sábado, 18 de julio de 2009

ARKHAM (Parte 2 de 3)

La tarde era fría, aunque lucía un espléndido sol que arrancaba sombras de todo a mi paso. Mi casa quedaba apenas a un kilómetro de distancia y el paseo prometía ser agradable.
El viento mecía las ramas de la frondosa arboleda que flanqueaba la calle, produciendo una extraña sensación de inquietud en el ambiente. Al poco rato de estar andando, el cielo se cubrió con unos oscuros nubarrones que presagiaban una fuerte tormenta. Aceleré el paso por las angostas calles del centro. Al doblar una esquina, ya cerca de casa, oí unos pasos a mi espalda. Me giré rápidamente y distinguí una sombra que se introducía en un portal. No puedo explicar por qué me sobresalté, seguramente sería un vecino, pero la forma en que se movió aquella sombra me resultó extraña. Parecía deslizarse, más que andar. Sin darme cuenta empecé a correr precipitadamente hasta llegar a mi puerta.

Subí las escaleras agarrándome al pasamanos, en el descansillo hice una pausa y miré hacia atrás. La puerta de entrada estaba cerrada, tal como la había dejado al subir. Tomé aliento y seguí subiendo hasta llegar a mi cuarto.

Una vez arriba encendí la luz y noté un cierto aroma que me era familiar aunque no podía identificar. El cuarto estaba un poco desordenado porque todavía estaba colocando mis enseres, pero algo había cambiado, no sabría decir qué. Quizás la silla junto a la mesa, o la ropa que dejé encima de la cama, o las cortinas de la ventana un poco descorridas…me estaba desquiciando. Me senté en el borde de la cama y me llevé las manos a la cabeza. Me dolía. Cuando levanté la vista, allí estaba, encima de la mesilla. Un trozo de papel, amarillento por su antigüedad y con el desgarro de haber sido arrancado sin miramientos de una página, posiblemente de un libro. La letra era pequeña y roja, un viejo manuscrito sin duda. Decía así:

“…el que una vez fue señor del orbe duerme eternamente en su trono de fuego. Righda espera ansioso la puerta que lo saque de su sueño. La locura es su reino y su morada. Porque no está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los eones incluso la muerte puede morir.”

Mi ánimo se nubló como el día. Me invadió una agobianrte sensación de desasosiego. Quién habrá entrado en mi dormitorio, fue lo primero que pensé. Estaba muy asustado y mi corazón a punto de salirse del pecho. El escrito trajo a mi memoria de nuevo recuerdos primigenios. Nunca había escuchado aquella frase y sin embargo la conocía. De alguna manera se había grabado en mi mente, seguramente durante mis largos años de estudio. Me guardé la nota en el bolsillo y un rato después, sin cenar y con el sabor de la inquietud, me acosté.

Esa noche soñé. Mi cuerpo permanecía en la cama, pero mi mente volaba a otro espacio. Quizás al desierto del Sáhara. Allí, enterrada bajo las arenas había una gran piedra circular con unas llamas grabadas en su superficie. Sin esfuerzo alguno conseguí levantar la gran piedra. Debía pesar toneladas y sin embargo la levanté como si fuese de papel. Algo dentro de mi me decía que había roto un sello que había permanecido cerrado durante milenios. Un tunel de obscena oscuridad se extendía bajo mis pies. Salía a borbotones de la gruta un calor sofocante, me asfixiaba. Un alarido estremecedor subió por las paredes de la gruta con un eco insoportable. Una sombra enorme y monstruosa subía por la pared desgarrando la roca a su paso. Mi mente no podía soportar el frenético alarido cada vez más cercano. Aquello era la boca de la locura…Desperté entre sábanas empapadas de sudor. La luz entraba por el ventanal. ¡Ya era de día!

Los meses pasaron y enfrascado como estaba en mi labor docente los hechos ocurridos ese día se borraron de mi mente. Llegó el verano y con él, el final del curso. Me despedí de mis alumnos con un mensaje de optimismo ante el futuro que les esperaba, deseándoles que siguiesen investigando y estudiando. Unas lágrimas de emoción cayeron de mis ojos.

Una tarde de calor excesivo estaba sentado ocupando una mesa de la biblioteca de la Universidad. Ese verano lo estaba dedicando a continuar mis investigaciones sobre los cultos politeistas de la zona del Pacífico y su evolución histórica.. Eramos muy pocos los que en ese momento nos encontrábamos allí, quizás tres personas más que como yo aprovechaban el verano para ampliar y profundizar en sus conocimientos.

Estaba enfrascado en la transcripción del grabado de una estatuilla que representaba a una deidad con infinidad de brazos, casi como tentáculos, que aparecía en una foto que me había enviado un colega desde Ponapé. Iba a poner mi cuaderno de notas al lado cuando descubrí que alguien había dejado un enorme libro a mi lado. Miré a mi alrededor pero no vi a nadie. Cogí el inmenso volumen y me lo puse delante. Estaba forrado con una extraña piel y olía a viejo, a rancio. En la parte superior pude leer con letras desgastadas su título “Necronomicón”. Otra vez aquella extraña sensación de “déjà vu”. Lo abrí al azar, pero ya sabía lo que iba a encontrar. Allí estaba, el resto de página desgarrada que formaba un todo con el trozo que dejaron en mi mesilla.

Lo leí con una mezcla de sentidos encontrados, miedo, nervios, interés, todos agolpados en mi mente. El resto de página decía así:

“Porque aquel que desciende de los Grandes Peces no puede esquivar su transformación, su vuelta al ser Primigenio, padre de todos los habitantes del mar. Su misión es la de guardar. Él es la Llave que puede abrir o cerrar. Él es también Cerradura y Puerta. Su sangre derramada por los que creen en él es el Todo que guiará Su viaje hasta su primordial morada. Aquella que hace eones fue arrebatada en una guerra fraticida entre Los que vinieron de las estrellas.”

No quería leer más, la olvidada sensación de vértigo me golpeó de nuevo. Necesitaba escapar de allí. No podía soportar más este estado al borde de la locura. Tenía que cortar aquello de una vez por todas. Con paso decidido me acerqué al mostrador de la bibliotecaria y le enseñé el libro.

-Nunca había visto este volumen. ¿Es de nuestra biblioteca?
-Señorita –estaba perdiendo la paciencia- estaba en mi mesa, por lo que supongo que será de ustedes. Mire en sus archivos, por favor.
La bibliotecaria consultó su enorme caja de cartón llena de fichas con la descripción de todos los libros.
-No lo encuentro. ¿Necro..qué, me dijo?
-Necronomicón.
-Lo siento, no está. Quizás en el sótano, una planta más abajo, le puedan dar más información. Allí se encuentran los libros que todavía estan sin clasificar, además de los que aún no hemos encontrado referencias.

(Continuará)

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