lunes, 5 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (4)

III

-¡Dejadme salir de aquí, locos!
Howard pegó su rostro contra la ventana de su puerta. Su cara desencajada escupía las palabras contra el cristal. Estaba atado a la espalda por la camisa de fuerza. Las paredes acolchadas de su celda amortiguaban el sonido.

-¡Malditos, no sois conscientes del terror que se puede liberar en la Tierra!



El informe que leía el orondo director del Sanatorio de Providence no dejaba lugar a dudas. Era un caso típico de esquizofrenia grave, ahora en su punto más álgido. Hacía casi un año que le habían dado el alta y otra vez estaba de vuelta. Pero ahora las circunstancias habían cambiado, eran más graves. Esta vez había una nota final en el informe que decía: “Sin curación. Mantener el tratamiento sedante durante la vida del paciente”.

Se levantó de su silla y se dirigió al archivador. El despacho del director era un oscuro cuarto con una ventana tapada por una cortina. Las paredes de color ocre estaban atestadas de cuadros con fotos de eventos, donde se le veía rodeado de colegas, recogiendo premios o dando charlas. Su mesa estaba cubierta por una manta de desordenados papeles. Los documentos se apilaban encima de dos viejos archivadores que había al lado de la ventana. De uno de ellos sacó una sucia carpeta que puso encima de su mesa. En la portada, con una apretada letra, ponía: “Diario de Howard P.” Comenzó a leer con avidez.

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Empiezo a escribir mi diario el 29 de enero de 1934. Me acuerdo perfectamente porque aquel día hice mi maleta a toda prisa para salir del sanatorio. Un taxi al que previamente había avisado me llevó hasta mi casa.


Todo estaba tal como lo dejé aquel día que marché a Arkham. Perfectamente ordenado, como si la noche anterior hubiese dormido allí y me acabase de despertar al día siguiente. Esa misma tarde recibí la grata visita de James. Era un viejo amigo de los tiempos de la Facultad. Juntos empezamos a estudiar una carrera, la de Historia, que todos decían que no tenía futuro alguno. Luego nuestros caminos se separaron, él se fue a la costa oeste, a la Universidad de Los Angeles. Allí se especializó en historia contemporánea. Nunca perdimos el contacto, manteníamos correspondencia al menos una vez al mes. Por carta había sabido de su boda hacía cinco años y del nacimiento de su hijo Paul hacía tres.

Allí estaba James, en la puerta de mi casa. Había envejecido, se le notaban algunas arrugas incipientes en la comisura de sus ojos. Había perdido casi todo su pelo, y se había rapado el resto. Usaba gafas metálicas debido a su miopía, que seguro adquirió con la vasta lectura académica que había llevado a cabo. Añadía a su rostro una corta y rala barba que le daban un aspecto final de intelectual.

-Howard, amigo, ¿cómo estás? –se acercó a mí y me dio un gran abrazo. No lo dudé un momento y me abracé a él. Permanecimos así durante unos instantes. El sentir de cerca el contacto amigo, la unión con el pasado, supuso en aquellos momentos para mí un reconfortante encuentro.

Le hice pasar al salón, ofreciéndole una copa de whisky. Se sentó en un extremo del sofá que ocupaba uno de los laterales de la estancia. Yo me senté en una silla enfrente suya.

-Ha sido horrible James. No te puedes hacer idea. El monstruo, la bruja, el libro…-me di cuenta que me atropellaba al hablar. Que nada tenía sentido para mi amigo. Eran muchas palabras que, seguro, sonarían de forma incongruente para él. Notaba que James me miraba con cierta extrañeza-. Disculpa James, te estoy asustando.
-No Howard, no te preocupes. Sé por todo lo que has pasado.
-¿Y cómo te has enterado? –lo pregunté no tanto por querer saberlo, sino por relajar el ambiente, también mi mente. No quería alarmar a James.
-Recibí por última vez noticias tuyas desde Arkham, te contesté y al ver que pasaban los meses sin tener más correspondencia tuya me empecé a preocupar. Llamé a la Universidad de Miskatonic, tras hablar con varias personas me pasaron finalmente con la bibliotecaria que me contó lo ocurrido. Tras seguir el rastro, hablé con el sanatorio de Providence, el director me confirmó tu ingreso. También me avisó de que la mejor curación para tu estado era el aislamiento. Estuve en todo momento en contacto con ellos, preocupado por tu salud. El día que supe que te iban a dar el alta no lo dudé un momento, tenía que venir a verte.
-¿Crees que estoy loco? –le dije directamente, sin pensar la pregunta.
-No Howard, no lo creo. Has pasado por una experiencia muy traumática. Primero la muerte de tu tío en el incendio de su casa en Innsmouth, del que desgraciadamente fuiste un espectador directo. Luego el golpe tras el pequeño terremoto en Arkham, que te produjo una conmoción con pequeños daños asociados. Para terminar rodeado de enfermos en el sanatorio de Providence. Aunque con un final feliz, curado de todas las afecciones
-A lo que hay que unir la desaparición de una enfermera a la que me unían lazos especiales. Llegué a imaginarme que un terrible monstruo se la había llevado... –hice un largo silencio, tenía un nudo en la garganta. Los ojos se me llenaron de lágrimas-. Tienes razón James –continué- ha sido un periodo muy duro de mi vida, el golpe me hizo imaginar que horribles monstruos habían aparecido en mi vida, que ésta no era sino una farsa al servicio de un gran ser primordial –. Aquella conversación con mi amigo estaba suponiendo una terapia final, como el test positivo de mi raciocinio.

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