lunes, 14 de septiembre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (1)

Dicen que después de la tempestad viene la calma. ¿Pero cuándo pasará esta tempestad? Llevo encerrado en esta habitación desde que me dieron de alta en el hospital. Hace ahora cinco meses. El golpe en la cabeza fue leve y a los pocos días ya estaba completamente restablecido del mismo. Pero ahora el dolor no es físico. Es mucho peor, es un dolor del alma. Los médicos dicen que necesito reposo, porque el traumatismo me produjo daños en la corteza del cerebro que rige el sueño.



El sanatorio de Providence se encontraba en las afueras de la ciudad. Era un gran edificio blanco con una parte central más elevada. Rematada por una torre que se erguía sobre el resto como testigo silencioso de las pesadillas que acogía en su seno. A los lados tenía dos edificios más bajos y alargados que se abrían en ángulo hacia fuera como queriendo atrapar al visitante despistado. Las ventanas se alineaban en una milimétrica sucesión. Paradójica cordura de lo que albergaba en su interior.

Lo recuerdo todo como si fuese ayer. Me veo atravesando el tupido bosque del norte de la ciudad por una estrecha carretera mal asfaltada, sentado en el asiento de atrás de la ambulancia que el Hospital había puesto a mi disposición, cómo llegamos por fin a los pies de la alta verja que rodeaba el edificio, una sólida barrera de gruesos barrotes rematada por puntas de lanza, con una cancela más alta, que cerrada formaba un arco apuntado. Recorrimos luego un angosto camino de tierra que serpenteaba por el abrupto terreno hasta llegar a la explanada donde estaba situado el sanatorio.

Me condujeron dos enormes celadores al despacho del director. Un orondo y bajo individuo de rosadas mejillas y nariz chata. Me escrutaba con sus pequeños ojos de arriba a abajo. Estaba de pie frente a mí y me tendió su mano.

-Bienvenido a nuestro humilde hogar, señor Howard. Espero que su estancia con nosotros sea de lo más agradable –dijo el director.
-Y yo espero poder irme lo antes posible.
-Seguro señor Howard, para ello contamos con los mejores especialistas. En unos días estará totalmente restablecido. Sus noches estarán libres de malos sueños y pesadillas.

Dudé por un momento en contarle que estaba bien, que mi dolencia se podía curar con reposo en mi casa. Pero no serviría de nada. Así que cambié el curso de la conversación.
-¿Podría hacer una llamada?, he dejado asuntos pendientes que requieren de mi intervención.
-Señor Howard, su curación es lo primero, y para ello es necesaria la incomunicación. Tenemos que llegar al centro de la afección y no debe haber ninguna interferencia exterior. Espero que sepa entenderlo –el director mostraba una estúpida sonrisa que delataba su previsible discurso que casi con seguridad lanzaba a cada nuevo inquilino del sanatorio.


Mi habitación era grande y soleada. Pintada de aséptico blanco, no presentaba ni una grieta, ni una mancha. El mobiliario era sobrio, una pequeña mesita de noche, un armario de dos puertas y una cama situada al lado de la ventana. Todo era de un blanco inmaculado. El entrar en la habitación dañó mis retinas. Fue como pasar a una nueva dimensión de luz.

Las mañanas las dedicaba a recorrer el jardín de la parte de atrás. Un entramado de caminos entre bajos setos que delimitaban zonas interiores para flores de distintos colores y tamaños. Enormes árboles de frondosas hojas daban una deliciosa sombra, haciendo de cada paseo una reconfortante terapia.

Sentía como la fuerza volvía a mi cuerpo, a mi cabeza. Las atenciones que me dispensaban eran excelentes. Mi enfermera Patricia me cuidaba con todo el cariño del mundo. Era una joven de unos 21 años, de pelo rubio, con unos grandes ojos azules que le llenaban el rostro de una viva expresividad. Se notaba que acababa de terminar sus estudios y quería agradar.

-Señor Howard, ¿cómo va con su paseo matutino? –dijo Patricia.
-Caminar por este jardín relaja mi mente. Y por cierto, no me llames señor, por favor, me haces sentir mayor de lo que soy.

Patricia se quedó mirándome durante un rato. Algo pasaba por su cabeza y no se atrevía a decírmelo. Al final, titubeando, me habló.
-Perdone que me meta donde nadie me llama, pero ¿tiene alguna dolencia? Se le ve tan sano mentalmente, a diferencia del resto de pacientes, que me extraña mucho verle aquí.
-Es miedo, Patricia, miedo a las pesadillas. Miedo a mis recuerdos, a lo que pasó…No puedo hablar de ello ahora.
-No tenga miedo, este es un lugar muy tranquilo. Nadie se acerca hasta aquí si no es para ingresar.
-Patricia, no lo entendería, el miedo no es a algo físico. No es a algo que viva en este plano de la existencia…
No pude seguir hablando. Mi cabeza empezó a llenarse de recuerdos. Me senté en un banco cercano y me cubrí la cabeza con mis manos. Estaba volviendo a derrumbarme. Me repetí que tenía que ser fuerte.
-Siento haberle puesto en este estado…
-No se preocupe Patricia, ya me encuentro mejor. –Me fui caminando de nuevo a la habitación, con el pensamiento puesto en el pasado.

A partir de esa mañana siempre que salía a pasear intentaba encontrarme con ella adrede. La buscaba entre otros pacientes o entre grupos de enfermeras. Charlaba con ella durante largos ratos mientras caminábamos juntos por el jardín. Estaba llena de vida. Me contagiaba de optimismo. Una mañana, no recuerdo como se inició la conversación, pero comenzamos a hablar de asuntos más personales.

-¿Y usted no está casado?
-No, nunca he encontrado a la mujer de mi vida, si a eso se refiere.
Patricia se ruborizó, pensando que había ido demasiado lejos con su pregunta. Se quedó callada por un momento y yo proseguí la conversación.
-Espero encontrarla, sin duda, una mujer normal y sensata. Que soporte mis locuras –dije esto último con un poco de sorna.
-No diga tonterías, usted no está loco. Únicamente está pasando por una etapa de su vida llena de contradicciones. Si no ha encontrado ninguna mujer seguro que no es culpa suya...
Se interrumpió cuando iba a terminar la frase. Nos quedamos mirándonos durante unos segundos que parecieron años. Cuando más sumergidos estábamos en nuestra mirada apareció la supervisora que venía por un camino lateral .
-Hola Patricia, ¿puedes ir a la 102? El paciente necesita atención.

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