martes, 13 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (5)

La noche estaba próxima a caer, por lo que le propuse a James cenar y pasar la noche en casa. Aceptó mi invitación. Comimos lo poco que podía ofrecerle, una frugal cena fría. Luego nos volvimos a sentar en los mismos sitios que habíamos ocupado antes. Tenía la impresión de que mi amigo estaba impaciente por contarme algo.

-Howard, he estado pensándolo mucho estos meses y tengo que hacerte una propuesta que seguro no rechazarás. –me dijo con cierto aire de misterio en su voz.
-Cuéntame James, ya sabes que soy impaciente por naturaleza.
-¿Recuerdas los escritos que me mandaste antes de entrar en la Universidad de Miskatonic? Me dijiste que querías empezar una nueva vida, continuando con tu labor docente en una nueva ciudad. Me enviaste tu trabajo para que lo enviase a las universidades que yo considerase oportunas. ¿Te acuerdas?
-Claro, te dije que necesitaba reemprender mi carrera. Incluso recuerdo que el trabajo que te envié era un estudio sobre las antiguas culturas de Alaska.
-El trabajo lo envié a varias universidades de la costa oeste, pero también de Europa.
-¿Enviaste mi trabajo a Europa?
-Lo siento Howard, me tomé cierta licencia…
-No te preocupes James, -le interrumpí-. No te puse límites en cuanto a localizaciones. Pero sigue contándome, por favor.
-Pues bien, recibí la contestación de una Universidad europea. Llegó varios meses después de haber enviado tu trabajo. Aquí tengo la carta –me pasó un papel con el membrete de una Universidad de España. Estaba escrito en castellano.

“Sevilla a 3 de septiembre de 1933

Estimado señor James: hemos recibido la obra de su colega el señor Howard. Nuestro departamento de Historia, y concretamente nuestro titular el decano, ha quedado gratamente sorprendido. La calidad, profundidad y erudición que demuestra el escrito está fuera de todo parangón en estudios de culturas antiguas de las civilizaciones, sobre sus mitos y sus leyendas.

Hemos manifestado, en consejo interno, el gran honor que supondría para nosotros el que el señor Howard pudiese impartir un seminario sobre la materia. Significaría un alto nivel de prestigio para nuestra Universidad, amén de un complemento único para nuestros estudiantes.

Le ruego transmita al señor Howard nuestra humilde y sincera oferta. Las condiciones económicas las pactaríamos con él, si estuviese interesado, pero le anticipo que serían generosas. La duración del curso la estimamos en diez meses. Los gastos de vivienda y manutención correrían por cuenta de esta Universidad.

A la espera de sus noticias. Reciba un cordial saludo.

Suyo afectísimo.”

Me costó un poco entender el contenido de la carta. Al terminar mis estudios en la Facultad, me interesé por la cultura de los primeros pobladores de la Península Ibérica. La mayoría de los escritos sobre la época estaban en castellano, por lo que seguí un curso de dicha lengua. Luego fui perfeccionando mis conocimientos con la lectura de textos en castellano. Hace muchos años que no lo practicaba, pero ahora me daba cuenta que mis conocimientos del idioma no se habían borrado.

-¿Y bien Howard, qué te parece? –me dijo James con un pequeño tono de impaciencia en su voz.
-Estoy muy contento de que mis trabajos sean apreciados en la vieja Europa. Pero el dar el gran salto e irme a vivir a España me asusta en estos momentos. No sé si me encuentro en las mejores condiciones para ello.
-Tonterías Howard, creo que es el momento. Necesitas un cambio radical de aire, salir de la opresiva Nueva Inglaterra. Y qué mejor que irte a vivir a otro país. Allí te darás cuenta de que tus pesadillas fueron fruto de circunstancias excepcionales. Que tu mente funciona perfectamente. Tu futuro está en la docencia, ya ves que eres un reputado y demandado profesor de historia.
- No lo sé James, quizás tengas razón, pero ahora no puedo decidirlo. –No podía tomar la decisión en aquellos momentos. Todo lo que había pasado pesaba como una losa en mi mente. No podía pensar con claridad.
-Claro Howard, tómate tu tiempo.
-Gracias por todo James, siempre has sido un amigo en quien he confiado –le dije con sinceridad-. Bueno, creo que se está haciendo tarde. Te puedes quedar en la habitación de invitados.

Nos marchamos a nuestras respectivas habitaciones. El sueño me estaba venciendo, necesitaba descansar. Cerré la puerta de mi habitación, me puse el pijama tras asearme y me metí en la cama. Creo que los ruidos empezaron al poco tiempo de dormirme.

Primero fue como un susurro que se perdía a lo lejos. Luego llegó de nuevo el sonido, aquel reptar por las paredes. Me levanté inmediatamente de mi cama. Todavía tenía el recuerdo de la enfermera Patricia en mi mente. Me dirigí corriendo a la habitación de mi amigo, me temblaban las piernas y tenía un nudo en la garganta. Abrí la puerta, esperaba encontrarme la cama vacía o algo peor, pero allí estaba James profundamente dormido.

Me recorrió un escalofrío interior. No quería volver a recaer, sería mi perdición. Haciendo un esfuerzo mental deseché un origen preternatural para aquel sonido, lo achaqué al cansancio. Me dormí, y afortunadamente esa noche no soñé, o no recordé los sueños.

A la mañana siguiente tenía una decisión tomada. Así se lo hice saber a James en el desayuno. Fue un despertar de optimismo, una de esas mañanas en que todo parece que se centra en una misma dirección. Que no hay caminos divergentes que ensombrezcan el futuro. Iría a impartir el curso a la Universidad de Sevilla.

-Magnífico Howard. Es una decisión de lo más sabia. Tienes que escribir cuanto antes a la Universidad para hacerles saber tu decisión. Luego comprar el pasaje, hacer las maletas…, ¡uf!, vas a estar muy ocupado estos días. ¿Quieres que te ayude Howard?
-No James, tu tienes que volver con tu mujer y tu hijo cuanto antes. Seguro que te están echando muchísimo de menos.

Y así fue como me despedí de James por última vez. No le volví a ver nunca más.

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