lunes, 20 de julio de 2009

ARKHAM (Parte 3 de 3)

Me dirigí a la puerta que me había indicado la bibliotecaria. En los meses que llevaba allí no la había visto antes. Crucé el umbral y llegué al inicio de una escalera metálica que descendía retorciéndose sobre sí misma. Los peldaños se estrechaban en exceso sobre el vértice, lo que complicaba el descenso. Llegué a otra estancia enorme, con multitud de estanterías dispuestas en un orden anárquico. Estaban llenas de libros de todos los colores y tamaños. El olor a rancio y a moho era penetrante. Llamé al bibliotecario, pero nadie contestó. Seguí paseando entre las pilas de libros y legajos hasta llegar a otra puerta que parecía cerrada con llave.

La intenté abrir sin mucha convicción, pero la misma cedió hacia adentro. Cual fue mi sorpresa al descubrir que las paredes habían sido sustituidas por muros de roca que se adentraban en un túnel con una extraña pendiente hacia abajo. Empecé a caminar guiado por una rara sensación de obligación. La luz cada vez era más tenue y casi no se veía. Forzando mis piernas iba a darme la vuelta cuando un fuerte golpe en mi cabeza interrumpió mis pensamientos…

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Tiraba fuertemente de mis cuerdas intentado liberar mis brazos y piernas, pero era imposible, aquellos locos me habían atado con fuerza. El cántico aumentaba en intensidad: “¡Iä Righda!” gritaban y repetían sin descanso en un paroxismo de locura. Algunos se ponían de rodillas, otros caían de espalda al suelo. La locura llegó a su estado álgido cuando la figura que parecía ser el gran sacerdote sacó una daga con la hoja en forma de serpiente, con unas luminosas llamas doradas en la empuñadura. Elevó la daga con ambas manos y siguió con su infernal letanía.

A una señal del sacerdote todos pararon en su canto y se volvieron a mirarme. Éste se dirigió hacia mi empuñando el arma. Tiré con fuerzas renovadas de mis cuerdas, pero no cedían. Con un rápido movimiento se puso a mi costado y se echó la capucha hacia atrás. No era posible, debía ser otro aterrador sueño…El sacerdote era sacerdotisa…y era la anciana amiga de mi madre. Una nube de horror se cernió sobre mi mente. Ahora entendía más.

-No puedes ser tú. ¿Por qué?
-La secta fue siempre mi vida. Vivía para su resurrección. La señal me llegó cuando conocí a tu madre y ella me contó toda la historia. He esperado mucho tiempo hasta hacer coincidir el momento propicio. Ahora soy de él.
-¡Suéltame loca bruja! –grité con toda la desesperación que sentía en el alma.
-¡Ahora calla estúpido! Vas a presenciar el milagro.

La bruja se acercó con la daga a mi pecho y me hizo una pequeña incisión. La sangre comenzó a brotar por mi herida abierta manchando la negra piedra del altar. Un ruido atronador sacudió la caverna y las paredes temblaron con furia. Los acólitos que aun permanecían en pie cayeron al suelo. Sólo la hierática figura de la sacerdotisa permanecía erguida, con su vista fija en un punto del muro.

Un lado de la caverna, ahora visible desde donde yo estaba, parecía cambiar de forma por momentos, adoptando ángulos imposibles de comprender para una mente humana. Caían trozos de roca sobre el suelo, algunos impactaban directamente sobre el grupo de seguidores que permanecían inmóviles y sin emitir ningun sonido. De un extraño ángulo surgió una fuerte llamarada que inundó de calor abrasador la cueva.

Tirando fuertemente de las cuerdas, y seguramente debido al calor, una de ellas se rompió, liberándome un brazo. Con gran esfuerzo pude desatar el otro y seguidamente mis piernas. Me incorporé y en ese momento tuve la visión aterradora de un gran tentáculo saliendo del ángulo de la pared. Un negro apéndice escamoso de varios metros que comenzó a golpear todo lo que encontraba en su camino. La que golpeaba era la ira de una bestia furiosa por tantos milenios de oscuridad y encierro. La sacerdotisa se volvió hacia mi con la intención de clavarme la daga. Agarré su brazo y forcejeando con ella le quité la daga. Ella cayó al suelo. En un movimiento frenético, el tentáculo se enrolló alrededor de la anciana tirando hacia atrás de ella, llevándosela a dondequiera que morase el monstruo.

No podía seguir mirando aquel dantesco espectáculo, giré en dirección contraria y comencé a correr. Los trozos de roca caían por todos lados y el techo de la caverna no tardaría en ceder. Encontré una puerta oculta tras una gran piedra y la abrí. Seguí corriendo por un pasillo de negra oscuridad. Corrí hasta que un trozo de piedra me alcanzó en la cabeza. Ya no recuerdo nada más.

Volví a la consciencia sin saber cuándo. Estaba en la cama de un hospital y con una gran venda cubriendo mi cabeza. Me volví hacia un lado y vi un periódico encima de mi mesa. El titular me llamó la atención.

“Arkham, 25 de agosto de1933.
PEQUEÑO MOVIMIENTO SÍSMICO EN ARKHAM
En la tarde de ayer se registró un pequeño movimiento sísmico en el centro de la ciudad. El epicentro se situó a varios kilómetros bajo la Universidad de Miskatonic. No hay que registrar daños personales ni materiales de importancia, aunque se vivió algún momento de pánico entre las pocas personas que se encontraban en ese momento en la Universidad…”

Una enfermera entró en la habitación.

-¿Dónde estoy?
-En el Hospital de Arkham señor.
-¿Y dónde me encontraron?
-Estaba usted estudiando en la biblioteca, quizás por el movimiento sísmico tuvo un desvanecimiento, se cayó de lado y se golpeó la cabeza con la mesa.

Cuando estaba a punto de marcharse, se dio la vuelta hacia mi sacando algo de su bolsillo.
-Ah, se me olvidaba, encontramos ésto en su mano.
Una sensación de angustia y horror me recorrió el cuerpo cuando la enfermera me mostró la daga de la sacerdotisa.
¿FIN?

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