miércoles, 7 de octubre de 2009

21043

Ángel estaba sentado en un banco del parque viendo pasar a la gente, pensando que eran transeúntes sin un destino fijo que viajaban en busca de una trascendencia que a él le era negada encontrar, porque sentía que en esos momentos tenía vetado el acceso a transitar por ese camino. Echado hacia delante y con la cabeza apoyada en sus manos seguía meditando sobre las circunstancias que le habían llevado hasta allí y en el riesgo que estaba dispuesto a asumir por liberar a su mente del tormento en el que estaba sumido y que como una negra cortina de humo eclipsaba cualquier otro pensamiento. Una toma de decisión que se había visto precipitada fruto de las actuales circunstancias personales, pero que de una forma u otra había intentado en vano acometer en repetidas ocasiones.

No podía llegar a su casa con las manos en los bolsillos sin haberlo intentado antes, qué pensarían su mujer y sus hijos. Tenía que romper su tela de araña que le impedía moverse con la libertad que necesitaba. Conforme iba pensando en cómo actuaría notaba que leves líneas de esta red se rompían, despacio, sin dejarle liberar otros pensamientos, pero que se partían con la presión que ejercía desde el interior de sus sienes. Sabía que el paso que iba a dar le liberaría completamente de esta pegajosa maraña de sensaciones paralizantes que le retenían en su avance. Pero debía meditarlo con calma, sin precipitaciones, cualquier paso en falso supondría despertar a la araña y darle a saber que se encontraba allí, que su comida estaba de nuevo lista para ser engullida. No quería volver a ser devorado por pensamientos que le devolvieran a una situación igual a la que se encontraba, esta vez quería, tenía, que hacerlo.

Desde ayer lo estaba planeando, sería en el mitin de esta tarde, sabía el momento en que ocurriría, aprovecharía a mitad del discurso del presidente, cuando la seguridad se encontrase más relajada, sólo entonces actuaría. No buscaba la fama, el estrellato o el salir en las noticias, solamente buscaba el seguir transitando pero habiendo encontrado el trascender en su vida, no volvería a perder más este tren. Necesitaba buscar su propio arraigo, que en estos momentos notaba como ajeno, su afianzamiento en este actual devenir que sentía no era suyo, necesitaba en definitiva encontrar las claves de su propia identidad. Esta tarde se produciría.

Fue andando desde el parque donde se encontraba meditando hasta su destino, todavía resonaban en su cabeza los ecos de su reflexión, ahora mezclados con las palabras que se oían a lo lejos, los retazos de una caligrafía mesiánica en el aire que seriaba el futuro. Eran las promesas del presidente ante una multitud que coreaba las entonaciones finales de aquel en cada búsqueda de afirmación, de autoalimentación por la implantación de sueños. Cada vez estaba más cerca, iba a ser el momento más importante de su vida, ya nadie más tejería ninguna tela a su alrededor.

El mitin se celebraba en el pabellón de deportes, los ecos de la multitud enardecida le llevaron en volandas hasta la entrada. Todo parecía estar desarrollándose como en un sueño, sentía que estaba allí, pero de una forma extraña a lo que estaba sucediendo, como si estuviese viendo por ojos de otra persona la escena que se desarrollaba. Sentía, pero con un aletargamiento propio del instante antes de conciliar el sueño, cuando todos los sentidos se hacen uno para abandonar la vigilia y entrar en el mundo de la ensoñación, donde todo puede suceder, porque en esa esfera las acciones tienen un significado y conclusiones diferentes a la realidad. Son los negativos donde se plasman las frustraciones de nuestra vida.

-Buenas tardes –dijo Ángel al vigilante de la puerta mientras le enseñaba su carné del partido.
-Adelante, puede entrar, hoy se presenta una tarde larga. El presidente lleva más de una hora hablando y todavía le queda más de la mitad de sus promesas electorales por desarrollar, por lo que llega usted en el momento álgido de su discurso –le contestó el hombre de seguridad, en un intento de caer bien a todos los que cruzaban la puerta. No sabía con quien hablaba y quizás podía ser un alto cargo del partido. El que hablasen después bien de él suponía continuar o no en este trabajo temporal que tanta falta le hacía para la supervivencia de su familia.
-Gracias, es usted muy amable.

Ángel se fue desplazando entre la multitud, que seguía gritando frenética ante las audaces palabras del presidente. Nadie se dio cuenta de que pasaba entre ellos, primero buceando entre la multitud que estaba de pie al fondo, moviendo las pancartas al viento y aullando, cuando el presidente hacía una pausa coreaban su nombre como si fuese su salvador, el mesías Consiguió llegar al lateral de la zona de asientos y siguió avanzando, ahora más fácil. Nadie se percataba de su presencia, se sintió como una sombra que pudiese atravesar cualquier obstáculo, como el ser elegido para la ocasión vitoreado por una multitud que esperase su acto de liberación, igual que el gladiador que termina venciendo al último de los guerreros, esperando su corona de laureles.

Llegó hasta la zona de prensa, en la orilla del alto estrado donde el presidente gesticulaba y movía la boca con movimientos acompasados y medidos. En la nube de Ángel no se oían las palabras del presidente, sólo veía en él a la persona que le sacaría de su estado, su redentor. Los flashes de los fotógrafos le hacían aparecer y desaparecer de la realidad, le golpeaban en los ojos inundándole de recuerdos que traían a su mente una marea de pensamientos, de momentos olvidados, fugaces, que ahora volvían a su cabeza como los recuerdos al día siguiente de un sueño, cuando una palabra, una imagen, un gesto, un sonido, olor o sabor nos hacen detenernos, nos paralizan bruscamente para que busquemos una explicación para esa sensación y entonces la enganchamos a un sueño pasado, a una realidad no vivida pero sentida, intentamos recordar qué fue pero sólo nos ha quedado ese momento fugaz, nos gustaría completar la historia, pero sólo tenemos ese retal con el que intentar reconstruir nuestra experiencia, como si de un trabajo arqueológico se tratase, en el que a partir de una inscripción se aventuran hipótesis sobre la vida de un rey.

-Buenas tardes, lo siento, pero a partir de aquí no se puede pasar –le dijo a Ángel un fornido hombre de seguridad, que vestía un impoluto traje negro, mientras con una mano le hacía un gesto de “prohibido pasar”.
-Disculpe, no me había dado cuenta, estaba buscando los baños y me he perdido.
-Los baños se encuentran al fondo a su derecha.
-Muchas gracias.

Ángel rodeó la nube de periodistas y se dirigió a los baños. Siguió pensando cómo acceder a la tribuna donde se encontraba el presidente, con los ojos escudriñaba cada rincón, cada pasillo, cada sombra que le abriese paso a la luz del estrado, pero no veía ningún hueco. Estaba muy nervioso, se encontraba en un fuerte estado de excitación, tenía que finalizar su misión, dejar su impronta en esta tarea y romper con su tela de araña, volver a ser feliz consigo mismo y con el resto de personas queridas que le acompañaban en su viaje.

Al fondo, tras pasar por un estrecho pasillo mal iluminado que se encontraba pegado al escenario vio unas pequeñas escaleras, y sorprendentemente no había nadie vigilándolas. No podía ser que hubiesen dejado desprotegida esa zona, pensó. Se acercó sin mucha convicción hasta ellas y descubrió con satisfacción que éstas se elevaban hasta el escenario donde estaba el presidente. Se volvió a alterar su estado de ánimo, ahora parecía flotar más que nunca en una nube, no oía los gritos a su alrededor, no veía los cientos de pancartas que enarbolaban los miles de seguidores allí congregados. Sólo veía una luz que le cegaba casi por completo y al final de la misma el objeto de su tránsito, el presidente. Notó cómo sus piernas se movían en dirección al mesías. Por un momento todo enmudeció aún más, parecía que se estuviese desarrollando una película muda, antigua, donde los fotogramas saltaban de unos a otros de forma brusca, sin una suave continuidad, faltando imperceptibles movimientos entre una acción y la siguiente. Se encontraba a pocos metros del presidente.

En ese momento la realidad cayó sobre él como una losa, los gritos se multiplicaron en sus oídos, podía escuchar las conversaciones de los presentes, los murmullos que los padres dirigían a sus hijos, las infinitas miradas clavadas en él. Los flashes de los fotógrafos se transformaron en una única luz que le guiaba en su destino, veía y sentía todo con una absoluta nitidez. Por un instante dudó, el peso del momento había vuelto a caer sobre él, pero esta vez era diferente, estaba obligado a dar este paso, no podía caer de nuevo en las garras inmovilizantes de la araña. Avanzó hacia el presidente con la decisión reflejada en sus ojos.

(¡) N. del A.: esta historia tiene dos finales, uno feliz y otro triste. Recomiendo leer una u otra, dependiendo del estado de ánimo del momento.

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