domingo, 5 de julio de 2009

ICH-PI-EL

La lluvia cae sin cesar sobre los viejos adoquines que de forma irregular pavimentan el apestoso callejón. La luna se refleja en charcos de extraña densidad que piso sin preocuparme en mi alocada carrera. El olor a pescado podrido es mucho más fuerte en esta parte del puerto de Innsmouth, tanto que a veces tengo que taparme la nariz para no respirar este aire de insana pestilencia. Las calles, forman giros de imposibles ángulos salidos de una geometría infernal que se van estrechando hasta que las paredes de los viejos edificios de gastado ladrillo parecen tocarse por la parte superior de sus extraños y oscuros chapiteles, tropiezo y caigo al suelo, me levanto rápidamente miro hacia atrás y continuo mi carrera de pesadilla hacia ningún sitio. Las viejas farolas que cuelgan de las paredes como fantasmagóricos brazos apenas reflejan un mísero haz de luz sobre el suelo.

¿Cómo he llegado hasta aquí?, pienso mientras detengo un momento mi carrera para respirar en la entrada de la torre de la iglesia. Esta mañana recibí una carta de mi tío Obed que con un trazo inseguro y muchas palabras ilegibles decía así:

“Innsmouth 12 de noviembre de 1932
Querido sobrino:
Eres mi último familiar que queda sobre la tierra y no tengo tiempo para contarte toda la historia con detalle…(no se entiende)…el proceso ha comenzado, no hay cura ni remedio para ese cambio…(ilegible)…garras y agallas. El Gran Pez …(no se entiende bien, quizás pone Profundos)…hace muchos años, llegaron del mar…(ilegible)…tu abuela …(ilegible)…con ellos. Es la herencia…(ilegible)…No puedo escribir…(ilegible)…membranas…”

Aquí terminaba su carta, estaba seguro de que algo terrible le había pasado a mi tío, estaría afectado por una grave enfermedad y sin nadie que le cuidase estaría sufriendo en el más absoluto abandono. Sin pensármelo dos veces salí con lo primero que llevaba puesto y conduje toda la tarde hasta llegar al costero pueblo de Innsmouth. Otrora un pueblo industrial que basaba toda su economía en la pesca y en su manufactura, hoy un pueblo decadente y en constante abandono.

Llegué al anochecer, todavía con la suficiente y mortecina luz del crepúsculo para divisar al fondo de la vieja carretera el pueblo de Innsmouth. Destacando sobre un mar de abigarrados tejados sucios y negros estaba la ancestral torre de la iglesia, escorada peligrosamente hacia un lado fruto quizás de la irregularidad del terreno, de oscura piedra y rematado por un pequeño campanario con unas oxidadas campanas que tañeron su sonido por última vez lustros atrás. Quizás fue un reflejo de los últimos rayos del sol o producto de mi tensión y cansancio, pero una sombra furtiva pareció deslizarse por un ventanal del campanario.


Aparqué el coche y me dirigí andando por el puerto hacia la casa de mit tío. No se veía un alma andando por la calle, el puerto, que hace años dejó de ser un hervidero de pescadores descargando sus barcas llenas hasta el borde, de trabajadores yendo y viniendo desde las factorías cercanas con sus carretillas atestadas de pescado, de vendedores que gritaban la subasta del pescado…ahora el silencio era sepulcral, el mar, maldito decían los más viejos, apareció un día cubierto por una manta de peces muertos, y desde entonces dejó de dar sus frutos y las aguas se volvieron negras y espesas. El fuerte olor a pescado y a algas putrefactas era casi insoportable. Una espesa niebla llegó repentinamente desde el mar para quedarse flotando, suspendida en jirones de caprichosas y siniestras formas, acelerando la fría oscuridad que se había cernido sobre el pueblo.

No recuerdo en estos momentos cómo llegué al portal de mi tío, la oscuridad y la niebla hacían que tuviera que ir tanteando la pared para finalmente encontrar el asidero de un desgastado pomo de herrumbroso metal. Empujé la puerta y ésta cedió con un lastimero quejido de dolor, cerré y busqué el interruptor de la luz que apareció a mi derecha, lo accioné y una tenue luz se proyecto en la estancia. Delante mía se abría un pequeño recibidor con unas paredes viejas, desconchadas y llenas de negras manchas de humedad. Aquí el olor a pescado podrido era una presencia casi física, tanto que tuve que avanzar tapándome con la mano. Al fondo unas pequeñas escaleras con los viejos y desgastados peldaños de madera conducían hacia la planta superior. Subí los escalones entre un estruendoso crujir de madera, el olor era ya casi insoportable. Llegué ante una puerta de madera hinchada por la humedad y la suciedad de años, era la puerta del dormitorio de mi tío, me encontraba en un estado de exitación nerviosa, un estado que no podía identificar porque aunque mi lado racional pensaba que al abrir la puerta me encontraría a mi tío en la cama sonriéndome y diciéndome que había estado con una fuerte gripe, habitaba un recuerdo primigenio en mí que me negaba esta realidad y presentaba otra más oscura, ésta era la parte que estaba produciendo en mi un paroxismo de miedo a lo que hubiera al otro lado.

Un sudor frío me recorría todo el cuerpo, el olor era ya tal que envenenaba el aire que respiraba. Quería salir corriendo, montar en el coche y huir a toda prisa de este pueblo de pesadilla, pero era mi tío el que estaba dentro. Con una mano temblorosa empujé la puerta hacía adentro. Vomité sobre el sucio suelo, mi cabeza se sumergió por un segundo en el vértigo del abismo,…allí sobre la cama de mi tío estaba postrado un monstruo salido del averno, tenía la constitución de un repugnante sapo, de un color verde casi negro, con brillantes escamas repartidas por el cuerpo; con unos brazos y piernas contrahechos y terminados en unas garras con membranas entre sus dedos. Pero la cabeza, sin duda., se asemejaba más a la de un pez que a la de cualquier otro ser vivo. Tenía unas branquias rojizas que se movían en un repugnante compás y que expulsaban un execrable y denso líquido negro . Sus saltones ojos me miraban fijamente, yo los miré también y me di cuenta de que no miraba a un monstruo…¡estaba mirando a mi tío! En ese momento vinieron a mi mente las palabras de la carta de mi tío…, “garras, agallas, Gran Pez” y sobre todo la que me sumergió en la más obscena de las pesadillas…”herencia”.

Corrí, corrí, sin mirar atrás, hasta que llegué a la base de la destartalada torre de la iglesia. Crucé la puerta y subí los pequeños y sucios escalones de una escalera que vista desde abajo parecía circular, pero que a medida que subía formaba extraños e intrincados ángulos. El sonido del viento se colaba por los resquicios que dejaban las grietas de las paredes, interpretando una macabra melodía. Perdí la noción del tiempo y del espacio; no se cuanto tiempo estuve subiendo, pero finalmente llegué al campanario, desde donde se divisaba el rompiente mar contra el puerto y los malditos tejados de Innsmout. El viento en el rostro me devolvió por un instante la razón, el tiempo necesario para recordar lo que un día me contó mi madre sobre una mujer saliendo una noche furtivamente del pueblo con un niño pequeño en brazos para alejar una maldición innata,…para detener una herencia.

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