viernes, 11 de septiembre de 2009

DE PIE


Era sábado por la mañana y un rayo de sol, que se había colado por una rendija de la persiana, se posó en el rostro de Juan, que hasta entonces dormía plácidamente en su cama. Abrió primero un ojo y poco a poco el segundo, pero despacio, acostumbrando sus retinas a la claridad que iba inundando la habitación. Su mente identificó el día de la semana. Sábado. Fenomenal, pensó. En un rato empezarían los deportes en la tele, carreras de coches, ciclismo, baloncesto y para terminar fútbol. ¿Qué más le podía pedir uno al fin de semana?, pensó Juan.

Sentía una imperiosa necesidad de ir al baño, apoyó el peso de su cuerpo en los brazos para incorporarse en la cama., en ese momento sintió un latido en las sienes como si algo le golpease desde dentro, un incisivo palpitar que le hizo llevarse las manos a la cabeza, sintiendo miles de tambores dentro. Le dolía horriblemente, cada movimiento de su vista le producía una gran presión en su cabeza, una dolorosa punzada que serpenteaba desde los párpados hasta la nuca como un fulminante rayo. También sintió algo en su boca, cuando fue a tragar saliva notó que la tenía seca y con un extraño sabor, como si hubiese tomado leche agria y ésta hubiese seguido fermentando dentro. Estas sensaciones, combinadas, le produjeron unas repentinas ganas de vomitar. Le dio el tiempo justo para volver la cabeza hacia un lado de su cama. Un espeso líquido blanquecino, casi incoloro, brotó como un chorro desde su garganta, formando un repugnante charco que empapó el negro tejido de la alfombra y sus zapatillas, extendiéndose como una lengua viscosa por el suelo. ¿Qué había comido la noche anterior para estar así?. Mientras se hacía esta pregunta se sentó en la cama para ponerse de pie. Al posar el peso de su cuerpo en sus pies, se cayó al suelo, se derrumbó como un edificio dinamitado en sus cimientos. Sus pies no habían podido soportar su cuerpo, un inmenso dolor le subió desde ellos hasta lo más hondo de su cerebro. Gritó de dolor.

Quedó tumbado en el suelo retorciéndose, sufriendo un dolor tan penetrante como no había sentido en su vida. Su cabeza recibió toda la información de los daños, no podía pensar, ni ver, incluso su respiración se había cortado, para luego acelerarse hasta hacerse espasmódica. Mandaba órdenes de mover sus dedos, pero no sentía los pies. Cuando pudo fijar su vista en ellos, estuvo a punto de perder el conocimiento, ante él se presentó un aciago horror. En ambos pies, y a la mitad del empeine, tenía dos grandes cicatrices, el hilo negro sobresalía del borde de los cortes como gruesos pelos. El color ocre del desinfectante todavía teñía parte de la herida, que presentaba la roja coloración de una sutura recién hecha. El horror bañó la mente de Juan como una repentina marea, inundando cada hueco de su cerebro. Abrió y cerró varias veces los ojos, frotándoselos cada vez con más ímpetu, pero aquellos dos grandes labios cosidos le seguían sonriendo desde sus extremidades. Aquello no era una pesadilla, ni siquiera un sueño.

Miedo, pánico, terror...,una avalancha de sensaciones le invadió, sintió todo el peso de la desesperación sobre su cabeza. Miró hacia todos los lados de su cuarto, a una pared, a la otra, debajo de la cama..., debía haber alguien allí, le estaban observando, pero quién. No podía pensar. Sudaba. Estaba mareado, de nuevo tenía ganas de vomitar. Lo intentó, pero sólo consiguió una repetición de arcadas, que se le iban clavando como puñales en su cabeza. Se sentía flotando en una irrealidad, como si viviese la vida de otro, pensaba que aquello no le podía estar sucediendo a él. ¿Por qué? Lloró desconsoladamente, llenando la habitación con un trágico lamento, un dolor que partía de su alma. Tenía que pensar.

Sintiendo todavía el intenso dolor fijado en su cabeza, se giró para ponerse boca abajo y reptando con sus brazos, llegó hasta la puerta de su dormitorio. Debía llegar al salón y llamar a una ambulancia, a la policía...a alguien. Se sentó en el suelo, pegó la espalda contra la puerta, alzó el brazo y agarró el pomo, tiró con fuerza, lo movió desesperadamente hacia izquierda y derecha, pero la puerta permanecía anclada. No se podía abrir. Estaba bloqueada desde fuera. Las preguntas se agolparon de nuevo en la mente de Juan, qué había sucedido esa noche, quién había estado en la habitación con él, quién había bloqueado la salida, y sobre todo, por qué. ¡Por qué!

Tenía que escapar de aquella angustiosa realidad, miraba desesperadamente a su alrededor, intentando encontrar una idea, una solución, algo a lo que agarrarse. Se encontraba bañado en sudor, era frío y pegajoso, notaba como unas gotas se deslizaban por su cuerpo hasta quedar atrapadas en el algodón de su pijama, y otras caían de forma continua desde su barbilla, después de recorrer su cara. La persiana, pensó, debía acercarse a la ventana y desde ahí gritaría a la gente que pasase por la calle. De nuevo reptó hasta situarse bajo la ventana, se sentó en el suelo e intentó abrirla. Pero su horror parecía no tener fin, también estaba bloqueada. Se encontraba atrapado en su habitación, lo habían enjaulado como a un pájaro. Gritó de desesperación. ¡¿Por qué?!

Rodó por el suelo, golpeó con sus nudillos la pared, el suelo, tiró desesperadamente de sus sábanas, se pellizcó la cara...Gritó, gritó, pero nadie le escuchaba, nadie sentía su horror. El dolor era insoportable, no podía aguantar más, necesitaba tomar algo. Necesitaba que alguien le oyese, que alguien fuese a buscarle, que alguien le explicase…¡El dolor!

Estaba agotado, rendido, por el miedo, el dolor, el pánico, la angustia, habían terminado con la poca fuerza que le quedaba. Se sentó con la espalda pegada a la pared mirando como las sombras iban pasando por delante suya, mientras el sol giraba a su alrededor. No sabía las horas que habían pasado, había perdido la noción del tiempo. Agotado. Muy cansado. Pensó en dormir un rato, en cerrar los párpados y no levantarse, pero en su mente seguía rondando la idea de que aquello era un mal sueño, de que despertaría el sábado por la mañana en su cama, dispuesto a disfrutar del día. Se durmió.

Al despertar no podía mover los brazos, en sus hombros tenía dos grandes cicatrices.

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