viernes, 10 de julio de 2009

EL HOMBRE SIN HUELLA

7:00 de la mañana de un lunes cualquiera en la vida de Juan, el último. Suena el despertador con un ruido que le causa un gran sobresalto. No se acostumbra a madrugar y mucho menos al sonido de este despertador. Mañana lo cambio sin falta –piensa. Una ducha rápida, luego se viste. Entra en el coche.

7:45 La autopista está colapsada, los cuatro carriles están atestados de coches y a lo lejos ve tambien varios kilómetros de coches parados. Pese a vivir esta situación a diario no se acostumbra al gran atasco diario de más de 1 hora hasta llegar a su trabajo. En una incorporación a otra carretera un enorme coche negro se cruza y Juan tiene que dar un volantazo, le saluda con un gran pitido pero el dueño del coche negro no se da por enterado. Juan sigue su camino.

9:00 Como cada mañana, los empleados se agolpan en el hall de la empresa para entrar al trabajo. Juan hace la cola correspondiente sin ser saludado por nadie. El sistema de entrada es relativamente reciente en la empresa, se trata de una hilera de pequeños puestos de entrada con puertas de cristal abatible y con un dispositivo a la derecha para marcar la huella dactilar. Al fondo ve a Luis de contabilidad, le llama pero éste no parece enterarse y accede al edificio. Cuando le toca el turno de poner la huella a Juan éste realiza la misma accción de todos los días. Pero hoy hay novedad, las puertas de cristal que dan acceso a la oficina no se abren. Lo intenta varias veces sin ningún resultado. Juan se dirige al puesto de control que se encuentra en el centro del hall del edificio para pedir a las personas de seguridad que le abran las puertas. En el camino se frota los dedos por si estuviesen sucios y cuando se los mira se queda paralizado del horror. Le faltan las huellas dactilares. Donde deberían estar las huellas de cada dedo solo está la piel lisa y sin líneas. Un sudor frío recorre su frente mientras decide que marchará corriendo a ver a su amigo Enrique, su médico de toda la vida (el de empresa solo le recetaría antibióticos) y luego llamará diciendo que está enfermo.

10:15 Camino de su casa decide parar en un centro comercial cercano para sacar dinero de un cajero. Durante todo el camino se mira los dedos como si las huellas fuesen a aparecer de momento y todo hubiera sido un mal sueño. Pero las huellas ya no existen. Tiene que ser una enfermedad alérgica o la reacción a algún medicamento -piensa. Claro eso debe ser la fenitoina que estoy tomando para mis crisis epilépticas, Enrique me dijo que podían producir alteraciones en la piel –piensa mientras conduce. La rampa de acceso al parking está llena de coches y tiene que esperar para entrar. Aparca y se dirige al cajero. Una vez llega al mismo introduce su tarjeta y su clave de acceso, pero le sale un mensaje que indica “clave incorrecta”. No puede ser, debe estar mal el cajero –piensa.
El centro comercial está atestado de gente, es un hervidero de personas yendo y viniendo con bolsas de todos los colores. Juan se encuentra mal, siente un profundo terror psicológico que le va comiendo la razón. Un hombre pasa por su lado y como si no le hubiese visto le empuja y casi le hace caer. Le grita, pero el hombre sigue andando como si no hubiese ocurrido nada. Las tiendas no dan abasto y el ambiente del centro le aturde tanto que decide marcharse rápidamente a la consulta del médico.

12:00 Tras otro atasco Juan llega por fin a la calle del médico. Se trata de una populosa calle de la ciudad con las aceras llenas de personas en un frenético deambular de un sitio a otro. Le da vértigo este tránsito infinito de gente. Tiene la camisa empapada en sudor. Es casi imposible avanzar entre la muchedumbre. Por fin llega al portal del médico. Sube unas antiguas escaleras y se encuentra de frente a una joven que baja sujetando la correa de un pequeño perro. La saluda cortésmente, pero la joven no le hace caso y sigue bajando las escaleras apresuradamente. Nadie me habla –piensa, lo interioriza.
Juan llega a la puerta del médico y se encuentra con un cartel que dice que hoy no puede ir a la consulta porque está enfermo y que disculpen las molestias.

12:30 Juan se para en medio de la acera y empieza a preocuparse cada vez más. Son demasiados hechos relacionados. Son demasiadas coincidencias. Mientras, camina por la calle sin un rumbo fijo. No está solo y sin embargo lo siente. Suda. Se horroriza.

13:00 Venciendo la parálisis que atenaza sus músculos hace una prueba. Más. Se situa al borde de la acera y llama a un taxi que viene por la carretera en su dirección. Éste pasa de largo, sin ni siquiera el taxista dirigirle una mirada. Hace lo mismo con tres taxis más. Igual. Un sudor frío vuelve a recorrerle la frente. Un calambre invade su espalda. Siente una extraña sensación de vértigo. Vacío. Tiene ganas de vomitar.

13:30 Lo sabe. Con paso rápido se dirige a una máquina de fotos que se encuentra en una esquina de la calle. Último nexo con la razón. Se introduce dentro, echa tres monedas y la máquina realiza cuatro disparos de flash. Con gran desasosiego espera la salida de las fotos. Ya salen…, Juan no puede soportar la visión de la tira de fotos ¡solo aparece la pared del fondo! Vomita en la acera. Nadie parece darse cuenta.

13:45 Alguien le pregunta si le puede ayudar a cruzar al otro lado. Se trata de un ciego con su bastón. Juan aturdido cruza de la mano del invidente. En el otro lado el gentío es mayor, la gente le rodea por todos lados y Juan permanece inmóvil.

14:00 Juan se va difuminando entre la muchedumbre. Nadie se da cuenta.

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