viernes, 14 de agosto de 2009

QUÉ DOLOR

Acabo de caer en la cuenta de por qué me duele tanto el riñón derecho. Lo siento palpitar cuando hago el movimiento de doblar la espalda.. Le he estado dando vueltas al origen y lo iba a achacar a un fallo multiorgánico, cuando de pronto me vino a la cabeza la causa. La culpable es una orca, podría ser como la de la película, asesina. Pero no una orca cualquiera, sino el padre de Cucurucho Aladino. Ahora como estaréis alucinando y creeréis que el calor del verano me ha derretido las meninges (cosa posible por otro lado) paso a explicar por partes.

Primero el asunto de la orca. Este miércoles fue nuestro último día de playa y Víctor tenía ilusión en jugar con su nuevo regalo de cumpleaños, una orca hinchable que venía metida en una cajita de cartón. Hasta aquí todo bien, pero al abrir el envase nada hacía presagiar que aquel monstruo hubiese vivido dentro. Madre mía no paraba de desenrollar plástico. Bajo la sombrilla lo tenía ya todo preparado, un hinchador manual (más bien para usar con el pie) y aquel cetáceo de goma extendido cual alfombra negra sobre la arena. Pues bien, comencé con el inflado. Con movimiento rítmico de la pierna fui pisando el artilugio, la situación resultaba cuanto menos graciosa, allí en medio de la playa pisando el pedal. De lejos alguien pensaría que estaba ensayando un baile regional, algo parecido a una jota. Pero lo terrorífico estaba por llegar, la orca no cobraba vida, seguía plana como un filete.

Por fin algo se movía en el interior del animal, el aire le llegaba a los pulmones. Y llevaba 10 minutos de baile. La gente de las sombrillas de alrededor no me quitaban los ojos de encima, estaba seguro de que hacían apuestas entre ellos, “¿cuánto te va que muere antes el que infla que la ballena?”, “¿a que llega la noche y la orca sigue varada?”, “¿por qué no la habrá inflado en una gasolinera?”, esta última pregunta también me la hacía yo. Llevaba 20 minutos y tenía que cambiar de pierna, pero no era lo mismo, se hace más rápido con la derecha. El animal cobraba vida, y yo la estaba perdiendo, se me estaba yendo por los poros a chorros. Casi una hora después el animal ya estaba listo, 2 metros de eslora y casi uno de ancho. No había inflado un flotador, aquello era una Zodiac, le faltaban los remos.

Pero tuvo su recompensa, pues cuanto disfrutó Víctor con su flotador, le brillaban los ojos de felicidad al ver aquel inmenso animal. Se quedaba pequeño subido a su lomo, gritaba de alegría surcando las olas encima de su corcel. Pero, ¡ay!, había que irse, y desinflar el animal. Porque salvo que supiese conducir no cabía dentro del coche. Si el espectáculo del inflado ya resultó gracioso, el del deshinchado fue cuanto menos hilarante. Tuve que agarrar al animal de dos metros y apretarlo contra mi cuerpo para que fuese expirando hasta el último aliento. La escena no tenía precio, podéis imaginar cualquier cosa, que acertareis con el ejemplo. Ahora si que la gente de alrededor se reía, no solo los de mi sombrilla, sino incluso los cercanos, que estaban ya tan familiarizados con la escena de hinchado, que se integraron perfectamente en la de deshinchado, se reían abiertamente, sin tapujos, como si fuésemos amigos de toda la vida. Genial.

Se me olvidaba la segunda parte, la del nombre de Aladino Cucurucho. Éste es un delfín hinchable azul de Víctor que es cinco veces más pequeño que su padre. Y pensar que en su día nos parecía enorme…El nombre se lo dio Víctor el año anterior y la verdad es que no me acuerdo de la génesis del bautismo, pero es igual, este año se acordaba del nombre y dictaminó que la enorme orca era su padre.
Por cierto, me gustaría saber cómo desde la fábrica pudieron meter este animal en la cajita. Una vez deshinchado no hay narices de hacerlo entrar, sobresale medio cuerpo, y lo intenté doblando las aletas para un lado, la cola para otro, enrollándolo de un lado, del otro. Imposible. Es un misterio que al día de hoy está sin resolver.

Ahora ya se de que me viene este estupendo dolor del riñón derecho. Escribo también esta entrada para leerla el año que viene y aprender de los errores de éste…para el próximo verano le diré a Víctor que la orca padre se fue a por tabaco y abandonó a su hijo Cucurucho Aladino.

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