martes, 27 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (7)

“Sevilla a 10 de febrero de 1934

Estimado señor Howard acusamos recibo de su misiva de 30 de enero. Nos complace su interés en el seminario que le ofrecimos en septiembre del pasado año. Le confirmamos que nuestra oferta sigue en pie en todas sus condiciones. El comienzo del curso que usted impartiría sería el día 1 de abril y la finalización el día 31 de enero de 1935. Del 15 de junio al 15 de septiembre serán considerados vacacionales a todos los efectos.

Reiteramos nuestro gran interés en dicho seminario dada su erudición sobre historia de las antiguas civilizaciones. Es un honor que prestigiará nuestra humilde Universidad. Por ello le agradecemos el esfuerzo que realizará para compartir con nosotros sus conocimientos.

A la espera de tenerle pronto en nuestra Universidad. Reciba un cordial saludo.

Suyo afectísimo.”

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El día 20 de febrero partía el carguero “Nueva Esperanza” rumbo a Londres desde el puerto de Nueva York. Conseguí el pasaje gracias al amigo de un conocido que trabajaba en el puerto. Ningún barco de línea tenía prevista su salida rumbo a Europa con anterioridad, por lo que este contacto fue providencial. Una reunión previa con el capitán Stevenson, patrón de la nave, se debía producir el mismo día de la partida. El lugar de encuentro era una taberna cercana al puerto.

Allí estaba yo con mis dos maletas, sentado en una mesa cercana a la barra. Un tipo alto y enjuto con una raída gorra de marino entró en el local. Vestía un tres cuartos de color azul marino y unos sucios pantalones también del mismo color. Al acercarse hasta mi mesa me di cuenta de su fealdad. Tenía los ojos saltones como un sapo, la nariz chata y una inmensa boca con un labio leporino. Su rostro estaba cruzado desde la sien derecha hasta la comisura del labio por una irregular cicatriz. Se plantó frente a mí, se quedó mirándome durante unos segundos. Finalmente habló.

-¿Es usted el señor Howard? –su voz era ronca, rota, sin duda por el exceso de alcohol. Su aliento, pese a la distancia, me llegó fétido.
-Efectivamente, y usted debe ser el capitán Stevenson –dije con una voz que pretendía ser dura para sobreponerme al horror que me producía este ser.
-Sólo dos condiciones para aceptar su presencia en mi nave. La primera nada de preguntas y la segunda no interfiera ni moleste a mi tripulación. –dijo carente de cualquier cortesía o tono de diplomacia.
-No se preocupe capitán, mi única pretensión es llegar lo antes posible a Londres.
-Bien, bien…dentro de dos horas partimos. No le esperaremos ni un minuto de más.

Se dio la vuelta y sin dirigirme la mirada desapareció por donde había entrado. Pensé por un momento en volverme y no realizar esta travesía, escribir a la Universidad de Sevilla y dar marcha atrás con todo. Pero ya había dado el paso y tenía puestas todas mis esperanzas en este viaje. Cuánto me arrepentiría después de no haber tomado esta decisión.


El carguero “Nueva Esperanza” era un viejo navío de casco oxidado. Dos altas chimeneas sobresalían del resto del barco que presentaba también un herrumbroso aspecto de desconfianza. Un viejo marino me ayudó a pasar la estrecha pasarela que conectaba con el muelle.
-Me ha dicho el capitán que su camarote es el primero siguiendo este pasillo –me dijo estas palabras mientras miraba hacia un lado y señalaba al contrario.
-Gracias.

Casi un mes debía permanecer metido en aquel infecto camarote. Un pequeño cuarto de apenas tres por tres metros, con unas paredes que no habían sido pintadas desde la construcción del barco. Solo se habían retocado zonas para disimular los trozos agrietados, abombados o llenos de humedad, lo que provocaba una desagradable sensación de suciedad. En la pared izquierda había un pequeño y desaliñado catre. En la opuesta una oxidada taquilla de pie con las puertas entreabiertas, luego comprobé que era casi el máximo movimiento que permitían las bisagras. Dejé con desánimo mis maletas en el suelo y me tumbé en la cama. Solo serían unos días, me repetía una y otra vez.

Partimos como había anunciado el capitán, ya casi de noche. Alguien llamó a mi puerta, era el viejo marinero que me traía la cena en una bandeja. Estaba claro que querían que me relacionase poco con la tripulación. Cené con rapidez para acostarme lo antes posible. Estaba muy cansado y me dormí enseguida.

Empecé a oír voces que poco a poco fueron pasando de mi sueño a la realidad del camarote. Alguien estaba hablando en el exterior, cerca de mi puerta. Cuando las voces se alejaron, me asomé por la puerta. Las figuras del capitán dando órdenes al viejo marinero se recortaban contra el crepúsculo del horizonte. Sin pensarlo dos veces salí de mi camarote, sigilosamente me situé detrás de un fardo, a pocos metros de las dos figuras.

-No quiero ningún error en el transporte de la carga. Deben llegar todos los barriles en perfectas condiciones. Este licor que transportamos nos proporcionará importantes ganancias, lo suficiente para tomarnos unas vacaciones durante un tiempo.
-No se preocupe capitán que así se hará. Lo único que me preocupa es el mequetrefe que llevamos a bordo –sabía positivamente que el viejo se estaba refiriendo a mí. Desde el primer encuentro me había dado cuenta de que no le había caído bien.
-Tú preocúpate de cumplir mis órdenes. El señor Howard es mi responsabilidad. Necesitamos el dinero que nos ha pagado por el viaje, además, y aunque no te importe, tiene muy claro cuales son sus obligaciones en mi barco –me sorprendió esta casi defensa que de mi persona realizó el capitán.
-Claro capitán, no quería cuestionar sus órdenes –en la voz del marino se notaba el tono que infunde el miedo. Este capitán no parecía que hablase sólo de boquilla, debía llevar hasta el fin sus órdenes y promesas.

Los dos desaparecieron por una escotilla que llevaba a las bodegas. Me pareció muy arriesgado seguirles, por lo que decidí volver a mi camarote a dormir. Más tarde me enteraría de que otro marino en la sombra había seguido cada uno de mis pasos.

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