente habitáculo y cuando salía al exterior no tenía por qué preocuparme de acatar las órdenes del capitán, el resto de marineros ya se ocupaban de esquivarme a mi paso. Rechazo que no dejaba de producirme cierta inquietud y un poco de desasosiego.

Una noche en que dormía profundamente me despertó un extraño sonido. Era como un quejido lastimero, un apagado aullido que iba perdiendo el tono poco a poco. Abrí los ojos y permanecí mirando el sucio techo durante un rato, pendiente de verificar que lo que había oído no era en sueños. Lo volví a oír, esta vez mucho más cerca. Me levanté de un salto, encendí la luz y poniéndome mi chaqueta de lana salí al exterior.

La noche era fría pero clara, una inmensa luna llena daba luces y sombras en cubierta. De nuevo sonó el extraño aullido y ahora descubrí que provenía del mar. Me asomé por la sucia barandilla de la borda con una expresión de curiosidad y miedo a la vez. Escruté con nerviosos ojos las infinitas aguas que se extendían ante mí. A lo lejos divisé un lento movimiento, unas sombras gibosas se aproximaban hacia el casco del barco. Retrocedí un paso con el corazón paralizado por el terror. Ahora podía confirmar que el extraño aullido lo producían las cosas que se acercaban, lenta pero inexorablemente estaban llegando hasta donde yo me encontraba. Ya podía distinguir unas extrañas siluetas que parecían tener forma humana. Di otro paso más hacia atrás, esta vez lleno de un profundo terror. Me giré para salir corriendo cuando me di de bruces con el capitán que estaba a mi espalda.

-¡Atrás capitán,…se acercan! Mire por la borda –dije con una angustiosa voz de pánico.
-¿Qué tengo que mirar? –me dijo el capitán con una voz de superioridad.
-Aquellas sombras que se acercan por… -dije mirando en dirección al mar, pero éste estaba tranquilo, solo se veía la luna reflejada en las mansas aguas-. Le juro que estaban ahí, varias sombras…-me callé, pues el capitán me miraba con cara de incredulidad.
-¿No habrá confundido delfines con fantasmas, señor Howard? –me dijo con un tono ciertamente irónico.

Lo pensé y el capitán debía tener razón. Sin duda me había sugestionado enormemente. Algo debía haber estado soñando, luego la luminosa noche, las sombras que producía la luna llena y unos delfines hicieron el resto. Estaba tremendamente avergonzado.
-Lamento el espectáculo que he ofrecido, capitán.
-No lamente lo que acaba de ocurrir. Mejor discúlpese por haber roto una de las normas.
-No se a qué se refiere –aunque en el fondo sí lo sabía.
-Creo que recuerda hace unas dos semanas a alguien escondido tras unos fardos espiando. ¿Le suena señor Howard? –otra vez aquel señor Howard. Cuando el capitán se sentía seguro me lo lanzaba con tono de superioridad.
-No podía dormir…
-Howard, si no respeta las normas no podré protegerle –estas palabras no las dijo con tono irónico de superioridad. Esta vez sonaba a consejo paternal. Y viniendo del capitán no pude hacer más que escuchar con mucha atención.

Ahora el capitán varió su discurso, moduló su voz para contar una historia, su historia.
-Howard, usted es un hombre de cultura, por lo que no juzgará negativamente esta historia que le contaré. Nací a finales de mil ochocientos setenta y tantos, no recuerdo exactamente el año, pero sí que fue hace mucho tiempo, en la costa de Nueva Inglaterra. Mi padre pasaba la mayor parte de su tiempo bebiendo, por lo que fue mi madre quien se ocupó de mí y de mis siete hermanos. Yo era el mayor de todos y ya desde pequeño tuve la responsabilidad de colaborar para sacar adelante mi familia. Primero como estibador en el puerto. Luego, una vez murió mi padre, me dediqué a otros “trabajos” menos legales. Así empezó mi carrera como contrabandista, unas veces eran alimentos y otras como en este caso licores. No conozco otro oficio, en definitiva un modo de ganarme la vida, fuera de la ley, pero sin hacer daño a nadie. Siempre he sido el responsable de mi vida, nunca he permitido que nadie decidiera por mí –hizo una pequeña pausa y prosiguió-. Entenderá Howard, que tratar con estos rufianes no es nada fácil. Para mantener una disciplina hay que usar de mano dura con ellos. Así lo fui aprendiendo, la vida es la mejor universidad, y usted me disculpará por hablar en estos términos, pero quien no aprende de la vida termina siendo engullida por ella. Hay que tomar nota de cada señal que nos da, pues posiblemente no nos dé un segundo aviso. La experiencia me ha demostrado que la única forma de mantener el control en estos negocios es no ser blando, ser inquebrantable con las decisiones que se toman.

El capitán se sentó en unos cabos que enrollados y amontonados formaban una especie de taburete. Se encendió un cigarrillo, expulsando el humo con parsimonia.
-Siéntese, Howard –me dijo, señalando otros cabos dispuestos de la misma forma.
-Gracias, capitán.
-¿Por qué le cuento todo esto se preguntará?, porque no soy el único que se ha enterado de su correría nocturna Howard. La tripulación sabe lo que no debería, que usted conoce cual es nuestra carga y a qué se dedica este navío. Y están intranquilos, se encuentran muy nerviosos. Conozco a este tipo de personas como si fuesen mis hijos, sé cuales son sus pensamientos y sus reacciones. Y Howard, ambos son de lo más primario, de lo más instintivo. Comentan entre ellos, los he sorprendido formando corros, conspirando. Me gustaría equivocarme, pero lo sé, el siguiente paso será pedirme que lo arroje por la borda. Los podré controlar por un tiempo, no sé cuanto, pero lo intentaré hasta que lleguemos a Londres. Lo contrario supondría un motín, una rebelión para hacerse con el barco.
-¿Por qué lo hace, por qué me defiende si no me conoce capitán? Otra opción sería aceptar la propuesta de sus marineros ¿no? Así se ahorraría usted muchos problemas –dije, intentando llegar a las conclusiones últimas del capitán.
-Howard, aunque usted crea que soy una persona sin principios, los tengo. Cumplo unas leyes que son las del mar, pero a diferencia de esta chusma, sigo unas normas que para mi son inmutables y entre ellas está la palabra dada. Le dije que le llevaría a Londres y así lo haré. Además aceptar las condiciones de ellos sería recortar una parte de mis poderes y dárselos a ellos. Al final el resultado vendría a ser el mismo, pues ellos seguirían reclamando más poder de decisión.
-Se lo agradezco en el alma capitán, ahora sé que la integridad no conoce de clases o cultura, sino de personas. Y usted es una de ellas.
-Ahora, Howard, vuelva a su camarote y descanse. Le ruego que a partir de este momento reduzca sus salidas al exterior al máximo.
-Buenas noches capitán –regresé a mi camarote sabiendo que mi vida peligraba en el barco, pero también que no estaba solo en esta arriesgada travesía.

No hay comentarios: