martes, 29 de septiembre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (3)

(II)

La noche eterna cayó como un manto sobre la bruja Jennifer. Cuando aquel tentáculo la arrastró a aquel infierno pensó que su vida se terminaba. Pero ahora estaba allí. No sabía dónde, pero estaba viva. O algo parecido a la vida.

Todo era oscuridad. La rodeaban llamas enormes que aparecían y desaparecían. No podía verlas. Pero Él se lo había dicho. El calor debía ser asfixiante, pero no lo notaba. No podía moverse y sin embargo sentía que su mente se desplazaba.

(-Eres mía Jennifer) –sintió que alguien le susurraba. Aunque no podía oír.
(-Quién eres?) –La pregunta salió directamente de la mente de Jennifer. No necesitaba la boca para hablar.
(-Soy tu dueño)
(-Yo no soy esclava de nadie. ¡Déjame salir!)
De repente un dolor escalofriante le recorrió todo su ser. Como si le hubiesen clavado agujas en cada una de sus terminaciones nerviosas. No era sólo un dolor físico. Era también su mente retorciéndose, contrayéndose, aplastándose... Nunca en su vida había sentido un dolor tan extremo. Aquello era como tener consciencia de la locura.

(-¡El dolor! Es insoportable…¡para!, por favor ¡para esta locura! Te serviré como tú quieras, seré tu esclava pero ¡por favor, para!)

Tal como llegó, se fue. Dejó de sentirlo inmediatamente. Su ente, pues no podía definir su estado físico de otra manera, se calmó. Ahora sus sentimientos eran otros. La cosa los leyó.

(-Sí, Jennifer, siente odio y rabia. No controles tus pensamientos, deja que llenen todo tu ser. Siéntelo por quien te trajo conmigo.)
(-Sí, él es el único culpable.)
A su mente acudieron los recuerdos en borbotones. Lo tenía todo planeado. Howard, claro, ya recordaba su nombre. Debía haber muerto en el altar. La bestia tenía que haber resucitado. Su misión era volver a regir los destinos de la Tierra. Ella hubiese sido su dueña y Él su esclavo. Ahora era al revés y solo él tenía la culpa. Howard.
(-Sigue pensando así, Jennifer)

En aquella oscuridad no existía el tiempo. No había un cálculo del mismo en horas o segundos. Todo se medía en sentimientos, en dolores, en instintos, en rabia. Cuanto mayores eran éstos, más grande era su alimento de venganza. Más llena estaba.

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