miércoles, 30 de diciembre de 2009

MÚSICOS DEL MIEDO, de la A a la Z (1)

Desde muy pequeño siempre me gustó el cine de terror. Creo que todo comenzó por una prohibición, porque mis padre no me dejaban ver la serie de Ibáñez Serrador “Mis terrores favoritos”. Cuando salían los dos rombos en el ángulo de la pantalla del televisor me mandaban a dormir. Y creo que ahí nació mi afición por este género. Recuerdo que desde la cama oía los diálogos de las películas, su música, y en mi mente se formaban las escenas, al gusto de mi fantasía, claro.

Luego vino la primera película de miedo que vi, “El increíble hombre menguante” de un especialista en el género como Jack Arnold. Una fantasiosa historia que ahora que lo pienso, ha podido influir en mis escritos actuales. Un hombre que se ve accidentalmente rodeado por una extraña niebla, va poco a poco menguando de tamaño. Las cosas y animales más insignificantes de esta vida suponen una terrorífica amenaza para el atribulado decreciente que va disminuyendo de tamaño, y como no, con una predestinación ya marcada desde el inicio, termina desapareciendo ¿o fundiéndose con el infinito? Durante su trayecto de cambio sufrirá el tormento y la aflicción moral.

A partir de ahí me empezaron a interesar todas las historias de terror que daban en la tele, desde las mejores, como “La novia de Frankenstein”, sin duda alguna el gran clásico entre los clásicos, los ciclos del hombre lobo, Drácula y Frankenstein de la Universal, los terrores en vivos colores de la Hammer, el ciclo de Poe de Corman, las películas de Cronenberg (emitidas en un pequeño ciclo dentro de un programa de Antena 3 que era “Noche de lobos”), los terrores de Carpenter, “La matanza de Texas”, “Al final de la escalera”, “Lobos humanos”, “Alien”, etc. Pero también las peores, por citar las películas de terror de los años 80, que aunque irregulares en su mayoría, conservan cierto encanto.

Casi enseguida descubrí que detrás de este mundo del “fantaceluloide” había una música, en muchos casos fascinante, en otros útil sólo para acompañar con efectividad las escenas. Así, recuerdo el primer disco de vinilo que compré, que fue la banda sonora de “Alien” de Jerry Goldsmith. Una música genial, inquietante en los títulos de créditos y terroríficamente descriptiva en muchos cortes. Luego también en vinilo llegaron “La profecía” con el magnífico “Tubular Bells”, “Hellraiser” de Christopher Young y otras tantas más.

Años después, y ya en CD, mi colección siguió ampliándose. Recuerdo varias tiendas que existían en Madrid, antes de que internet pudiera con ellas y las cerrara. Concretamente cerca de la calle del Pez estaban Vinilo y Cinescor, esta última regentada por una persona de la que aprendí muchísimo sobre bandas sonoras y que era Paco. Aquel local era un pequeño templo del cine. El recinto era mínimo, con espacio para apenas cuatro o cinco personas (eso si no entraba Santiago Segura, asiduo de la tienda, en su época de mayor volumen). Una vez dentro te envolvía la música de cine que Paco había previamente seleccionado y luego entrabas en debate con los dos o tres fieles parroquianos en la tienda.

Dicho todo esto comienzo una serie sobre mis músicos preferidos, en su vertiente del terror y fantasía, con reseñas personales sobre las que se podrá estar o no de acuerdo. Intentaré ser lo más positivo posible, pero lo que si seré es subjetivo, no tanto en los comentarios, que lo serán, como en la elección de los músicos y su música, e intentaré poner cortes de bandas sonoras de ellos. Si no están las mejores bandas será porque no las encuentro en internet, por lo que pondré las que estén y aporten algo a la música de su autor.


Angelo Badalamenti

A Angelo Badalamenti creo que lo descubrimos la mayor parte de los aficionados gracias a su música para la serie televisiva de David Lynch, “Twin Peaks”. Una magnífica combinación de ritmos de jazz, blues y el estilo que luego sería característico de Badalamenti. La serie recuerdo que causó furor en su época y que reconozco que la terminé de ver hace poco, porque me hice con las temporadas completas en DVD. Como decía la serie fue el origen de una nueva visión de hacer televisión, y a esta pionera estética contribuyó de una manera muy sobresaliente su música.

Y como no sus títulos de crédito:


De la mano de David Lynch es donde Badalamenti encuentra espacio para sus creaciones más personales, a la vez que geniales. Aunque sin embargo (la película es un drama) el mejor score para Lynch fue para su película “Una historia verdadera”, maravillosa música, un refugio para el alma.

Junto a Lynch tiene magníficas creaciones para películas como “Twin Peaks, fuego camina conmigo” (insufrible puesta en escena de los peores ticks de su director), “Corazón salvaje”, “Carretera perdida”, “Mullholland Drive” (donde los personajes de la película se cruzan los actores a mitad de película ¡¿?!) y la especialmente extraña “Inland Empire”. Sin embargo, la banda sonora para “Terciopelo azul”, primera de las colaboraciones con Lynch, es especialmente turbadora. Quizás sea porque la música de los títulos de crédito acompaña a unas imágenes realmente inquietantes, donde la tranquilidad de un pequeño barrio residencial es retratado en cámara lenta y de forma casi esperpéntica, para llegar a un extraño desenlace dentro de la normalidad.

Esta es la música en cuestión:


Dentro del campo del fantástico una banda sonora que me encanta es la de “La ciudad de los niños perdidos” con música muy personal, combinada con otra melódica y suave. Otras bandas sonoras dentro del terreno fantástico o del terror de este compositor son “Dark Water” o “The Wicker Man”. Al día de hoy el nombre de Badalamenti sigue siendo muy interesante no solo en el mundo del cine fantástico, sino de la banda sonora en general

martes, 8 de diciembre de 2009

CUENTOS DEL ANDROIDE


Como dije hace algunos días, he colgado en Bubok un libro con 11 relatos de este blog. Dos más de los que había dicho. Su título es “Cuentos del androide” y para acceder directamente podéis pinchar en este enlace.

Los relatos los he agrupado por una temática que puede ser personal, en tres grupos diferentes, más un último escrito que no tenía cabida en los otros grupos. Son todos relatos que ya habréis leído en El sueño del androide. La novedad es, que aparte de que está en formato “PDF”,he hecho un pequeño escrito al inicio de cada grupo contando alguna anécdota o la génesis del relato en cuestión.
No he querido que en este libro entrasen relatos de Pocol o de Gravedad, pues mi pretensión es hacer un libro para recoger todos los cuentos de Pocol escritos y por escribir, por un lado, y por otro los de Gravedad en otro libro.

domingo, 6 de diciembre de 2009

LA CARA OCULTA DE PAPÁ NOEL S.A. (MÁS CUENTO DE NAVIDAD)

-¡Hohohoooooo!- gritaba el enorme Papá Noel mientras tocaba una campana. Los niños se arremolinaban a su alrededor dentro del gran centro comercial- ¡Venid niños!

Papá Noel se sentó una gran silla con dorados brazos y enormes cojines rojos. Los empleados del centro comercial ponían orden para que todos los niños estuviesen colocados en fila a la espera de que Papá Noel los fuese llamando. Uno a uno iban pasando, se sentaban en las rodillas del enorme Santa Claus y le decían la retahíla de juguetes que querían, desde el primero al último. Unos lloraban, los más pequeños, otros reían, pero todos al final salían con una increíble cara de felicidad. Algunos padres reticentes, sujetaban a sus hijos, eran los que más desconfiaban de la navidad y los montajes de estos centros.

-¡Dejad que los niños se acerquen a mí!, que descubran el verdadero espíritu de la navidad. La magia de estos momentos quedará en sus retinas para siempre- decía Papá Noel dirigiéndose a la multitud de padres. Aunque en su mente mercantilista los veía como potenciales clientes


Jueves 3 de diciembre, en algún lugar indeterminado de Laponia.

Se celebraba el comité ejecutivo de Papá Noel S.A.. En él estaban representadas todas las áreas de la compañía, desde recursos humanos a marketing, pasando por ventas, clientes y el departamento financiero. La presidencia del mismo corría a cargo de su CEO(1), el archiconocido en todos los ámbitos, Papá Noel. Llevaba en este puesto cerca de 100 años y aunque lo habían pretendido otras empresas, su contrato blindado hacía muy difícil su fuga.

-Sabéis que nos encontramos inmersos en plena crisis financiera mundial, las ventas han descendido y los beneficios empresariales han seguido la misma línea- dijo Papá Noel mientras todos los presentes asentían con la cabeza a cada aseveración de su consejero-. El director financiero nos ilustrará gráficamente sobre nuestra situación actual.

Éste se levantó de su asiento y haciendo una seña a la persona que manejaba el ordenador, empezó una proyección de Powerpoint en la pantalla que todos tenían enfrente. Fue desgranando mediante gráficos como se había pasado de un beneficio de diez mil millones de euros el pasado año a tan sólo nueve mil millones este año. Cuando terminó se volvió a sentar en su silla.

-¿Y sabéis lo que significa esto?- continuó Papá Noel, a la vez que todos negaban con la cabeza-, que nuestros accionistas están perdiendo dinero, que nuestra gran compañía puede dejar de ser la preferida entre nuestros inversores –todos asintieron con la cabeza-. Ahora os mostraré la batería de medidas que pondremos en marcha para paliar esta situación- hizo nuevamente un gesto al empleado del ordenador. La pantalla se volvió a iluminar con las fantásticas luces del ilusionismo.

-La primera medida será la reducción en la ropa de firmas caras que lleváis –se fue paseando por el lado de cada uno de ellos, nombrando en voz alta la marca de cada uno de los trajes- Gucci, Armani, Versace...a partir de ahora iréis como yo, con el traje tradicional...
-...pues a usted le paga Coca Cola por llevar ese traje- dijo una voz al fondo que interrumpió al consejero. Todas las cabezas se volvieron para ver al conserje que traía las bebidas. Las dejó encima de la mesa , se volvió y se fue. La cara de asombro de los presentes era imposible de definir, en todos estos años no había ocurrido nada parecido.
-Cuando salgas de aquí lo primero que quiero que hagas es despedir a ése- dijo el consejero acercando su boca al oído del director de recursos humanos.
-Sí señor- dijo éste.
-La segunda de las medidas –continuó hablando como si nada hubiese ocurrido- será el eliminar los beneficios navideños de nuestros empleados. Concretamente me refiero a suspender la función de circo, eliminar el regalo para los hijos de los empleados y las cestas navideñas de éstos.
-¿Y cuál es el ahorro financiero de esta medida, señor?- preguntó el director financiero.
-Ya te encargarás tú de darme una buena noticia en cifras, espero- contestó Papá Noel.
-Sí señor- dijo éste.
-Esta misma mañana sacarás una circular donde la razón de esta medida esté justificada en la crisis financiera y en el mantenimiento de los puestos de trabajo- dijo al director de recursos humanos.
-¿La habitual señor?
-Sí, claro- dijo el consejero Papá Noel.
-Una sola cuestión, el plazo de finalización de la encuesta de satisfacción entre nuestros empleados termina hoy- dijo el director de marketing.
-Pues entonces que la circular salga mañana- dijo dirigiendo su mirada nuevamente al director de recursos humanos.
-Así se hará señor. Querría añadir sólo una cuestión más, y es que esta medida puede causar un pequeño malestar entre nuestros empleados.
-¡Pues que se vayan a la competencia!- dijo con cierta irritación en su voz-, que lo hagan si se atreven. ¿A dónde van a ir, a esas pequeñas empresas familiares, a Los Reyes Magos S.L. o a El Ratoncito Pérez?, ¡que se marchen!, últimamente están en pérdidas.
-Sí señor- asintieron todos al unísono.
-Esto por lo que respecta a la reducción de costes, pero por otro lado nuestro programa de prestigio, captación de clientes y relevancia social se va a sustentar sobre tres pilares fundamentales- hizo un gesto al técnico del ordenador para que pasase a la siguiente diapositiva-. El primero de ellos será la potenciación de nuestra fundación, en primer lugar le cambiaremos el nombre, que pasará a llamarse “Laponia en vuestros corazones” y en segundo lugar elegiremos proyectos de actuación estratégica que no supongan un elevado coste para nosotros, pero que nos den una relevancia y notoriedad sobresaliente. Se me ocurren algunos ejemplos como el que nuestros empleados donen juguetes y alimentos para el tercer mundo, el que se presenten voluntarios para realizar actuaciones teatrales en centros de la tercera edad, de enfermos crónicos o de orfanatos...-hizo una pausa-. Ya se le ocurrirán más proyectos, seguro- dijo esto último dirigiendo su mirada al director de marketing.
-Sí señor- dijo éste.
-El segundo de ellos es un pilar de actuación inmediata, no podemos perder el carro del resto de empresas que nos llevan ventaja en este asunto. Me refiero al desarrollo sostenible, un compromiso social, económico y ecológico. Los dos primeros aspectos los podemos alcanzar con mi anterior propuesta y el compromiso ecológico con pequeñas acciones, por supuesto sin ningún coste para nosotros, pero de relevancia. También se me ocurre un ejemplo que sería el “trineo verde”, consistente en usar los excrementos de nuestros renos como abono para los cultivos del tercer mundo. ¿Qué les parece la idea?- dijo dirigiendo su mirada con orgullo a cada uno de los miembros del comité.
-¡Magnífica, fantástica! -dijeron unos-. ¿¡Cómo no se nos había ocurrido antes!?- dijeron otros.
-Y el tercero señores, es sin duda el más importante. ¿Cómo vamos a darle notoriedad a todas nuestras actuaciones anteriores?- hizo una pausa mirando a todos los presentes, luego continuó-, pues con una incisiva campaña de marketing que venda las altruistas excelencias de nuestra empresa. Tenemos que volver a hacer hincapié en los cuentos para niños, rodear a Papá Noel de ese halo bonachón y de repartidor de ilusiones que siempre ha tenido. Debemos regresar a la industria cinematográfica, que se vuelvan a rodar más películas donde nuestros duendes son empleados felices que trabajan para hacer felices a los niños.
-Pero los niños no son nuestro mercado- dijo el director de marketing.
-Abre los ojos, piensa –le dijo con tono de enfado-. ¿Quién lee los cuentos a los niños, quién los acompaña al cine?- dijo Papá Noel.
-Claro señor- y todos miraron con reprobación al director de marketing.

Al día siguiente la circular del director de recursos humanos fue difundida por toda la compañía, su comienzo decía así:

“Nos encontramos inmersos en plena crisis financiera mundial. Debido a esta situación, este año nos hemos visto obligados a tomar la decisión de no entregar cesta de navidad y regalos a los hijos de nuestros empleados. Tampoco se celebrará función de circo como en otras ocasiones.

Nuestro modelo de gestión empresarial siempre ha tenido como punto inamovible el mantenimiento de los puestos de trabajo, por ello nuestra decisión ha sido acorde a nuestra filosofía y política empresarial. Nuestros empleados son el bien más preciado con el que contamos...”

A las pocas horas una nota anónima estaba circulando entre los empleados de la compañía. Decía así:

“¡Basta ya! De que la demagogia y retórica referente al mantenimiento del empleo sirva como excusa para la reducción continua de nuestras ventajas laborales. Si para mejorar las cuentas de la empresa, es decir, reducir costes, aumentar los beneficios y no degradar el nombre de la marca, hubiese que pasar por el despido de 500 trabajadores, la dirección no se iba a parar en sentimientos humanistas o filantrópicos. Los despidos serían fulminantes.

Sería anecdótico, pero significativo de cara a la imagen de nuestros directivos, si éstos se redujesen el bono de final de año en sólo un 10 por ciento. ¿Por qué no lo hacen?

Si un beneficio social de los empleados se elimina un año, la experiencia nos dice que aunque las causas que excusaron la medida desaparezcan, también lo habrá hecho para siempre el beneficio social.

¿Por qué siempre los recortes se producen en la masa de trabajadores?, no creo que porque el ahorro sea mayor, sino porque éstos no tienen la fuerza necesaria para realizar una presión en bloque. La dirección sabe muy bien la clase de empleados que ha ido creando a lo largo de los años, y sabe muy bien que ha infiltrado dóciles ovejas entre la manada con sus continuos cursos de gestión de los mandos intermedios. Creando tal cantidad de estos mandos, que actualmente son un porcentaje bastante representativo entre los empleados. Han atado todos los cabos, ahora sólo les queda el hacer y deshacer sin oposición.

Uno de los suyos”


La noche del día 24 de diciembre muchos padres se asomaron a las ventanas de sus hogares, sintiendo una enorme sensación de tranquilidad miraron al cielo. Allí vieron a Papá Noel tirando de sus renos y se sintieron seguros.


(1)CEO = Siglas de origen anglosajón, como casi todos los snobismos relevantes en el mundo empresarial, que significan Consejero Delegado (el que más manda en una empresa)

miércoles, 2 de diciembre de 2009

EL CAMBIO (AVE REPTILIS)

El disparo sonó como un grito en la niebla. Ella con el alma rota en mil pedazos todavía sostenía el arma en sus manos cuando entró la policía.


Una hora antes.

Sara se postró al lado de la cama. Su llanto no la dejaba hablar, miraba a aquel ser deforme, una parodia de vida, y sollozaba. Había pasado mucho tiempo desde el inicio de la degeneración. Desde los primeros cambios que de forma imperceptible fueron transformando el cuerpo de su amado. Ya no notaba el nauseabundo olor que llenaba el dormitorio, un insano y pestilente hedor que de forma progresiva se había adueñado del aire que respiraba.

-No...lloresssss- dijo el ser que se encontraba tumbado en la cama. Unas palabras que salían forzadas por un sibilante golpe de voz.
-¡Amor, no puedo! ¡Me muero!- dijo Sara entre profundos llantos.
-¡Má...ta...- la voz salía ahogada de la garganta de aquel enorme reptil, entrecortada- ...me!
-No puedo. ¡Dios!, ¡¿por qué has permitido esto, por qué?!- Sara levantaba su cabeza al techo de la habitación, sus manos posadas sobre las húmedas sábanas que cubrían a aquel ser. Imploraba una solución, un final que se negaba a admitir.
-¡Mi...- las palabras brotaron tras una larga pausa, un silencio que llenaba el desesperado llanto de Sara-...ca...jón..., abre..., abre!

Sara miró con la desesperación del milagro venidero, giró la cabeza y vio la mesita de noche a su izquierda. Abrió el cajón con las manos temblorosas, sus lágrimas bañaban sus ojos, ahora grandes como dos lunas rojas al atardecer. Un revólver era lo único que había dentro. Sara lo cogió entre sus manos, estuvo todo el tiempo del mundo mirándolo.


Una semana antes.

-Ssssiénta...te a... mi lado ...ca...riño- dijo el amorfo ser que permanecía tumbado en la cama.
-Amor- ella apoyó su cabeza sobre el tronco del ser. Ahora no lloraba, era el primer momento en muchos días. Creía que se le habían secado las lágrimas, que ya no sería capaz de producir más-, no hables, te pondrás bien.
-Te...quiero- fue capaz de pronunciarlo de un solo golpe de voz- no ...me ...mi...ressss.
-No te dejaré solo, estaré siempre a tu lado. No me importa mirarte. Saldremos adelante, el antídoto hará efecto- ella todavía confiaba; su fe ciega en la curación se negaba a admitir otro final.

Hablaba con Mario y pensaba que no era una serpiente. Quería evadir aquella realidad, cada momento se repetía que aquella pesadilla pasaría, despertarían juntos en alguna isla paradisíaca hablando del hipnótico sueño que de forma conjunta habían tenido los dos. Se reirían del nauseabundo olor que los dos habían sentido, de cómo pensaron que él se había ido transformando en una monstruosa serpiente, un abominable ofidio que ocupaba la habitación de su casa. De cómo ella creía que sólo una intervención celestial podía parar aquella paranoia.

Con la cabeza sobre las impregnadas sábanas Sara esperaba un “Deus ex machina” redentor surgido de algún ángulo de la habitación. Aunque ella sabía que en el fondo Mario sería considerado un Prometeo por los dioses.


Dos semanas antes.

Mario miraba sin asomo de perplejidad el color de su piel, era verde oscura, casi marrón, brillante a la tenue luz de la lámpara del techo. Su capacidad de asombro hacía meses que había muerto. Esperaba algo, no sabía qué; quizás un milagro. Su muerte. Sara no debía padecer más, era su mayor preocupación en aquellos momentos. Él sabía que su reversión era imposible, su final sería trágico.

Su tronco se había alargado hasta tener que enrollarse al final de la cama en un rizo de monstruoso trazo. No lo veía con claridad pero se había visto reflejado en el vaso de agua de su mesa. Sólo había mirado una vez, lo suficiente para volver la vista con rapidez. Sus orejas habían desaparecido, su boca estirado de forma grotesca hacia atrás, su lengua dividido de forma bífida y la nariz se había achatado tanto que casi había desaparecido. Sólo dos agujeros indicaban el lugar por el que Mario había respirado como un hombre.

Bajo la mirada de lo que una vez fueron ojos humanos se escondía su más dolorosa realidad, la maldición de aquel cuerpo y un cerebro que razonaba como el de Mario. Una mente que le dictaba órdenes que su escamoso tronco no podía cumplir, que lanzaba palabras a una garganta carente de cuerdas vocales. Una razón que simplemente le sujetaba a un mundo de sentimientos humanos. Mario pedía perderla, soñaba con que se diluyese en los instintos más primarios de los animales, pero su pesadilla le despertaba todas las mañanas con un pensamiento racional.

Su serpenteante silueta se dibujaba bajo unas sábanas manchadas de una putrefacta viscosidad que destilaban sus excrecencias. Ella entraba en la habitación todos los días y lloraba, durante eternos minutos. Él la observaba y callaba, quería morir. Ella le pedía casi de rodillas que fuesen al hospital, pero él le aseguraba que nadie podía hacer nada por él. Le recordaba la conversación de la semana anterior, debía tener fe en los efectos del antídoto, le decía. Pero él hacía tiempo que había perdido la esperanza, ahora sólo cabía esperar que la mano que él no tenía no temblase en darle la paz.


Tres semanas antes.

El dolor parece haber desaparecido. Mario intenta articular palabras y éstas aparecen de una forma muy distorsionada, nota el siseo de su voz y se alarma. Le llega el insano olor de la putrefacción, aunque su mente ya se ha acostumbrado a él, lo sigue notando flotar en el ambiente. Sigue preocupado por Sara, porque le vea así, por sus sufrimientos.

Su cuerpo antropomorfo ha sido casi engullido por el ofidio, ahora su cerebro manda órdenes a unos miembros que ya no existen. Mira debajo de las sábanas, sin asomo de sorpresa ve que la pierna reseca, contraída, caricatura de lo que un día fue una vigorosa extremidad ha seguido el destino del resto, se ha desprendido de su cuerpo. Más bien de su forma de áspid.

-Cariño, vengo a cambiarte las sábanas- dijo Sara entrando en la habitación. No lloraba, pero sus ojos delataban que lo había hecho recientemente, y mucho.
-No te ...preocu...pessss ...essstán...bien- dijo Mario en un titánico esfuerzo por hablar, por denotar seguridad en sus palabras. Era imposible.
-¿Cómo estás?- era la pregunta que le hacía diariamente, no hacía falta contestar, ella le miraba durante un rato y luego las lágrimas volvían a sus ojos. Caían sobre las sábanas, mezclándose con los fluidos corporales de Mario.
-Essstoy ...me...jor- él sabía que no era cierto. Ella también. Le pasó la mano por su cara escamosa, fría. La calidez de la mano de Sara le produjo una sensación de confort. Estos silencios eran los únicos momentos por los que quería luchar, pero su razón le invitaba a abandonar la idea, a centrarse en el final.


Un mes antes.

La mutación prosigue de forma imparable, desafiando cualquier ley natural que haya existido. Hoy el horror que parecía no tener límites ha subido un escalón más en su batalla. Sus miembros habían empezado a tomar una coloración parda, se habían ido reduciendo de tamaño hasta parecer las extremidades de un muñeco acoplados a un cuerpo de proporción normal. El movimiento de los mismos había desaparecido por completo , una degradación que ha llegado en cuestión de días y que ha podido observar avanzar hora tras hora.

El dolor tan intenso de los últimos meses ha remitido, ya sólo nota molestias, punzadas que aparecen y desaparecen cada vez más espaciadas en el tiempo. Pero un crujido seco le llama la atención, siente pánico a mirar bajo la sábana. Lo hace. Uno de sus resecos brazos se ha desprendido de su tronco. Sin dolor, sin aviso, siguiendo de forma procelosa la terrible angustia del cambio. Mario no puede llorar, lo intenta pero sus ojos están secos. El antídoto parece no surtir efecto, ¿quizás era un placebo para Sara?

Cuando ella entra en la habitación a cambiarle las sábanas descubre horrorizada el macabro cuadro. Un cuerpo de sierpe escamoso con una parte todavía humana, pero cada vez más deformada por el avance animal. Su pequeño brazo desgajado de su cuerpo. Sara grita presa del pánico, de la desesperación más absoluta.

-¡Vamos al hospital ahora mismo, sin falta!- grita con decisión en sus palabras.
-No lo ...hagasss- su voz sonaba como una pequeña fuga de gas- el antído...to ...ha...rá ...efecto.
-No podemos esperar más Mario. ¡Necesitas urgentemente que alguien pare esta locura, que te curen!- dijo con lágrimas en los ojos.
-Impo...sssible, nadie ssssabe de- pausa- mi dolen...cia, massss que yo –tomó aire, estaba muy fatigado.
-Pero alguien allí sabrá qué hacer, qué medicamento darte. Tu les puedes guiar en la curación- la desesperación brotaba en cada una de sus palabras. Sara se sentía morir en vida.
-Nadie sssa...be. Sssólo con...ssseguirían- pausa- parar losss ....efectossss del antí...doto- dijo Mario exhausto.
-Mi vida- dijo Sara abrazando el escamoso cuerpo que se escondía bajo una mojada sábana.


Dos meses antes.

-Llevo varioss messess de pre...paración. Esste antídoto revertirá...el proce...sso- dijo Mario a Sara que permanecía sentada a su lado en la cama.
-¡Rápido, no perdamos tiempo! ¿Qué tengo que hacer?- le preguntó Sara con la impaciencia propia de la desesperación. Un rayo de luz se abrió pasó en la densa oscuridad de su mente.
-Bája...me en la ssilla...de...ruedass- dijo Mario.

Sara con gran esfuerzo movió el cuerpo de Mario a la silla de ruedas que tenían en la habitación de al lado. Mario apretaba su deforme boca en señal de dolor, éste era insoportable y llenaba cada segundo de su existencia. El descenso al laboratorio del sótano llevó a Sara varias horas, con sumo cuidado bajaba escalón a escalón. Mario seguía sufriendo, por ella.

Sara encendió las luces del laboratorio, varios fluorescentes del techo parpadearon hasta que la estancia se llenó de una luz blanquecina. Cientos de botes de cristal, tubos de ensayo y extraños aparatos llenaban la enorme mesa del fondo de la sala. Las estanterías estaban llenas con cientos de frascos de líquidos de colores etiquetados con extraños nombres en latín.

Las horas pasaban sin que Mario y Sara distinguiesen el día de la noche, ninguna ventana exterior les indicaba el horario. ¿Fue sólo una noche, fueron varias?, ninguno sabría decirlo, enfrascados como estaban en la preparación del brebaje salvador. Mario con su voz entrecortada y sobrenatural iba dictando los pasos a seguir. Sara con pulso tembloroso mezclaba el contenido de tubos de ensayo, calentaba los matraces y seleccionaba el contenido de los frascos.

Después de un largo proceso de elaboración Mario dio por finalizada la pócima. Un pequeño tubo lleno hasta la mitad de un líquido pardo oscuro. El antídoto. Sara se lo acercó a la boca, tenía las lágrimas saltadas. Mario estaba nervioso, temblaba por dentro ante la cercanía del momento, de uno muy especial, el decisivo. Bebió.


Tres meses antes.

Ahora ya no puede estar de pie, Mario se ha tumbado en la cama porque nota que se cae, que sus piernas ya no pueden sostenerle. Lo notó esa misma mañana, Sara ya se había levantado y Mario había permanecido hasta las 12 del mediodía, algo muy raro en él. Fue al incorporarse, primero un gran dolor en sus extremidades, luego como los últimos días, recorriéndole todo el cuerpo.

Sentado en la cama se miró en el espejo que tenía justo enfrente, el espejo delante del que había pasado tantas horas, atusándose un pelo que ahora empezaba a caérsele de forma alarmante. Recuerdos de reflejos que le habían mostrado un rostro bello, con unos profundos ojos verdes, nariz pequeña y boca en perfecta armonía con el resto. Ahora se asustó ante la visión de sus ojos, sintió como una punzada de pánico le recorría la columna vertebral. Su iris había desaparecido y en su lugar su ojo mostraba una membrana de color verde, su pupila se había transformado en una línea negra vertical. El blanco cutis que con tanto esmero se había cuidado aparecía ahora lleno de unas escamas entre verde y marrón. Gritó de pánico.

-¡Qué ocurre Mario!- Sara apareció apresuradamente ante la puerta de la habitación. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa- ¡Dios!- fue lo único que acertó a decir.
-No miress Ssara- dijo él llevándose las manos con dificultad ante su cara.
-¡Estás peor!, ¡tu cara Mario, tu cara!- gritó Sara.
-Essto cambia...rá –dijo con dificultad Mario-. Comenza...ré a mejorar.
-¡Nos vamos al hospital ahora mismo!- dijo ella con la premura que daba la gravedad de la situación.
-¡No Ssara! –gritó Mario-. Allí sso...lo me aleja...rían de mi ...laborato...rio.
-¡Me da igual tienen que verte los especialistas!
-¿Especia...liss...tass?, yo ssoy el único que ssa..be lo que...me passa.
-Pero allí tendrán la tecnología para curarte- ahora Sara lloraba desconsoladamente.
-Ssolo yo ...puedo...rever...tir essta ...situa...ción. Ssolo yo. ¿Lo entien...dess Ssara?- dijo Mario con una súplica en su voz- Conoz...co el antí...doto.

Mario sentía el dolor recorrerle cada una de sus vértebras. Sara no lo había visto todo, porque también sus extremidades habían comenzado a mutar. Se habían reducido, adelgazado y las movía con mucha dificultad. Sara se abrazó a Mario, su pijama estaba manchado, ronchas húmedas lo salpicaban, pero ninguno de los dos se dio cuenta, fundidos como estaban en una sola alma.


Cuatro meses antes.

-¿Qué te ocurre Mario, qué te está pasando?- le preguntó Sara con un nudo en la garganta.
-¿Recuerdass mi gran descubrimiento?- le preguntó Mario aquella mañana al despertar.
-Claro amor, eres un científico incomprendido, algún día tendrás tu gran lugar dentro del panteón de los grandes genios.
-No lo creo- dijo Mario, que le costaba expresarse con dificultad.
-¿Por qué lo dices?- preguntó Sara con extrañeza.
-Ess sobre la enfermedad que esstoy padeciendo- Mario hizo una pausa para tomar aire y siguió hablando-. No es algo casual.
-¿A qué te refieres?, ¡dime Mario!- dijo ella con un tono no disimulado de ansiedad por conocer la respuesta.
-Lass pruebass las hice con mi persona- dijo Mario de un golpe de voz. Sin esperar la respuesta de Sara prosiguió-. Algo falló.
-¿Pero te vas a poner bien, verdad?- dijo ella con lágrimas en los ojos.
-Claro, no te preocupess –le costaba hablar, los golpes de aire no le llenaban lo suficiente para pronunciar con claridad, se cansaba-. Sse donde esstá el problema y mi enfermedad remitirá en breve. Ten confianza.
-¡Oh Mario!, te quiero tanto, si te sucediese algo me moriría- ahora sus primeras lágrimas se habían convertido en un gran llanto. Abrazó con fuerza a Mario, lo apretó con ternura contra su pecho, sentía su corazón latir con viveza-. Prométeme que te pondrás bien, ¡prométemelo!- le dijo casi gritando de rabia, suplicándole una respuesta que le devolviese la vida.
-Claro amor –dijo él con un tono de fingida esperanza- te prometo que lo tengo todo –hizo una pausa porque no le llegaba el aire- ...bajo control.


Mario y Sara estaban sentados a la mesa, cenando. Cuando él se levantó a por agua a la nevera. Ella se fijó en sus andares. Parecía que arrastrase los pies, como si llevase una pesada carga a sus espaldas. Al volver con la jarra de agua, ésta temblaba en sus manos, el líquido se desplazaba como en una pequeña tempestad. Sara lo vio todo llena de un horror interior. En poco tiempo la decadencia física de Mario se había hecho más palpable, como si de unos primeros síntomas se hubiese pasado a la gravedad de una enfermedad en unos escasos segundos.

Mario miraba a Sara a los ojos, ninguno de los dos pronunciaba ninguna palabra, el silencio se había hecho pasajero de la cena. Sara acariciaba la mano de Mario, estaba fría, como un témpano. Su piel tenía escaras, notaba pequeñas escamas o quizás era su mente que asociaba las ideas. Sara no lo sabía, pero él la veía con dificultad, las imágenes no las enfocaba con nitidez, unas sombras borrosas aparecían de vez en cuando en su campo de visión. Él alzó la cuchara para llevarse la sopa a la boca, pero su pulso le falló y el cubierto cayó con gran estrépito sobre el plato. El dolor era insoportable. Sara que lo estaba viendo agachó la cabeza y lloró en silencio.


Cinco meses antes.

Mario notaba su lengua como un trapo, se pegaba a su paladar y se le trababa cuando intentaba pronunciar alguna palabra. Estaba asustado, sentía mucho miedo. Sus articulaciones estaban rígidas, andaba con dificultad y le pesaban los brazos. Cualquier actividad física, por pequeña que fuese se estaba convirtiendo en una prueba de esfuerzo.

-¿Te encuentras bien cariño?- le preguntó una noche Sara.
-Sí, simplemente me debe haber sentado mal algo de la cena- dijo, mientras se bajaba la manga del pijama para que ella no viese los eccemas de su brazo. La pomada de corticoides que se estaba aplicando no le estaba curando, ni aliviando. Los picores se extendían a lo largo de su cuerpo, al igual que esas fastidiosas afecciones cutáneas.
-Debes trabajar menos cariño, creo que tantas horas en el laboratorio están afectando a tus nervios y a tu forma física.
-Mañana seguramente me levantaré mucho mejor- El dolor que en punzadas le llegaba a sus sienes era por momentos insoportable, tenía que cerrar los ojos y respirar hondo para resistirlo. Aunque algo en su interior le decía que aquello no era producto de alguna enfermedad. No eran simples eccemas, hipotonía, vista cansada, migrañas o hipotermia. Lo que estaba padeciendo era un efecto secundario.


Seis meses antes.

-¿Qué tienes en el brazo?- le preguntó ella mientras desayunaban.
-Es una pequeña quemadura que me hice ayer en el laboratorio- le respondió él, sabiendo que no tenía ninguna explicación para aquella extraña afección de su brazo.
-Tienes que cuidártela, no tiene buen aspecto- le dijo ella con cara de desagrado, mientras miraba aquella mancha rojiza.
-No te preocupes cariño me estoy dando una crema que me dejará el brazo como nuevo- aunque lo cierto es que le picaba bastante, además si se presionaba con el dedo le dolía, mucho.

Cuando ella se levantó de la silla para irse al trabajo, un sudor frío le recorrió la frente a Mario y una punzada de calambre su columna. Enseguida desechó su pensamiento, pero por un instante relacionó aquel eccema con la hipotermia que sufría y el cansancio en la vista. Sólo por un instante pensó en alguna jugada del destino, pero sólo por un segundo, luego volvió a sus pensamientos de científico.


Siete meses antes.

Aquella mañana Mario se levantó con una enorme sensación de frío, miró el termómetro de la habitación y marcaba 23 grados. Una temperatura ideal. Quizás estaba entrando en un proceso febril. Se fue hasta el botiquín que tenía en el cuarto de baño y buscó un termómetro de mercurio. Se lo puso en la axila. A los cinco minutos lo cogió entre sus dedos y lo miró a la luz de la lámpara. ¡¿34 grados?! Exclamó para sí. En aquellos momentos el mercurio contraído en su extremo hizo reventar el termómetro, que se volatilizó entre sus dedos.


Ocho meses antes.

Aquella tarde fueron a ver una película, a un pequeño cine club que estaba proyectando un ciclo dedicado a Cronenberg. Lástima, pensó Mario, pues el día anterior habían puesto “Inseparables”, su favorita. Pero la de hoy le gustaba también mucho, aunque era la cuarta vez que la veía, se trataba de “La mosca”, un pequeño clásico, versión adaptada al universo del director de otro clásico de los años cincuenta.

-Me ha encantado la película- le dijo Sara al salir del cine.
-Es una película muy buena. Por cierto Sara ¿has notado si estaba desenfocada la proyección de la imagen?
-No, se veía con nitidez.
-Debe ser entonces que me estoy haciendo mayor –dijo con humor Mario-. Algunas partes de la película me han parecido borrosas. Debe ser el primer aviso de que voy a necesitar gafas.
-Y te llamaré gafitas cuatro ojos- dijo riéndose Sara.
-No te atreverás, ¡porque la furia de La mosca caerá sobre ti!- ambos rieron a carcajadas.
-¿Y dices que es una versión de otra película más antigua?- preguntó Sara.
-Sí, de una de los años cincuenta protagonizada por Vincent Price. Esta nueva versión se centra más en el protagonista principal, en los cambios que afectando a su físico, terminan mutando su mente.
-Todo un drama, sí señor. Escalofriante- dijo ella y Mario la abrazó con fuerza.
-¿A que ya no sientes escalofríos?
-No, ahora siento el abrazo de la serpiente constrictor- dijo Sara y los dos rieron al unísono.


Nueve meses antes.

-¿Me prestas tu crema hidratante?- le preguntó una mañana Mario a Sara mientras se aseaban en el cuarto de baño.
-¿Es para algún fin científico?- dijo ella pensando en sus experimentos.
-No, siento decirte que es para fines mundanos. Noto la piel de mis manos muy resecas.
-Claro, ya te he dicho que cuando trabajes con esos potingues en el laboratorio te pongas guantes

Después de un mes Mario siente el éxito correr por sus venas. Tras haber tomado su preparado, no ha notado ninguna acción perniciosa sobre su organismo, los efectos secundarios se pueden decir que son nulos. Eso sí, piensa con humor, el que sean las dos de la tarde y el haber llegado a tan altas cimas de la ciencia le dan unas ganas tremendas de comer carne, y cuanto menos hecha, mejor.


Diez meses antes.

Su mano le temblaba ante la excitación del momento, el fruto de tantos años de investigación, frustraciones, noches en vela y en definitiva de perseverancia, estaba en sus manos. Una jeringuilla con un líquido verdoso dentro. Se apretó el compresor tirando de un extremo con sus dientes y del otro con el brazo derecho. Se palpó con el dedo índice hasta localizarse la vena del antebrazo y se inyectó el contenido. Un frío intenso le recorrió el brazo. El líquido de su vida estaba dentro de él.

Llamaron a la puerta del laboratorio.

-Espera cariño- rápidamente escondió la jeringuilla y se tapó el antebrazo con la manga de la bata-. ¡Pasa!
-¿Estabas haciendo cosas malas sin mi?- le preguntó Sara con un aire de “femme fatal” en su voz.
-Esas cosas me gusta hacerlas contigo- y cogiéndola por la cintura la besó apasionadamente.


Once meses antes.

-¡Malditos burócratas!- exclamó Mario haciendo aspavientos con un papel en sus manos.
-¿Qué ha pasado cariño?- le preguntó Sara.
-Esos estúpidos científicos de salón no han aprobado mi descubrimiento, dicen que no es viable para la cura del cáncer. Además me conminan a que abandone mis estudios de inmediato, prohibiéndome de forma expresa que continúe realizando cualquier “experimento” sobre animales y que por supuesto no habrá un programa de prueba sobre humanos. ¡Con estos políticos de bata blanca no podrá avanzar nunca la ciencia!- Mario estaba cada vez más irritado, su voz reflejaba la ira del que se ve injustamente rechazado-. Estoy convencido de que intereses ocultos de laboratorios están detrás de esta decisión. Intentan que mi medicamento nunca llegue a comercializarse. ¿Crees que piensan en los ciudadanos, en curar sus males? ¡No!, sólo piensan en los pingües beneficios que les reportan las patentes y los impuestos.
-Cálmate cariño, tu no eres sólo un científico, tu obra es humanista y eso no lo soportan los políticos Algún día el mundo entero comprenderá tu obra y tu sacrificio. Entonces tu dedicación no habrá sido en vano.
-¡Malditas víboras!- exclamó Mario.,


Un año antes.

-¡Eureka!- la voz de Mario resonaba por los pasillos de su casa. Fue hasta el salón, donde su mujer estaba viendo la televisión, la abrazó, la levantó un palmo del suelo y comenzó a dar vueltas con ella en círculos.
-¡¿Qué ocurre, Mario?!- preguntó, exultante de alegría, contagiada por el arranque de felicidad de Mario.
-¡Lo tengo!, ¡lo tengo!- gritaba Mario
-¡¿Pero qué?!, ¡dime, Mario!
-¡La fórmula!, ¡he conseguido la fórmula que he buscado durante años!
-¡Lo sabía, sabía que lo conseguirías!- ahora fue Sara la que se lanzó a los brazos de Mario, estrechándolo con fuerza.
-Los últimos resultados con los ratones han sido positivos Sara, el tumor ha desaparecido en la totalidad de ellos- la emoción brillaba con vida propia en sus ojos.
-Lo sabía, lo sabía- era lo único que alcanzaba a repetir Sara, contagiada como estaba de la emoción del momento.
-¿Sabes lo que esto significa?
-¡Dime Mario!
-Que el tumor tiene cura, que se ha abierto la puerta a la salvación de las personas con esta enfermedad. La lacra de este siglo tiene sus días contados. El siguiente paso es seguir con las pruebas, obtener la autorización para realizarla con humanos.
-Siempre confié en ti, en tu fuerza, no has desfallecido en tu búsqueda y lo has encontrado. Eres un hito para la humanidad. Tu nombre serpenteará alrededor del mundo.


Un año y medio antes.

Sara y Mario viven un apasionado amor que no sólo pervive desde el primer día, hace ahora seis meses, sino que sube un peldaño cada momento que beben de él. Lo viven con un sentimiento que para cualquier observador externo parecería ajeno a este mundo. Ellos lo escenifican cada día, abstraídos de cualquier ruido exterior, en su nueva casa de que se han comprado en las afueras de la ciudad.

En el sótano de su nueva casa tiene él tiene su laboratorio, donde continua con la investigación que comenzó hace cinco años. Con la beca que le concede desde entonces la Universidad estudia la posibilidad de desarrollar células curativas que sustituyan a las tumorales a partir de embriones de serpientes. Todo ocurrió por casualidad cuando investigando la reproducción de los reptiles en una clase de biología, se fijó en una célula del embrión que mutaba. Aisló esta célula y la puso en contacto con otras alteradas del propio reptil. Estas últimas fueron rápidamente sustituidas por la primera que se reprodujo a un ritmo mucho más acelerado del normal.

A partir de aquí comenzó el estudio de esta célula, su aislamiento, reproducción y puesta en contacto con otras células de animales de diferente especie, como ratones y cobayas. El resultado no fue tan espectacular como al principio, pero tuvo la corazonada de que con la investigación continuada y el esfuerzo adecuado, el camino que estaba siguiendo era el correcto para llegar a los fines que tenía en mente. Comenzó entonces su largo recorrido de investigación y experimentación.

Sara en todo momento le acompañaba, no sólo físicamente, sino dándole el ánimo que en algunas ocasiones necesitaba para no desfallecer cuando los resultados después de meses de investigación eran decepcionantes. Era su pilar de apoyo para contarle sus inquietudes más profundas, sus anhelos más esperados y sus frustraciones más profundas. Ella estaba siempre allí para escucharle, para resolver sus nudos mentales cuando lo necesitaba.


Dos años antes.

Mario se obligó a ir a la fiesta, sus amigos lo sacaron casi a la fuerza del laboratorio de la Universidad. Él era profesor y trabajaba con una beca para el estudio de un remedio contra el cáncer en la propia Facultad. Era la fiesta de navidad y decidió que salir un momento de su concentración tendría efectos positivos sobre su cabeza.

Cuando llegó a la fiesta el bullicio, las luces y la música lo aturdieron hasta el extremo de que tuvo que salir fuera a respirar un poco de aire. Fue allí donde la conoció, en aquel frío jardín en penumbra que rodeaba a un precioso estanque donde el agua discurría placidamente. Ella llevaba un vestido de brillantes lentejuelas que simulaban una cota escamosa. Alrededor de su cuello lucía una imponente boa de plumas de color violáceo. Su hermosa figura se erguía sobre unos zapatos de fino tacón y piel de serpiente.

-Se aburre ¿verdad?- le preguntó ella pillándole desprevenido.
-¿eh?...¡ah!, un poco- contestó él. Sus ojos eran tan verdes como una frondosa selva.
-A mi me pasa igual en estas fiestas. Me aburre esta música y el griterío de la gente. Echo de menos la tranquilidad de la noche- dijo ella-. Por cierto, me llamo Sara.
-Yo me llamo Mario y trabajo en la Facultad de medicina.
-Muy interesante, ¿cuál es su especialidad médica?
-Soy investigador, un ratón de laboratorio- dijo él. Se miraron durante un corto instante y rieron al unísono.

Hay leyes universales que son inmutables pero que nadie conoce hasta que no topa con uno de sus artículos. Esa noche Sara y Mario se encontraron con el que hacía referencia al amor universal, a aquel que sólo se encuentra cuando uno no lo busca. Aquel que sucede cuando dos almas errantes, creadas la una para la otra, que podían pasar por el firmamento sin encontrarse, colisionan. A partir de aquí surgió una historia de amor que los llevó hasta el final de su trayecto. La historia de amor más bonita descrita entre dos corazones, entre dos animales.


Un minuto antes.

-¡Disssss...pára...me!

martes, 10 de noviembre de 2009

PROPÓSITOS, CONFESIONES Y PERSONAJES

A partir de aquí voy a dejar de publicar semanalmente “El ladrón de sueños”. Creo que llega a ser cansino para el que abre el blog encontrarse con un trozo de relato que seguramente ya habrá leído, y si no es así, que no se lo haya leído, puede descargarse en “PDF” la versión íntegra de forma gratuita pinchando en este enlace.

Mi primera intención al escribir el libro de las andanzas de Howard era presentarlo por partes a los lectores, pero luego lo publiqué en Bubok y ya no veo la necesidad de tenerlo en dos sitios. Eso sí, pese a que mi tiempo lo absorbe la nueva novela que estoy escribiendo, intentaré colgar algún escrito de vez en cuando en este blog.

Por otro lado sigo, como decía, escribiendo mi nueva novela, totalmente diferente de la anterior en cuanto a trama, pero no en cuanto a las constantes vitales que subyacen en la personalidad de los personajes. Es muy difícil evadir unos presupuestos básicos como orden de actuación de ciertas actitudes ante la vida. Así Marta Moreti, la protagonista de la nueva novela tiene bastantes rasgos en común con Howard, y estos a su vez con otros protagonistas de los relatos cortos, menos desarrollados conceptualmente, eso sí.

Puedo cambiar la acción, hacer más o menos ágil el desarrollo de una trama, pero el comportamiento de los personajes es un “leit motiv” del que no sólo no puedo desprenderme, sino que no quiero hacerlo. La forma en como estos afrontan su tránsito por el mundo, dejándose partes de ellos en cada línea, para llegar al extremo de desaparecer, de permanecer enclaustrado en la propia habitación o en su propia nave espacial, que al final no deja de ser la propia mente de cada uno, este tránsito, como decía, parte de una predestinación que arrancó en un momento anterior a la escritura de la novela, como es el caso de Howard, de una forma muy expresa en Ich-pi-el y más suave, pero con un tácito futuro preescrito, en “El ladrón de sueños”. Yo simplemente me limito a coger a esos personajes y contar una parte de su vida, da lo mismo que sea del centro, del principio o del final, pues si el destino lo llevan ya inscrito en su alma yo sólo puedo narrar lo que les sucede y cómo lo viven.

Así sucede con Marta Moreti, alter ego de Howard, en la novela policíaca que estoy desarrollando y que todavía tardará unos meses en ver la luz. No me es tan fácil hacer fluir el desarrollo hasta donde quiero llegar, necesito tiempo para que cada personaje crezca y llene el relato, y esto me cuesta. Estoy intentando desarrollar más a los personajes, que cada uno tenga su forma de pensar y sentir no porque lo diga el narrador, sino porque así lo veamos actuar a lo largo de las páginas del libro. Envidio a las personas que escriben y pueden terminar un libro en un mes, qué facilidad de ideas; mis conexiones, sin embargo, son más lentas, necesito más tiempo.

Por último, y ya para terminar, voy a publicar (colgaré el enlace) nueve relatos escritos en este blog, más uno inédito (que todavía tengo que desarrollar) en formato de libro, con una pequeña introducción con la descripción de la génesis e incluso alguna anécdota sobre alguno de ellos. También estará en formato “PDF” de forma gratuita. Creo también que esto es bueno para los que poseen los nuevos libros electrónicos que se pueden cargar directamente en ellos.

martes, 3 de noviembre de 2009

UNA PIEZA DE NOVELA

Algunos me habéis dicho que hace tiempo que no escribo nada nuevo en el blog. Es correcto, pero no lo es que no escriba. Estoy en pleno proceso de escritura de una novela que me está divirtiendo mucho, estoy enganchado a la misma y por eso dedico el tiempo que puedo a ella.

Es una novela de corte policiaco, en la que el asesinato de la joven hija de un influyente empresario de Madrid será el hilo conductor para ir descubriendo a personajes corruptos, tristes, vanidosos y sin escrúpulos, pero también a otros honrados, felices, humildes y sensatos. Una trama de muchos personajes y letras (llevo ya más de 100 páginas escritas) que espero os sea entretenida.

El personaje principal es la detective Marta Moreti, una mujer inteligente y sensata, pero a la vez llena de miedos y contradicciones, que poco a poco se irá internando en esta jungla de oscuridad que es la propia vida. Se dice que para muestra un botón, aunque en este caso el botón no sea tan representativo de la propia historia como de los miedos de la propia Marta, pues se trata de un sueño que tiene en el capítulo II, en la parte 3. Os dejo con él.


3

La noche era el campo de sueños donde la luz no despertaba ningún color. Allí Marta compartía sus horas con sus pensamientos más profundos, con los que nunca salían al exterior porque la muralla de la mente hacía presa de ellos. El sueño era la compuerta que dejaba pasar éstos a través del río de la irrealidad a los campos del raciocinio. Sólo la luz de su sueño la despertaba de la ilusión del mundo físico.

Aquella noche soñó con una gran ciudad, enormes edificios que tocaban las nubes, abigarrados en una colosal masa de metal y cristal, las luces se reflejaban en ellos sacando mil colores de las formas que iluminaban. Pero algo extraño sucedía en aquella ciudad, se paró un momento en medio de la acera y notó la quietud, no se oía el ruido de los coches, ni las sirenas de las ambulancias, no se oía el murmullo de la gente. El silencio era sólido, cayó sobre ella como una losa, llenándola de un terror inconsciente.

Miró a su alrededor y otra oleada de miedo llenó su alma de un infundado temor, estaba sola, no había nadie a su alrededor, las personas, los coches e incluso los pájaros del cielo habían desaparecido, pero una sensación de pánico la inundaba. El silencio y la soledad campaban a sus anchas por la ciudad. Marta tenía miedo y corrió, como si la persiguiese un asesino, cómo si perdiese el último tren de su vida. Corrió. Corrió. Y se paró agotada, el corazón le latía de forma desenfrenada, sudaba y tenía la camisa empapada, pegada como un esparadrapo a su cuerpo. Gritó. Con toda la rabia de su corazón, con todas sus fuerzas, pero ningún sonido salió de su boca abierta.

Siguió corriendo, por las desiertas calles de esa ciudad desconocida donde todos los edificios eran iguales, donde cada calle era igual a la siguiente, donde cada luz reflejaba la misma sombra. Se paró frente a un semáforo, no podía respirar, atenazada por el cansancio y el miedo. Encorvó la espalda para sujetarse las rodillas con las manos, la cabeza mirando al suelo. Los tres colores del semáforo pasaron durante una eternidad frente a ella, el tiempo había dejado de tener un significado, ¿igual qué el espacio? Algo le hizo levantar la cabeza, una punzada de instinto quizás. Al otro lado de la calle una anciana la observaba con el rostro envuelto en sombras.

Vestía de negro, aunque más bien parecía de oscuridad. Sin darse cuenta comenzó a caminar hacia ella, sin oír sus pisadas, pero sintiendo la necesidad del encuentro en cada paso. Se situó frente a ella, seguía sin verle el rostro, el negro pañuelo que rodeaba su cabeza eliminaba cualquier fuente de luz. Su perfume le era familiar, al igual que el contorno de su silueta. Estuvo mirándola durante un minuto, o quizás un año. Frente a ella, sin moverse. No existía el tiempo.

-¿Vienes a acompañarme? –le preguntó la anciana.
-¿A dónde? –le devolvió la pegunta Marta.
-Creía que tu me lo ibas a decir.
-¿Quizás a su casa? –le volvió a preguntar Marta.
-Sí, a mi hogar definitivo.
-¿Está en esta ciudad?
-Creo que sí, pero no recuerdo la dirección.
-¿Y lleva mucho vagando en la noche? –preguntó Marta, que notaba como las palabras salían de su boca sin sonido, flotaban en el aire y se mantenían para luego perder su integridad y difuminarse.
-Toda la oscuridad.
-¿Es ciega?
-Depende del sentido, si te refieres a los edificios, no los veo, si te refieres a tu alma estoy dentro.
-Me dan miedo sus palabras.
-No las temas, ellas te guiarán a tu destino.
-Quiero salir de aquí.
-La angustia es el camino de los débiles, sólo los fuertes ven en la oscuridad.
-¿Quién eres anciana?, tu voz me resulta ahora familiar –se echó hacia atrás el pañuelo y un negro abismo de pánico se apoderó de Marta. Se estaba contemplando a sí misma con el rostro surcado por las arrugas de la edad.

La anciana, ella, se empezó a difuminar, primero fue el color, luego la forma y por último la luz que invadió el espacio que antes había ocupado. Volvía a estar sola, pero acompañada de su conocimiento, de un terror más profundo que el inicio de los tiempos. El vértigo se apoderó de su pensamiento, su mente se tambaleaba entre pensamientos de frenética velocidad. Sintió como caía en el pozo de la oscuridad, mientras daba vueltas como en una escalera de caracol, sin encontrar su fin.

Marta despertó entre sábanas revueltas alrededor de su cuerpo, bañada en un pegajoso sudor que lo impregnaba todo. Intentó recordar el sueño, la pesadilla, pero todo llegaba a su mente como retales de confusión. Una ciudad, una anciana, silencio, soledad, ella...muerte. Miró el reloj que tenía junto a su mesita de noche. Eran las seis de la mañana. A las diez era el entierro de la joven y quería asistir, mantenerse a una distancia adecuada y observar.

EL LADRÓN DE SUEÑOS (8)

Transcurrió una semana sin ninguna novedad reseñable. Mi único contacto con la tripulación se producía cuando me servían las comidas, puntualmente en mi camarote. Pasaba solo la mayor parte del día en mi deprimente habitáculo y cuando salía al exterior no tenía por qué preocuparme de acatar las órdenes del capitán, el resto de marineros ya se ocupaban de esquivarme a mi paso. Rechazo que no dejaba de producirme cierta inquietud y un poco de desasosiego.

Una noche en que dormía profundamente me despertó un extraño sonido. Era como un quejido lastimero, un apagado aullido que iba perdiendo el tono poco a poco. Abrí los ojos y permanecí mirando el sucio techo durante un rato, pendiente de verificar que lo que había oído no era en sueños. Lo volví a oír, esta vez mucho más cerca. Me levanté de un salto, encendí la luz y poniéndome mi chaqueta de lana salí al exterior.

La noche era fría pero clara, una inmensa luna llena daba luces y sombras en cubierta. De nuevo sonó el extraño aullido y ahora descubrí que provenía del mar. Me asomé por la sucia barandilla de la borda con una expresión de curiosidad y miedo a la vez. Escruté con nerviosos ojos las infinitas aguas que se extendían ante mí. A lo lejos divisé un lento movimiento, unas sombras gibosas se aproximaban hacia el casco del barco. Retrocedí un paso con el corazón paralizado por el terror. Ahora podía confirmar que el extraño aullido lo producían las cosas que se acercaban, lenta pero inexorablemente estaban llegando hasta donde yo me encontraba. Ya podía distinguir unas extrañas siluetas que parecían tener forma humana. Di otro paso más hacia atrás, esta vez lleno de un profundo terror. Me giré para salir corriendo cuando me di de bruces con el capitán que estaba a mi espalda.

-¡Atrás capitán,…se acercan! Mire por la borda –dije con una angustiosa voz de pánico.
-¿Qué tengo que mirar? –me dijo el capitán con una voz de superioridad.
-Aquellas sombras que se acercan por… -dije mirando en dirección al mar, pero éste estaba tranquilo, solo se veía la luna reflejada en las mansas aguas-. Le juro que estaban ahí, varias sombras…-me callé, pues el capitán me miraba con cara de incredulidad.
-¿No habrá confundido delfines con fantasmas, señor Howard? –me dijo con un tono ciertamente irónico.

Lo pensé y el capitán debía tener razón. Sin duda me había sugestionado enormemente. Algo debía haber estado soñando, luego la luminosa noche, las sombras que producía la luna llena y unos delfines hicieron el resto. Estaba tremendamente avergonzado.
-Lamento el espectáculo que he ofrecido, capitán.
-No lamente lo que acaba de ocurrir. Mejor discúlpese por haber roto una de las normas.
-No se a qué se refiere –aunque en el fondo sí lo sabía.
-Creo que recuerda hace unas dos semanas a alguien escondido tras unos fardos espiando. ¿Le suena señor Howard? –otra vez aquel señor Howard. Cuando el capitán se sentía seguro me lo lanzaba con tono de superioridad.
-No podía dormir…
-Howard, si no respeta las normas no podré protegerle –estas palabras no las dijo con tono irónico de superioridad. Esta vez sonaba a consejo paternal. Y viniendo del capitán no pude hacer más que escuchar con mucha atención.

Ahora el capitán varió su discurso, moduló su voz para contar una historia, su historia.
-Howard, usted es un hombre de cultura, por lo que no juzgará negativamente esta historia que le contaré. Nací a finales de mil ochocientos setenta y tantos, no recuerdo exactamente el año, pero sí que fue hace mucho tiempo, en la costa de Nueva Inglaterra. Mi padre pasaba la mayor parte de su tiempo bebiendo, por lo que fue mi madre quien se ocupó de mí y de mis siete hermanos. Yo era el mayor de todos y ya desde pequeño tuve la responsabilidad de colaborar para sacar adelante mi familia. Primero como estibador en el puerto. Luego, una vez murió mi padre, me dediqué a otros “trabajos” menos legales. Así empezó mi carrera como contrabandista, unas veces eran alimentos y otras como en este caso licores. No conozco otro oficio, en definitiva un modo de ganarme la vida, fuera de la ley, pero sin hacer daño a nadie. Siempre he sido el responsable de mi vida, nunca he permitido que nadie decidiera por mí –hizo una pequeña pausa y prosiguió-. Entenderá Howard, que tratar con estos rufianes no es nada fácil. Para mantener una disciplina hay que usar de mano dura con ellos. Así lo fui aprendiendo, la vida es la mejor universidad, y usted me disculpará por hablar en estos términos, pero quien no aprende de la vida termina siendo engullida por ella. Hay que tomar nota de cada señal que nos da, pues posiblemente no nos dé un segundo aviso. La experiencia me ha demostrado que la única forma de mantener el control en estos negocios es no ser blando, ser inquebrantable con las decisiones que se toman.

El capitán se sentó en unos cabos que enrollados y amontonados formaban una especie de taburete. Se encendió un cigarrillo, expulsando el humo con parsimonia.
-Siéntese, Howard –me dijo, señalando otros cabos dispuestos de la misma forma.
-Gracias, capitán.
-¿Por qué le cuento todo esto se preguntará?, porque no soy el único que se ha enterado de su correría nocturna Howard. La tripulación sabe lo que no debería, que usted conoce cual es nuestra carga y a qué se dedica este navío. Y están intranquilos, se encuentran muy nerviosos. Conozco a este tipo de personas como si fuesen mis hijos, sé cuales son sus pensamientos y sus reacciones. Y Howard, ambos son de lo más primario, de lo más instintivo. Comentan entre ellos, los he sorprendido formando corros, conspirando. Me gustaría equivocarme, pero lo sé, el siguiente paso será pedirme que lo arroje por la borda. Los podré controlar por un tiempo, no sé cuanto, pero lo intentaré hasta que lleguemos a Londres. Lo contrario supondría un motín, una rebelión para hacerse con el barco.
-¿Por qué lo hace, por qué me defiende si no me conoce capitán? Otra opción sería aceptar la propuesta de sus marineros ¿no? Así se ahorraría usted muchos problemas –dije, intentando llegar a las conclusiones últimas del capitán.
-Howard, aunque usted crea que soy una persona sin principios, los tengo. Cumplo unas leyes que son las del mar, pero a diferencia de esta chusma, sigo unas normas que para mi son inmutables y entre ellas está la palabra dada. Le dije que le llevaría a Londres y así lo haré. Además aceptar las condiciones de ellos sería recortar una parte de mis poderes y dárselos a ellos. Al final el resultado vendría a ser el mismo, pues ellos seguirían reclamando más poder de decisión.
-Se lo agradezco en el alma capitán, ahora sé que la integridad no conoce de clases o cultura, sino de personas. Y usted es una de ellas.
-Ahora, Howard, vuelva a su camarote y descanse. Le ruego que a partir de este momento reduzca sus salidas al exterior al máximo.
-Buenas noches capitán –regresé a mi camarote sabiendo que mi vida peligraba en el barco, pero también que no estaba solo en esta arriesgada travesía.

martes, 27 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (7)

“Sevilla a 10 de febrero de 1934

Estimado señor Howard acusamos recibo de su misiva de 30 de enero. Nos complace su interés en el seminario que le ofrecimos en septiembre del pasado año. Le confirmamos que nuestra oferta sigue en pie en todas sus condiciones. El comienzo del curso que usted impartiría sería el día 1 de abril y la finalización el día 31 de enero de 1935. Del 15 de junio al 15 de septiembre serán considerados vacacionales a todos los efectos.

Reiteramos nuestro gran interés en dicho seminario dada su erudición sobre historia de las antiguas civilizaciones. Es un honor que prestigiará nuestra humilde Universidad. Por ello le agradecemos el esfuerzo que realizará para compartir con nosotros sus conocimientos.

A la espera de tenerle pronto en nuestra Universidad. Reciba un cordial saludo.

Suyo afectísimo.”

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El día 20 de febrero partía el carguero “Nueva Esperanza” rumbo a Londres desde el puerto de Nueva York. Conseguí el pasaje gracias al amigo de un conocido que trabajaba en el puerto. Ningún barco de línea tenía prevista su salida rumbo a Europa con anterioridad, por lo que este contacto fue providencial. Una reunión previa con el capitán Stevenson, patrón de la nave, se debía producir el mismo día de la partida. El lugar de encuentro era una taberna cercana al puerto.

Allí estaba yo con mis dos maletas, sentado en una mesa cercana a la barra. Un tipo alto y enjuto con una raída gorra de marino entró en el local. Vestía un tres cuartos de color azul marino y unos sucios pantalones también del mismo color. Al acercarse hasta mi mesa me di cuenta de su fealdad. Tenía los ojos saltones como un sapo, la nariz chata y una inmensa boca con un labio leporino. Su rostro estaba cruzado desde la sien derecha hasta la comisura del labio por una irregular cicatriz. Se plantó frente a mí, se quedó mirándome durante unos segundos. Finalmente habló.

-¿Es usted el señor Howard? –su voz era ronca, rota, sin duda por el exceso de alcohol. Su aliento, pese a la distancia, me llegó fétido.
-Efectivamente, y usted debe ser el capitán Stevenson –dije con una voz que pretendía ser dura para sobreponerme al horror que me producía este ser.
-Sólo dos condiciones para aceptar su presencia en mi nave. La primera nada de preguntas y la segunda no interfiera ni moleste a mi tripulación. –dijo carente de cualquier cortesía o tono de diplomacia.
-No se preocupe capitán, mi única pretensión es llegar lo antes posible a Londres.
-Bien, bien…dentro de dos horas partimos. No le esperaremos ni un minuto de más.

Se dio la vuelta y sin dirigirme la mirada desapareció por donde había entrado. Pensé por un momento en volverme y no realizar esta travesía, escribir a la Universidad de Sevilla y dar marcha atrás con todo. Pero ya había dado el paso y tenía puestas todas mis esperanzas en este viaje. Cuánto me arrepentiría después de no haber tomado esta decisión.


El carguero “Nueva Esperanza” era un viejo navío de casco oxidado. Dos altas chimeneas sobresalían del resto del barco que presentaba también un herrumbroso aspecto de desconfianza. Un viejo marino me ayudó a pasar la estrecha pasarela que conectaba con el muelle.
-Me ha dicho el capitán que su camarote es el primero siguiendo este pasillo –me dijo estas palabras mientras miraba hacia un lado y señalaba al contrario.
-Gracias.

Casi un mes debía permanecer metido en aquel infecto camarote. Un pequeño cuarto de apenas tres por tres metros, con unas paredes que no habían sido pintadas desde la construcción del barco. Solo se habían retocado zonas para disimular los trozos agrietados, abombados o llenos de humedad, lo que provocaba una desagradable sensación de suciedad. En la pared izquierda había un pequeño y desaliñado catre. En la opuesta una oxidada taquilla de pie con las puertas entreabiertas, luego comprobé que era casi el máximo movimiento que permitían las bisagras. Dejé con desánimo mis maletas en el suelo y me tumbé en la cama. Solo serían unos días, me repetía una y otra vez.

Partimos como había anunciado el capitán, ya casi de noche. Alguien llamó a mi puerta, era el viejo marinero que me traía la cena en una bandeja. Estaba claro que querían que me relacionase poco con la tripulación. Cené con rapidez para acostarme lo antes posible. Estaba muy cansado y me dormí enseguida.

Empecé a oír voces que poco a poco fueron pasando de mi sueño a la realidad del camarote. Alguien estaba hablando en el exterior, cerca de mi puerta. Cuando las voces se alejaron, me asomé por la puerta. Las figuras del capitán dando órdenes al viejo marinero se recortaban contra el crepúsculo del horizonte. Sin pensarlo dos veces salí de mi camarote, sigilosamente me situé detrás de un fardo, a pocos metros de las dos figuras.

-No quiero ningún error en el transporte de la carga. Deben llegar todos los barriles en perfectas condiciones. Este licor que transportamos nos proporcionará importantes ganancias, lo suficiente para tomarnos unas vacaciones durante un tiempo.
-No se preocupe capitán que así se hará. Lo único que me preocupa es el mequetrefe que llevamos a bordo –sabía positivamente que el viejo se estaba refiriendo a mí. Desde el primer encuentro me había dado cuenta de que no le había caído bien.
-Tú preocúpate de cumplir mis órdenes. El señor Howard es mi responsabilidad. Necesitamos el dinero que nos ha pagado por el viaje, además, y aunque no te importe, tiene muy claro cuales son sus obligaciones en mi barco –me sorprendió esta casi defensa que de mi persona realizó el capitán.
-Claro capitán, no quería cuestionar sus órdenes –en la voz del marino se notaba el tono que infunde el miedo. Este capitán no parecía que hablase sólo de boquilla, debía llevar hasta el fin sus órdenes y promesas.

Los dos desaparecieron por una escotilla que llevaba a las bodegas. Me pareció muy arriesgado seguirles, por lo que decidí volver a mi camarote a dormir. Más tarde me enteraría de que otro marino en la sombra había seguido cada uno de mis pasos.

miércoles, 21 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (6)

(IV)

(-Se desliza mi mente en un espacio intemporal de oscuridad que abrasa que quema mis sentidos aletargados por la servidumbre a este ser sin forma que mora en mi mente abominable monstruo que vivió en pasadas eras de lucha en la tierra para al final ser derrotado o no y llevado a este agujero sellado para los eones venideros que es frontera puerta a la vez a la espera de salir de nuevo y tomar lo que un día le perteneció por derecho propio reclamar su trono de sangre ocupado ahora por los humanos todo esto leí en aquel libro de arcana enseñanza que cayó en mis manos por casualidad cuando aun era casi una niña una y mil veces le di lectura hasta aprendérmelo de memoria podía recitar sus pasajes sin saltarme una coma hasta en sueños los repetía sin descanso porque había algo en aquellas letras que se quedaban grabadas en mi interior sin que pudiese hacer nada por olvidarlas saltando de las aborrecibles páginas a mi cabeza escribiéndose con letras de fuego en mi pensamiento así viví con este poder de conocimiento hasta que conocí a la madre de mi verdugo vivía en la misma casa que yo llegó una oscura noche de invierno contigo aun siendo un bebé parecía que huía de algo se refugiaba de un horror que sólo ella por aquel entonces conocía pronto nos hicimos amigas hablamos durante horas días meses de su hogar de Innsmouth de la maldición que pesaba sobre ellos sobre la que yo había leído ampliamente en mi libro maldito conociendo muchas más cosas de las que ella podía imaginar sabía el origen de aquella transformación de por qué no se podía eludir la misma pero también conocía de los poderes que otorgaba la misma de las posibilidades que ofrecía para alguien que estuviese ansiosa por poner en práctica los conocimientos adquiridos así que fui realizando pequeños hechizos para probar la realidad del libro para conocer los límites la verdad o la ficción de lo que allí había escrito y no me defraudó aquel libro atesoraba conocimientos de mentes anteriores al hombre mucho antes incluso del nacimiento de la tierra cuando otros planetas eran jóvenes y manos que no lo eran escribieron aquellos textos ahora podía deshacerme de la madre para quedarme con su retoño para tener la llave que abría portales de abismos insondables de oscuras y negras sombras así lo acogí como un tutor acoge a su pupilo enseñándole como un maestro lo hace con su alumno preparándole día a día para el momento más importante de su vida de la Vida sin darse cuenta le iba inculcando mediante largos ensalmos en sus noches de sueño los caminos que tenía que seguir muchas fueron las noches de vigilia en las que permanecía a su lado despierta recitando los oscuros pasajes que preparaban al novicio para ser la llave la puerta de los intrincados ángulos no euclidianos que daban paso a esta frontera al ser al que ahora sirvo pero en Arkham no contaba con que la fuerza de mi pupilo no era ya la de un niño su mente había sido preparada sin dejar resquicios para servir a mis fines en el negro altar pero me había faltado un último acceso a sus sueños a su mente para reducir la poca fuerza de voluntad que le hubiese quedado en esos momentos y él rompió todo el círculo que había estado trazando durante años que había planeado cada hora de mi vida para dejar entrar al que mora en las llamas ahora estoy aquí siendo una esclava yo que iba a dominar el mundo que iba a ser la dueña de todo lo conocido y por conocer soy ahora la sirvienta siento un inmenso dolor que me quema me invade cada parte de mi ser llenando mis momentos de una infinita rabia y odio me mantiene la esperanza de que llegue el momento propicio para escapar ejecutar una terrible venganza sobre el ser que me ha traído aquí no encontrará descanso sitio en la tierra donde le pueda buscar y encontrar porque mi existencia se reduce a ejecutar lo que mis sentimientos me están reclamando desde que he llegado a este infierno de oscuridad no verá más la luz le arrastraré a un pozo negro de dolor como el de mi abismo)

martes, 13 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (5)

La noche estaba próxima a caer, por lo que le propuse a James cenar y pasar la noche en casa. Aceptó mi invitación. Comimos lo poco que podía ofrecerle, una frugal cena fría. Luego nos volvimos a sentar en los mismos sitios que habíamos ocupado antes. Tenía la impresión de que mi amigo estaba impaciente por contarme algo.

-Howard, he estado pensándolo mucho estos meses y tengo que hacerte una propuesta que seguro no rechazarás. –me dijo con cierto aire de misterio en su voz.
-Cuéntame James, ya sabes que soy impaciente por naturaleza.
-¿Recuerdas los escritos que me mandaste antes de entrar en la Universidad de Miskatonic? Me dijiste que querías empezar una nueva vida, continuando con tu labor docente en una nueva ciudad. Me enviaste tu trabajo para que lo enviase a las universidades que yo considerase oportunas. ¿Te acuerdas?
-Claro, te dije que necesitaba reemprender mi carrera. Incluso recuerdo que el trabajo que te envié era un estudio sobre las antiguas culturas de Alaska.
-El trabajo lo envié a varias universidades de la costa oeste, pero también de Europa.
-¿Enviaste mi trabajo a Europa?
-Lo siento Howard, me tomé cierta licencia…
-No te preocupes James, -le interrumpí-. No te puse límites en cuanto a localizaciones. Pero sigue contándome, por favor.
-Pues bien, recibí la contestación de una Universidad europea. Llegó varios meses después de haber enviado tu trabajo. Aquí tengo la carta –me pasó un papel con el membrete de una Universidad de España. Estaba escrito en castellano.

“Sevilla a 3 de septiembre de 1933

Estimado señor James: hemos recibido la obra de su colega el señor Howard. Nuestro departamento de Historia, y concretamente nuestro titular el decano, ha quedado gratamente sorprendido. La calidad, profundidad y erudición que demuestra el escrito está fuera de todo parangón en estudios de culturas antiguas de las civilizaciones, sobre sus mitos y sus leyendas.

Hemos manifestado, en consejo interno, el gran honor que supondría para nosotros el que el señor Howard pudiese impartir un seminario sobre la materia. Significaría un alto nivel de prestigio para nuestra Universidad, amén de un complemento único para nuestros estudiantes.

Le ruego transmita al señor Howard nuestra humilde y sincera oferta. Las condiciones económicas las pactaríamos con él, si estuviese interesado, pero le anticipo que serían generosas. La duración del curso la estimamos en diez meses. Los gastos de vivienda y manutención correrían por cuenta de esta Universidad.

A la espera de sus noticias. Reciba un cordial saludo.

Suyo afectísimo.”

Me costó un poco entender el contenido de la carta. Al terminar mis estudios en la Facultad, me interesé por la cultura de los primeros pobladores de la Península Ibérica. La mayoría de los escritos sobre la época estaban en castellano, por lo que seguí un curso de dicha lengua. Luego fui perfeccionando mis conocimientos con la lectura de textos en castellano. Hace muchos años que no lo practicaba, pero ahora me daba cuenta que mis conocimientos del idioma no se habían borrado.

-¿Y bien Howard, qué te parece? –me dijo James con un pequeño tono de impaciencia en su voz.
-Estoy muy contento de que mis trabajos sean apreciados en la vieja Europa. Pero el dar el gran salto e irme a vivir a España me asusta en estos momentos. No sé si me encuentro en las mejores condiciones para ello.
-Tonterías Howard, creo que es el momento. Necesitas un cambio radical de aire, salir de la opresiva Nueva Inglaterra. Y qué mejor que irte a vivir a otro país. Allí te darás cuenta de que tus pesadillas fueron fruto de circunstancias excepcionales. Que tu mente funciona perfectamente. Tu futuro está en la docencia, ya ves que eres un reputado y demandado profesor de historia.
- No lo sé James, quizás tengas razón, pero ahora no puedo decidirlo. –No podía tomar la decisión en aquellos momentos. Todo lo que había pasado pesaba como una losa en mi mente. No podía pensar con claridad.
-Claro Howard, tómate tu tiempo.
-Gracias por todo James, siempre has sido un amigo en quien he confiado –le dije con sinceridad-. Bueno, creo que se está haciendo tarde. Te puedes quedar en la habitación de invitados.

Nos marchamos a nuestras respectivas habitaciones. El sueño me estaba venciendo, necesitaba descansar. Cerré la puerta de mi habitación, me puse el pijama tras asearme y me metí en la cama. Creo que los ruidos empezaron al poco tiempo de dormirme.

Primero fue como un susurro que se perdía a lo lejos. Luego llegó de nuevo el sonido, aquel reptar por las paredes. Me levanté inmediatamente de mi cama. Todavía tenía el recuerdo de la enfermera Patricia en mi mente. Me dirigí corriendo a la habitación de mi amigo, me temblaban las piernas y tenía un nudo en la garganta. Abrí la puerta, esperaba encontrarme la cama vacía o algo peor, pero allí estaba James profundamente dormido.

Me recorrió un escalofrío interior. No quería volver a recaer, sería mi perdición. Haciendo un esfuerzo mental deseché un origen preternatural para aquel sonido, lo achaqué al cansancio. Me dormí, y afortunadamente esa noche no soñé, o no recordé los sueños.

A la mañana siguiente tenía una decisión tomada. Así se lo hice saber a James en el desayuno. Fue un despertar de optimismo, una de esas mañanas en que todo parece que se centra en una misma dirección. Que no hay caminos divergentes que ensombrezcan el futuro. Iría a impartir el curso a la Universidad de Sevilla.

-Magnífico Howard. Es una decisión de lo más sabia. Tienes que escribir cuanto antes a la Universidad para hacerles saber tu decisión. Luego comprar el pasaje, hacer las maletas…, ¡uf!, vas a estar muy ocupado estos días. ¿Quieres que te ayude Howard?
-No James, tu tienes que volver con tu mujer y tu hijo cuanto antes. Seguro que te están echando muchísimo de menos.

Y así fue como me despedí de James por última vez. No le volví a ver nunca más.

miércoles, 7 de octubre de 2009

21043

Ángel estaba sentado en un banco del parque viendo pasar a la gente, pensando que eran transeúntes sin un destino fijo que viajaban en busca de una trascendencia que a él le era negada encontrar, porque sentía que en esos momentos tenía vetado el acceso a transitar por ese camino. Echado hacia delante y con la cabeza apoyada en sus manos seguía meditando sobre las circunstancias que le habían llevado hasta allí y en el riesgo que estaba dispuesto a asumir por liberar a su mente del tormento en el que estaba sumido y que como una negra cortina de humo eclipsaba cualquier otro pensamiento. Una toma de decisión que se había visto precipitada fruto de las actuales circunstancias personales, pero que de una forma u otra había intentado en vano acometer en repetidas ocasiones.

No podía llegar a su casa con las manos en los bolsillos sin haberlo intentado antes, qué pensarían su mujer y sus hijos. Tenía que romper su tela de araña que le impedía moverse con la libertad que necesitaba. Conforme iba pensando en cómo actuaría notaba que leves líneas de esta red se rompían, despacio, sin dejarle liberar otros pensamientos, pero que se partían con la presión que ejercía desde el interior de sus sienes. Sabía que el paso que iba a dar le liberaría completamente de esta pegajosa maraña de sensaciones paralizantes que le retenían en su avance. Pero debía meditarlo con calma, sin precipitaciones, cualquier paso en falso supondría despertar a la araña y darle a saber que se encontraba allí, que su comida estaba de nuevo lista para ser engullida. No quería volver a ser devorado por pensamientos que le devolvieran a una situación igual a la que se encontraba, esta vez quería, tenía, que hacerlo.

Desde ayer lo estaba planeando, sería en el mitin de esta tarde, sabía el momento en que ocurriría, aprovecharía a mitad del discurso del presidente, cuando la seguridad se encontrase más relajada, sólo entonces actuaría. No buscaba la fama, el estrellato o el salir en las noticias, solamente buscaba el seguir transitando pero habiendo encontrado el trascender en su vida, no volvería a perder más este tren. Necesitaba buscar su propio arraigo, que en estos momentos notaba como ajeno, su afianzamiento en este actual devenir que sentía no era suyo, necesitaba en definitiva encontrar las claves de su propia identidad. Esta tarde se produciría.

Fue andando desde el parque donde se encontraba meditando hasta su destino, todavía resonaban en su cabeza los ecos de su reflexión, ahora mezclados con las palabras que se oían a lo lejos, los retazos de una caligrafía mesiánica en el aire que seriaba el futuro. Eran las promesas del presidente ante una multitud que coreaba las entonaciones finales de aquel en cada búsqueda de afirmación, de autoalimentación por la implantación de sueños. Cada vez estaba más cerca, iba a ser el momento más importante de su vida, ya nadie más tejería ninguna tela a su alrededor.

El mitin se celebraba en el pabellón de deportes, los ecos de la multitud enardecida le llevaron en volandas hasta la entrada. Todo parecía estar desarrollándose como en un sueño, sentía que estaba allí, pero de una forma extraña a lo que estaba sucediendo, como si estuviese viendo por ojos de otra persona la escena que se desarrollaba. Sentía, pero con un aletargamiento propio del instante antes de conciliar el sueño, cuando todos los sentidos se hacen uno para abandonar la vigilia y entrar en el mundo de la ensoñación, donde todo puede suceder, porque en esa esfera las acciones tienen un significado y conclusiones diferentes a la realidad. Son los negativos donde se plasman las frustraciones de nuestra vida.

-Buenas tardes –dijo Ángel al vigilante de la puerta mientras le enseñaba su carné del partido.
-Adelante, puede entrar, hoy se presenta una tarde larga. El presidente lleva más de una hora hablando y todavía le queda más de la mitad de sus promesas electorales por desarrollar, por lo que llega usted en el momento álgido de su discurso –le contestó el hombre de seguridad, en un intento de caer bien a todos los que cruzaban la puerta. No sabía con quien hablaba y quizás podía ser un alto cargo del partido. El que hablasen después bien de él suponía continuar o no en este trabajo temporal que tanta falta le hacía para la supervivencia de su familia.
-Gracias, es usted muy amable.

Ángel se fue desplazando entre la multitud, que seguía gritando frenética ante las audaces palabras del presidente. Nadie se dio cuenta de que pasaba entre ellos, primero buceando entre la multitud que estaba de pie al fondo, moviendo las pancartas al viento y aullando, cuando el presidente hacía una pausa coreaban su nombre como si fuese su salvador, el mesías Consiguió llegar al lateral de la zona de asientos y siguió avanzando, ahora más fácil. Nadie se percataba de su presencia, se sintió como una sombra que pudiese atravesar cualquier obstáculo, como el ser elegido para la ocasión vitoreado por una multitud que esperase su acto de liberación, igual que el gladiador que termina venciendo al último de los guerreros, esperando su corona de laureles.

Llegó hasta la zona de prensa, en la orilla del alto estrado donde el presidente gesticulaba y movía la boca con movimientos acompasados y medidos. En la nube de Ángel no se oían las palabras del presidente, sólo veía en él a la persona que le sacaría de su estado, su redentor. Los flashes de los fotógrafos le hacían aparecer y desaparecer de la realidad, le golpeaban en los ojos inundándole de recuerdos que traían a su mente una marea de pensamientos, de momentos olvidados, fugaces, que ahora volvían a su cabeza como los recuerdos al día siguiente de un sueño, cuando una palabra, una imagen, un gesto, un sonido, olor o sabor nos hacen detenernos, nos paralizan bruscamente para que busquemos una explicación para esa sensación y entonces la enganchamos a un sueño pasado, a una realidad no vivida pero sentida, intentamos recordar qué fue pero sólo nos ha quedado ese momento fugaz, nos gustaría completar la historia, pero sólo tenemos ese retal con el que intentar reconstruir nuestra experiencia, como si de un trabajo arqueológico se tratase, en el que a partir de una inscripción se aventuran hipótesis sobre la vida de un rey.

-Buenas tardes, lo siento, pero a partir de aquí no se puede pasar –le dijo a Ángel un fornido hombre de seguridad, que vestía un impoluto traje negro, mientras con una mano le hacía un gesto de “prohibido pasar”.
-Disculpe, no me había dado cuenta, estaba buscando los baños y me he perdido.
-Los baños se encuentran al fondo a su derecha.
-Muchas gracias.

Ángel rodeó la nube de periodistas y se dirigió a los baños. Siguió pensando cómo acceder a la tribuna donde se encontraba el presidente, con los ojos escudriñaba cada rincón, cada pasillo, cada sombra que le abriese paso a la luz del estrado, pero no veía ningún hueco. Estaba muy nervioso, se encontraba en un fuerte estado de excitación, tenía que finalizar su misión, dejar su impronta en esta tarea y romper con su tela de araña, volver a ser feliz consigo mismo y con el resto de personas queridas que le acompañaban en su viaje.

Al fondo, tras pasar por un estrecho pasillo mal iluminado que se encontraba pegado al escenario vio unas pequeñas escaleras, y sorprendentemente no había nadie vigilándolas. No podía ser que hubiesen dejado desprotegida esa zona, pensó. Se acercó sin mucha convicción hasta ellas y descubrió con satisfacción que éstas se elevaban hasta el escenario donde estaba el presidente. Se volvió a alterar su estado de ánimo, ahora parecía flotar más que nunca en una nube, no oía los gritos a su alrededor, no veía los cientos de pancartas que enarbolaban los miles de seguidores allí congregados. Sólo veía una luz que le cegaba casi por completo y al final de la misma el objeto de su tránsito, el presidente. Notó cómo sus piernas se movían en dirección al mesías. Por un momento todo enmudeció aún más, parecía que se estuviese desarrollando una película muda, antigua, donde los fotogramas saltaban de unos a otros de forma brusca, sin una suave continuidad, faltando imperceptibles movimientos entre una acción y la siguiente. Se encontraba a pocos metros del presidente.

En ese momento la realidad cayó sobre él como una losa, los gritos se multiplicaron en sus oídos, podía escuchar las conversaciones de los presentes, los murmullos que los padres dirigían a sus hijos, las infinitas miradas clavadas en él. Los flashes de los fotógrafos se transformaron en una única luz que le guiaba en su destino, veía y sentía todo con una absoluta nitidez. Por un instante dudó, el peso del momento había vuelto a caer sobre él, pero esta vez era diferente, estaba obligado a dar este paso, no podía caer de nuevo en las garras inmovilizantes de la araña. Avanzó hacia el presidente con la decisión reflejada en sus ojos.

(¡) N. del A.: esta historia tiene dos finales, uno feliz y otro triste. Recomiendo leer una u otra, dependiendo del estado de ánimo del momento.

...FINAL FELIZ (21043)

El presidente calló en su discurso y le miró con los ojos desencajados, reflejando un miedo que le dejó paralizado en su sitio, como una estatua de dura piedra. Ángel aprovechó ese momento para hacer lo que debía, metió su mano derecha en el bolsillo para sacar lo que él estaba esperando de sí mismo. El cuerpo de seguridad se movió con rapidez, pues estaban entrenados para ataques terroristas, pero Ángel no lo era. Las pistolas de los guardaespaldas apuntaban al indefenso cuerpo de Ángel, el final estaba decidido...

-¡Quietos, no disparéis! –gritó con fuerza el presidente, saliendo de su repentina parálisis.

Ángel se detuvo sorprendido, justo el momento que aprovecharon los agentes de seguridad para abalanzarse sobre él. Le registraron esperando encontrar la pistola en su bolsillo, el arma que debía acabar con la vida del presidente. Pero sólo encontraron dos cartas. La primera decía así:

“Banco XXXX

Estimado empleado 21043 debido a las fuertes presiones que está recibiendo el mercado financiero por causa de la crisis económica en la que estamos inmersos y a la nueva estrategia del grupo tendente a una reestructuración de la organización para ser más eficaces en el sistema global, con la competencia y sobre todo con nuestros clientes, nos vemos obligados a rescindir su contrato con fecha XXXX.

Le agradecemos de forma sincera la dedicación y esfuerzo que durante estos 20 años ha realizado usted en nuestra organización y sin los cuales esta empresa no habría adquirido el respeto y la madurez que la sitúan como la empresa preferida del sector entre nuestros clientes.

Atentamente
XXXXXXXXXXXX”

Y la segunda:

“Amigo presidente, no quiero con esta carta rogarle un empleo, ni mucho menos un trato de favor diferente al de miles de ciudadanos que se encuentran en la misma posición que yo. Lo único que le pido es que escuche la voz de las personas que como yo, se encuentran en una situación de desempleo después de dedicar una gran parte de su vida a luchar por un futuro mejor para sus familias y sus hijos. Sólo le pido que esta carta le haga reflexionar aunque sea por un segundo....”

El presidente dejó de leer, se le llenaron los ojos de lágrimas, apagó el micrófono y dándose la vuelta se retiró.

...FINAL TRISTE (21043)

El presidente calló en su discurso y le miró con los ojos desencajados, reflejando un miedo que le dejó paralizado en su sitio, no gesticuló, no movió ni un músculo. Ángel aprovechó ese momento para hacer lo que debía, metió su mano derecha en el bolsillo para sacar lo que él estaba esperando de sí mismo. El cuerpo de seguridad se movió con rapidez, pues estaban entrenados para ataques terroristas, pero Ángel no lo era. Cayó abatido por 25 disparos que le llegaron desde tres direcciones diferentes. No pudo completar su objetivo.

Los agentes de seguridad se abalanzaron sobre el cuerpo inerte de Ángel, aunque ya no era él. Le registraron esperando encontrar la pistola en su bolsillo, el arma que debía acabar con la vida del presidente. Pero sólo encontraron dos cartas. La primera decía así:

“Banco XXXX

Estimado empleado 21043 debido a las fuertes presiones que está recibiendo el mercado financiero por causa de la crisis económica en la que estamos inmersos y a la nueva estrategia del grupo tendente a una reestructuración de la organización para ser más eficaces en el sistema global, con la competencia y sobre todo con nuestros clientes, nos vemos obligados a rescindir su contrato con fecha XXXX.

Le agradecemos de forma sincera la dedicación y esfuerzo que durante estos 20 años ha realizado usted en nuestra organización y sin los cuales esta empresa no habría adquirido el respeto y la madurez que la sitúan como la empresa preferida del sector entre nuestros clientes.

Atentamente
XXXXXXXXXXXX”

Y la segunda:

“Amigo presidente, no quiero con esta carta rogarle un empleo, ni mucho menos un trato de favor diferente al de miles de ciudadanos que se encuentran en la misma posición que yo. Lo único que le pido es que escuche la voz de las personas que como yo, se encuentran en una situación de desempleo después de dedicar una gran parte de su vida a luchar por un futuro mejor para sus familias y sus hijos. Sólo le pido que esta carta le haga reflexionar aunque sea por un segundo....”

El presidente seguía paralizado en el estrado, con un porte rígido y sin saber qué hacer a continuación.

lunes, 5 de octubre de 2009

EL LADRÓN DE SUEÑOS (4)

III

-¡Dejadme salir de aquí, locos!
Howard pegó su rostro contra la ventana de su puerta. Su cara desencajada escupía las palabras contra el cristal. Estaba atado a la espalda por la camisa de fuerza. Las paredes acolchadas de su celda amortiguaban el sonido.

-¡Malditos, no sois conscientes del terror que se puede liberar en la Tierra!



El informe que leía el orondo director del Sanatorio de Providence no dejaba lugar a dudas. Era un caso típico de esquizofrenia grave, ahora en su punto más álgido. Hacía casi un año que le habían dado el alta y otra vez estaba de vuelta. Pero ahora las circunstancias habían cambiado, eran más graves. Esta vez había una nota final en el informe que decía: “Sin curación. Mantener el tratamiento sedante durante la vida del paciente”.

Se levantó de su silla y se dirigió al archivador. El despacho del director era un oscuro cuarto con una ventana tapada por una cortina. Las paredes de color ocre estaban atestadas de cuadros con fotos de eventos, donde se le veía rodeado de colegas, recogiendo premios o dando charlas. Su mesa estaba cubierta por una manta de desordenados papeles. Los documentos se apilaban encima de dos viejos archivadores que había al lado de la ventana. De uno de ellos sacó una sucia carpeta que puso encima de su mesa. En la portada, con una apretada letra, ponía: “Diario de Howard P.” Comenzó a leer con avidez.

…………………………………………………………………………………

Empiezo a escribir mi diario el 29 de enero de 1934. Me acuerdo perfectamente porque aquel día hice mi maleta a toda prisa para salir del sanatorio. Un taxi al que previamente había avisado me llevó hasta mi casa.


Todo estaba tal como lo dejé aquel día que marché a Arkham. Perfectamente ordenado, como si la noche anterior hubiese dormido allí y me acabase de despertar al día siguiente. Esa misma tarde recibí la grata visita de James. Era un viejo amigo de los tiempos de la Facultad. Juntos empezamos a estudiar una carrera, la de Historia, que todos decían que no tenía futuro alguno. Luego nuestros caminos se separaron, él se fue a la costa oeste, a la Universidad de Los Angeles. Allí se especializó en historia contemporánea. Nunca perdimos el contacto, manteníamos correspondencia al menos una vez al mes. Por carta había sabido de su boda hacía cinco años y del nacimiento de su hijo Paul hacía tres.

Allí estaba James, en la puerta de mi casa. Había envejecido, se le notaban algunas arrugas incipientes en la comisura de sus ojos. Había perdido casi todo su pelo, y se había rapado el resto. Usaba gafas metálicas debido a su miopía, que seguro adquirió con la vasta lectura académica que había llevado a cabo. Añadía a su rostro una corta y rala barba que le daban un aspecto final de intelectual.

-Howard, amigo, ¿cómo estás? –se acercó a mí y me dio un gran abrazo. No lo dudé un momento y me abracé a él. Permanecimos así durante unos instantes. El sentir de cerca el contacto amigo, la unión con el pasado, supuso en aquellos momentos para mí un reconfortante encuentro.

Le hice pasar al salón, ofreciéndole una copa de whisky. Se sentó en un extremo del sofá que ocupaba uno de los laterales de la estancia. Yo me senté en una silla enfrente suya.

-Ha sido horrible James. No te puedes hacer idea. El monstruo, la bruja, el libro…-me di cuenta que me atropellaba al hablar. Que nada tenía sentido para mi amigo. Eran muchas palabras que, seguro, sonarían de forma incongruente para él. Notaba que James me miraba con cierta extrañeza-. Disculpa James, te estoy asustando.
-No Howard, no te preocupes. Sé por todo lo que has pasado.
-¿Y cómo te has enterado? –lo pregunté no tanto por querer saberlo, sino por relajar el ambiente, también mi mente. No quería alarmar a James.
-Recibí por última vez noticias tuyas desde Arkham, te contesté y al ver que pasaban los meses sin tener más correspondencia tuya me empecé a preocupar. Llamé a la Universidad de Miskatonic, tras hablar con varias personas me pasaron finalmente con la bibliotecaria que me contó lo ocurrido. Tras seguir el rastro, hablé con el sanatorio de Providence, el director me confirmó tu ingreso. También me avisó de que la mejor curación para tu estado era el aislamiento. Estuve en todo momento en contacto con ellos, preocupado por tu salud. El día que supe que te iban a dar el alta no lo dudé un momento, tenía que venir a verte.
-¿Crees que estoy loco? –le dije directamente, sin pensar la pregunta.
-No Howard, no lo creo. Has pasado por una experiencia muy traumática. Primero la muerte de tu tío en el incendio de su casa en Innsmouth, del que desgraciadamente fuiste un espectador directo. Luego el golpe tras el pequeño terremoto en Arkham, que te produjo una conmoción con pequeños daños asociados. Para terminar rodeado de enfermos en el sanatorio de Providence. Aunque con un final feliz, curado de todas las afecciones
-A lo que hay que unir la desaparición de una enfermera a la que me unían lazos especiales. Llegué a imaginarme que un terrible monstruo se la había llevado... –hice un largo silencio, tenía un nudo en la garganta. Los ojos se me llenaron de lágrimas-. Tienes razón James –continué- ha sido un periodo muy duro de mi vida, el golpe me hizo imaginar que horribles monstruos habían aparecido en mi vida, que ésta no era sino una farsa al servicio de un gran ser primordial –. Aquella conversación con mi amigo estaba suponiendo una terapia final, como el test positivo de mi raciocinio.